Pensar en tu trabajo o pensar sobre tu trabajo son dos conceptos completamente diferentes. Diferenciarlos y saber por cuál de los dos decantarnos  cuando queremos hacer algo es, de vital importancia para nuestra productividad, eficacia, paz y sosiego.

La mayoría de los profesionales, al menos la gran mayoría de los que voy conociendo a través de mi profesión, piensa en su trabajo: Tengo que llamar a mi cliente, tengo que responder al correo, tengo que ir a esa reunión, tengo ese tema por decidir, tengo, tengo, tengo…

Hacen cosas según van surgiendo, reaccionan a casi todos los estímulos que reciben a lo largo del día y se sienten desbordados porque no se han parado a pensar en las consecuencias de lo que hacen. Saben que deben hacer cosas, pero pocas veces se paran a pensar por qué deben hacer esas cosas.

Al lado del noble arte de hacer cosas, existe el noble arte de dejar las cosas por hacer. La sabiduría de la vida consiste en la eliminación de lo no esencial” Lin Yutang

Si no has hecho un inventario completo de todo tu trabajo, de todas las cosas que tienes pendientes de hacer, de ninguna manera podrás tener conciencia de lo que no puedes o no debes hacer. Saber con precisión y claridad cuáles son esas cosas que sí, que te  han rondado por la cabeza o te han llegado del exterior, pero que tras analizarlas decides libremente no hacer, al menos de momento, te permitirá centrar todo tu foco y toda tu energía en las cosas que realmente sí debes de hacer.

Todos somos conscientes de que tomar decisiones en caliente es una mala manera de decidir, ya que nos consta, por experiencia propia y ajena, que de esta manera tenemos muchas probabilidades de cometer errores y tomar malas decisiones. Cada vez que pensamos en nuestro trabajo en vez de pensar sobre nuestro trabajo, estamos decidiendo en caliente, sin meditar sobre las consecuencias de lo que vamos a hacer y sin meditar, tampoco, acerca de las consecuencias de lo que dejamos de hacer. Al actuar de esta manera, rara vez somos conscientes de que nuestra decisión, muy probablemente, no sea la más adecuada.

Acabo de recibir un correo que he abierto inmediatamente, como tengo por costumbre,  anunciándome una urgente reunión para dentro de una hora. Lo habitual es actuar con enfado, indignación, negatividad, e ir a la reunión sabiendo que no voy a poder terminar hoy tampoco ese informe que debería estar, hace días, entregado. Sé que no voy a poder hacer nada, sé que no podré aportar nada nuevo,  sé que estaremos por lo menos dos horas dando vueltas al mismo tema sin solucionar nada y que volveremos a reunirnos de nuevo próximamente por el mismo tema.

Tal forma de actuar, de decidir en caliente, te ha llevado a asumir una cosa nueva por hacer sin examinar sus consecuencias. Si hubieras analizado de manera consciente, íntegra y profesional lo que te llegaba, es probable que tu decisión hubiese sido otra.

Al pensar sobre nuestro trabajo nos deberemos preguntar: ¿por qué?, ¿para qué?, ¿qué voy a conseguir?, ¿qué quiero lograr?. Es decir, debemos aclarar lo que significa para nosotros, debemos aclarar el nivel de compromiso que estamos dispuestos a aceptar con respecto a esta nueva cosa que llega.

Solo tras este proceso seremos conscientes de lo que tenemos entre manos. De esta forma, nuestra decisión no estará tomada en caliente y la tomaremos con la frialdad,  serenidad y análisis necesario para garantizar una optima elección futura.

En GTD, a este proceso se le llama “procesar o aclarar” dependiendo del libro de David Allen en el que nos fijemos. El nombre es lo de menos porque, al final, no se trata  más que de tomar conciencia acerca de algo que está pendiente de hacer, y de sus consecuencias. Este tomar conciencia es un proceso absolutamente necesario para todo trabajador del conocimiento que quiera resolver “sus cosas” de manera productiva y eficaz.

¿Tienes conciencia de tus compromisos por hacer?, ¿hasta qué punto has pensado sobre ellos?, ¿actúas en caliente o con frialdad y serenidad?

 

José Ignacio Azkue