Cada vez que llega a nuestra mesa de trabajo, por el medio que sea, alguna cosa difícil o que no sabemos cómo resolver, solemos jugar con ella al despiste. Es decir, ponemos cara de póker y tratamos de apartarla de nuestra mente  como si, con esa artimaña, lo que nos ha llegado perdiera fuerza o importancia y, no la atendemos ni cómo ni cuándo deberíamos hacerlo, tal que si este hecho no tuviera consecuencias.

Actuamos como el avestruz, que esconde la cabeza en un agujero para ignorar el peligro. Aunque esta manera de obrar, la del avestruz, es un mito muy extendido pero falso, en nuestro actuar diario la llevamos a cabo en numerosas ocasiones.

Cuando nos llega un correo electrónico con el que no sabemos por dónde empezar para resolver lo que nos piden, cuando nuestro jefe o un compañero nos entrega un informe para que busquemos la solución a algún problema y, en general, cuando nos encontramos con algo que no sabemos por dónde meterle mano, actuamos como dice el mito  del avestruz: escondemos lo que nos ha llegado bajo tierra y no lo sacamos a la luz hasta que termina por estallar, o  cuando somos conscientes de que, en caso de seguir ignorándolo o no haciendo nada al respecto, tendrá graves consecuencias. Bien, pues hasta llegado a ese momento, estaremos jugando al despiste con nuestras obligaciones. Las estaremos ignorando porque nuestros hábitos nos llevan por ese camino.

El que tiene un porqué para vivir, puede soportar casi cualquier cómo”. Friedrich Wilhelm Nietzsche

Lo mismo pasa en nuestra vida privada. Todos, a lo largo de nuestra vida, tenemos sueños y objetivos que deseamos alcanzar  pero, en general, los dejamos de perseguir porque nunca vemos el momento adecuado para lanzarnos a por ellos, y quedan de la misma manera enterrados en un agujero.

Nos ponemos miles de excusas y pretextos para aplazar la decisión de iniciar algo que ponga en marcha nuestros deseos. Con la excusa de que “no es el momento adecuado o no lo vemos muy claro”, dejamos pasar oportunidades de realizar algo nuevo para nuestras vidas.

Como bien explica mi amigo y gran bloguero  Rubén Alzola en un excelente artículo titulado: “Cómo las submetas pueden salvar tu productividad“,  solo cuando tu nivel de motivación para hacer algo sea superior al nivel de tentación de hacer cosas más fáciles, o cosas que te gustan más, te moverás para hacerlo. En otras palabras, solo cuando veas que se te acerca el palo, la amenaza, la bronca de tu jefe o de alguien, te empezaras a mover para realizar ese trabajo, ese objetivo, ese deseo que tenías escondido bajo tierra.

Esta manera de actuar, esta actitud se pueden evitar. Los que aplicamos la metodología GTD, solemos aplicar la idea expuesta en ese artículo. Sabemos que la mayoría de estas cosa que nos llegan, o que se nos ocurre que deberíamos hacer, en realidad son lo que nosotros denominamos proyectos. Es decir, un resultado que buscamos y que, para lograrlo, debemos dividir en  varias acciones o tareas.

Siempre que te pregunten si puedes hacer un trabajo, contesta que sí y ponte enseguida a aprender cómo se hace”. Franklin D. Roosevelt

Cuando se tienen arraigados los hábitos de esta metodología, ni se mete la cabeza en el agujero, ni se actúa al despiste;  se entra directamente en busca de la acción. Esto no quiere decir que resolvamos inmediatamente cada cosa que nos llega; tendríamos que tener poderes especiales si así actuáramos y no los tenemos, pero hacemos lo que es primordial para mejorar la productividad y efectividad en un mundo  VUCA (en inglés Volatility, Uncertainty, Complexity, Ambiguity): pensar sobre lo que nos ha llegado.

Por cierto, siempre me he cuestionado, el que si se puede decir algo en nuestro  idioma, por qué debemos usar el inglés. Perfectamente se podría decir VICA (volatilidad, incertidumbre, complejidad, ambigüedad), pero bueno parece ser que utilizar términos en otro idioma da más nivel intelectual.

Pero volviendo a la actitud del avestruz. Podríamos evitar sus malas consecuencias con el hábito de aclarar-procesar cada cosa que pasa por delante de nuestro radar, por nuestra cabeza. Es decir, como decía anteriormente, pensando sobre lo que nos acaba de llegar.

Cuando lo hagamos, entre otras cosas, habremos definido qué es lo que nos ha llegado, qué nivel de compromiso representa para ti, sabrás si tienes que hacer una acción o más de una y definirás claramente cuál es la siguiente acción para conseguir ese resultado, pensarás objetivamente si lo vas a hacer en cuanto puedas o si por el contrario, por ahora, no es el momento adecuado para hacerlo.

Las oportunidades se multiplican a medida que se toman”. Sun Tzu, general, estratega militar y filósofo de la antigua China

En fin, cuando te llegue una cosa, en vez de enterrarla en un agujero  piensa sobre ella y toma una serie de decisiones. Incluso puedes llegar a pensar sobre todas las acciones y tareas que vas a tener que completar para obtener el resultado que has identificado debes lograr.

Esto te va a permitir tener en tu inventario de tareas y compromisos por cumplir, las necesarias para completar todo lo que hayas decidido que debas hacer en cuanto se den las condiciones necesarias para llevarlo a cabo con la máxima efectividad posible.

Es decir y volviendo al artículo de Rubén Alzola  pensemos en las acciones que debemos completar para solucionar lo que nos ha llegado, pero hagámoslo en cuanto nos llegue. De esta manera, al igual que con las submetas, nos será más fácil trabajar focalizados en nuestros compromisos sobre los que hemos pensado y aceptado que debemos afrontar lo antes posible.

 

José Ignacio Azkue