El trabajo es una actividad que demanda esfuerzo tanto físico como mental, por lo que precisa de un descanso reparador que permita recuperar las fuerzas invertidas. Tanto la falta de reposo como la de ocio acaban afectando a cualquiera hasta llegar a perjudicar su productividad.

Sin duda, hay algunas personas cuyo horizonte tan solo es el trabajo y cuyo día consiste, esencialmente, en maratonianas jornadas laborales donde no hay tiempo ni para comer. Por lo tanto, las relaciones sociales se limitan a las que mantienen con los compañeros de la empresa, porque no tienen tiempo para cultivar otras.

Una situación como acaba produciendo una acumulación de estrés y ansiedad, entre otros trastornos que afectan a la salud, provocando un hastío hacia el trabajo que surge cuando el escenario se repite constantemente, en el que todos los días parecen iguales.

En este contexto, por mucho que se trabaje, no se aprovecha adecuadamente el tiempo. Además, prevalece la sensación de no poder abarcar todos los frentes que se mantienen abiertos y, por tanto, la de no desconectar del trabajo. Estas personas se encuentran en un territorio donde se citan todos aquellos que, como ellos, no consiguen gestionar adecuadamente sus compromisos.

Son personas que no saben pronunciar la palabra “no”, que no saben dimensionar su verdadera capacidad de trabajo y que aceptan compromisos de todas partes, vengan de donde vengan. Como resultado, trabajan y trabajan, tienen el foco orientado a quitarse trabajo en vez de perseguir un resultado concreto y priman la cantidad en vez de la calidad.

Algunos empresarios y jefes animan a sus trabajadores a que trabajen en exceso a base de meter horas extra, creyendo que así mejoran la productividad de la empresa e incluso reducen costes. Del mismo modo, hay trabajadores que se sienten tentados a trabajar más de lo debido solo con el fin de aumentar los ingresos de ese mes.

En ambos casos, probablemente no hayan tenido en cuenta que trabajar en exceso conduce a una reducción de la productividad y a un aumento de costes a medio o largo plazo. No hay que ser un experto para descubrir que, si un trabajador está fatigado porque día tras día trabaja en exceso, rinde menos y tiene muchas probabilidades de caer enfermo o sufrir trastornos de salud.

En algunas culturas, especialmente en la de países como China y Japón, los empleados que llegan a trabajar hasta la extenuación más absoluta son considerados verdaderos héroes y tomados como ejemplo por sus jefes y compañeros. Es más, algunos rebasan toda lógica en este sentido y llegan hasta a morir en su intento de trabajar duro. En China a estos trabajadores se les llama gnalosi, mientras que en Japón se los conoce por el término karoshi.

Por estos lares no llegamos a estos extremos, y son cada vez más las voces que insisten en que alargar las jornadas solo aporta inconvenientes. Sin embargo, hay mentalidades a las que les cuesta asumir que existe este riesgo y que, por el contrario, piensan que al racionalizar el trabajo y eliminar las excesivas horas extra lo único que obtendrán serán pérdidas.

Voy a exponer a continuación los graves efectos que pueden tener estas malas prácticas.

  • Fatiga física y mental.
  • Apatía, que se puede presentar hacia el trabajo, en las relaciones familiares e incluso en la vida social.
  • Depresión, que puede llevar a una gran desmotivación hacia cualquier aspecto del trabajo y la vida privada.
  • Predisposición al enfado y al mal humor, pudiendo llegar esto a convertirse en una irritabilidad crónica.
  • Pérdida de la memoria y dificultad para el aprendizaje.
  • Pesimismo y sensación de que todo puede empeorar aún más.
  • Dificultad para dormir y conciliar el sueño.
  • Trastornos corporales, como pueden ser: dolores musculares, dolores de cabeza, dolores de estómago, problemas digestivos, molestias oculares, etc.
  • Dependencia de fármacos, problemas de alcoholismo e, incluso, adicción a drogas.

El tiempo que se pasa trabajando cada día es una decisión humana y nunca, con excepción de casos muy concretos y puntuales, debería fomentarse el exceso de trabajo, puesto que genera un daño en la salud y en la productividad de las personas. Debería ser posible cambiar este paradigma por una jornada laboral con el número de horas justas y necesarias.

Las personas que caen en esta situación deberían plantearse si les merece la pena cambiar salud por dinero, o perderse tantas cosas por estar todo el día trabajando. A su vez, a los empresarios les pediría que reflexionasen sobre los verdaderos peligros a los que exponen a sus trabajadores por estas malas prácticas. Realmente, tanto jefes como empleados se sorprenderían de lo que pueden lograr si, en lugar de promover el trabajo en exceso, se preocuparan por encontrar un equilibrio donde el trabajo racional no lleve a nadie por la vía de la saturación debida a un abuso de las horas trabajadas.

 

José Ignacio Azkue