“Hoy no tengo tiempo…”

“No es el momento de empezar con esto…”

“Lo empiezo la semana que viene… “

“Ahora no…”

“Hoy no me apetece…”

“A primeros de mes, seguro que empiezo…”

¿Cuántas veces hemos dicho y oído estas frases u otras parecidas?

¿Cuántas personas se inscriben en el gimnasio en enero y lo dejan en febrero?, ¿cuántas se prometen, por enésima vez, que van a dejar de fumar, pero empezarán a dejarlo el mes que viene?, ¿cuántos trabajos tenemos que empezar o tenemos que  finalizar y seguirán así hasta que estallen delante de nuestras narices?, ¿cuántas oportunidades hemos dejado pasar porque no hicimos esto o aquello y después nos hemos arrepentido de no haberlo hecho?

Lo malo de actuar así es que no se nos cae la cara de vergüenza, por lo que  seguimos haciéndolo. Sabemos que actuamos mal, pero nos da lo mismo.

Sí, ya sé que me hace sentir mal, sé que no actúo bien e incluso conozco el peaje que tengo que pagar por ello, pero yo ya me conozco y me justifico argumentando lo desastre que soy.

Una manera inconsciente de protegernos y adormecer  la mala conciencia que nos provoca estas situaciones, es mantener y aumentar el desorden a nuestro lado. El tener cada vez más temas y más cosas pendientes de resolver nos permite disponer de más rincones donde arrojar y esconder cuestiones que, o bien nos son desagradables para enfrentarnos a ellas, o bien nos resultan difíciles de resolver.

Además, no nos resulta difícil anestesiar nuestra conciencia: ya sabemos que necesitamos más disciplina.

Esa falta de disciplina la justificamos diciéndonos que lo que queremos es tener más libertad.  Pues bien: esta respuesta no es más que una estratagema para calmar el malestar que nos acucia cuando caemos en la cuenta de manera objetiva en que estamos actuando mal. Cuesta una barbaridad cambiar nuestra forma de proceder.

Podemos definir la disciplina como: “un conjunto de reglas o normas cuyo cumplimiento constante conduce a resultado determinado”.

Lo vemos normal y necesario en un deportista, que debe entrenar con disciplina. También en una actriz que, a fuerza de disciplina, mejora enormemente su técnica interpretativa. O en un piloto, que debido a su disciplina es capaz de actuar con rapidez ante cualquier imprevisto.

Pero para nosotros no, porque nos decimos  que en el trabajo y en nuestra vida la disciplina no es necesaria ni conveniente.

Sin embargo, necesitamos disciplina. Ocurre que, para muchas personas, esta palabra lleva asociadas una serie de ideas negativas que provocan su rechazo. La relacionamos con obligaciones,  generalmente impuestas por terceras personas. Incluso la asociamos con sanciones y castigos cuando la incumplimos.

Nada más erróneo en el caso que nos ocupa. Porque la disciplina debe ser algo que decidamos nosotros y que sea constante en el tiempo.

Cuando decimos que una persona productiva es una persona proactiva, es porque en este caso la persona ha decidido y elegido de manera voluntaria y consciente trabajar o vivir su vida con disciplina, con unas normas.

No se trata de controlarlo todo, de estar apretado en un corsé que nos impida actuar con libertad. Hablamos de responsabilidad, de capacidad para cumplir, de respeto hacia los demás y, sobre todo, hacia nosotros mismos y nuestros compromisos.

Se actúa sin disciplina porque, como he comentado en más de una ocasión, el ser humano tiende, ante varias opciones, a elegir la más fácil, la que le da satisfacción inmediata, en vez de elegir la difícil, la que le va a dar más satisfacción y mejores resultados, pero en un futuro no inmediato. La falta de disciplina nos lleva a aplazar la ejecución de lo que realmente deberíamos hacer de un modo irracional.

Nadie duda ya de  que la productividad personal se basa en unos hábitos que debemos de adquirir o modificar. La disciplina a través de la repetición nos ayudará  a adquirir esos hábitos con los que mejorar nuestra productividad.

Un hábito no es más que una práctica adquirida por la repetición de un acto. Repetimos y repetimos algo de manera voluntaria, hasta que al final, lo realizamos de manera inconsciente. Habremos transformado la repetición de un acto en un hábito, y para ello habremos necesitado de la disciplina proactiva.

Métodos de productividad personal como GTD, comportan unos pasos de obligado cumplimiento  si queremos aplicar en toda su extensión y con toda su potencialidad la metodología. Finalmente,  estos pasos a cumplimentar los deberemos convertir en hábitos.

Cuando hablamos del Flujo de Trabajo de GTD, lo hacemos sobre  unos claros hábitos que debemos de adquirir: capturar, aclarar y organizar, revisar, incluso  elegir qué vamos a hacer, se deben transformar, a través de la repetición y disciplina, en hábitos que nos ayuden a llevar a cabo estos pasos, sin que ello se convierta en una cuesta arriba y un obstáculo que nos parezca  insalvable.

David Allen, hablando en concreto sobre la captura en su libro Haz que funcione, menciona el conseguir el hábito de capturar así como capturar como estilo de vida. Lo conseguiremos cuando nos lo propongamos con disciplina

Si identificamos las cosas que nos ayudan a mejorar la gestión de nuestro trabajo o de nuestra vida, y con la dosis justa de disciplina las convertimos en hábitos, y habremos empezado a dar pasos en el camino hacia el éxito.

¿Eres disciplinado en tu trabajo?

¿Y en tu vida?

¿Qué hábitos identificas que tienes en tu trabajo?

¿Sabes cuáles necesitarías para mejorar tu productividad?

¿Y cuáles deberías eliminar?

 

José Ignacio Azkue