Las distracciones, seamos o no conscientes de ello, son uno de los grandes enemigos de nuestra productividad. Cada vez que estamos concentrados en una tarea y nos distraemos por cualquier motivo, lo paga nuestra productividad. Esto puedo llegar a afectar al trabajo que estemos realizando, a la rentabilidad de nuestra empresa e incluso a nuestra vida personal.

En esta época en la que nos ha tocado vivir, en la que todo cambia rápidamente, en un mundo a menudo caótico, vivimos sobresaturados de información y continuamente bombardeados por toda clase de estímulos. Lo difícil es mantener la concentración en la tarea que necesitemos realizar, ya que las distracciones nos aparecerán de manera reiterada y por múltiples factores.

En productividad podríamos citar sobre este tema la conocida como “Ley de Hutchinson”, que dice: “Si un problema o un trabajo necesita la máxima concentración por nuestra parte, aparecerá en algún momento inesperado una distracción irresistible”.

Cada vez que nos conquiste una, nuestro trabajo sufrirá un frenazo. Además, con casi absoluta seguridad, significará un retroceso sobre lo que estábamos haciendo. El coste dependerá, sin duda alguna, del tiempo que hayamos estado distraídos. Es importante saber que el tiempo que nos robe será más influyente que la distracción misma. Por esa razón, siempre digo que una distracción hace más daño cuanto más dura.

Realmente hay personas a quienes concentrarse les resulta prácticamente imposible. Esto es así porque nuestros hábitos y creencias han cambiado de la misma manera que lo ha hecho la propia naturaleza del trabajo. Nos hemos acostumbrado a estar permanentemente conectados a nuestros teléfonos móviles, a internet, al correo electrónico, e incluso a las redes sociales —aunque estas últimas, en muchas ocasiones, tengan más que ver con nuestra vida privada que con la profesional—.

Y, claro, pagamos un alto precio: el de no ser conscientes de los hábitos tan poco productivos que hemos ido adquiriendo, y de que nuestros condicionamientos mentales o creencias también han cambiado. Realmente pensamos que no podemos desconectarnos del exterior, estamos convencidos de que para nuestro trabajo es necesario responder, de manera inmediata, a cada giro que ocurra en nuestro entorno. “¿Cómo no voy a atender inmediatamente a mi cliente?, ¿cómo no voy a contestar rápidamente a la información que me piden por e-mail?, ¿cómo le voy a decir que no le puedo atender en este momento a un compañero?, ¿cómo no voy a solucionar de inmediato lo que me pide mi jefe? …”.

Con esta actitud, abrimos de par en par las puertas a las continuas distracciones y, como consecuencia, estas nos impiden hacer algo esencial para poder concentrarnos: aislarnos del ruido exterior, de los estímulos que continuamente nos llegan. Para ello tendremos que cerrar las puertas. Esto significa que deberemos identificar qué es lo que nos distrae y poner los medios necesarios para que esa distracción encuentre un obstáculo que le impida llegar hasta nosotros.

Las distracciones en un principio vienen siempre del exterior, y es ahí donde debemos de intentar bloquearlas para que no nos afecten. Ahora bien, si traspasan esa puerta imaginaria, las deberemos gestionar correctamente: de lo contrario, se convertirán en distracciones internas. Serán distracciones producidas por nuestra propia mente.

El primer paso para bloquearlas es identificarlas. Enseguida nos daremos cuenta, si es que no los sabemos ya, de que el teléfono, el correo electrónico, las personas que interactúan con nosotros, etc., son las principales causantes de nuestra desconcentración.

Los tontos actúan distraídamente. El sabio custodia su atención como si fuera su tesoro más precioso”, Buda.

Cuando necesitemos concentrarnos porque debemos de realizar alguna tarea especial que así lo requiera: ¿por qué no optamos por apagar el teléfono, por cerrar nuestro gestor de correo electrónico o cerrar la puerta de nuestro despacho? ¿Por qué no podemos pedir a nuestros compañeros que no nos molesten? Esto no significaría estar todo el día aislado del exterior, pero si queremos mantener la concentración en esa tarea en concreto, habrá que adoptar algunas medidas: deberemos hacer algo para evitar que nos distraigan.

En ese momento aparecerá un gran enemigo que todos tenemos agazapado en la mente y que nos impide en muchas ocasiones actuar de manera más eficiente; nuestras creencias y condicionamientos mentales. Nuestra cabeza nos dirá: “Al cliente hay que atenderle inmediatamente”. “No puedo dejar en la estacada ni a mi jefe ni a mis compañeros”. “Si alguien me llama por teléfono o me envía un e-mail, será por algo importante”. Y, de esta forma, al final nos dejamos distraer porque no cerramos las puertas adecuadas.

Pero tenemos otra fuente de distracción: nuestra propia cabeza. Cuando gestionamos mal nuestros compromisos, o cuando tratamos de recordar de memoria las cosas que nos van surgiendo a lo largo del día, estamos provocando que tarde o temprano estas cosas nos distraigan.

Cuando está demasiado exaltada y excesivamente activa, la mente se distrae con facilidad”, Dalai Lama.

Cuando nos empeñamos en hacer una cosa, pero tenemos en nuestra mente otras veinte, sabemos por experiencia lo que va a ocurrir: no lograremos concentrarnos. Y si lo conseguimos, perderemos la concentración constantemente, porque estas cosas pendientes que almacenamos en la mente irán apareciendo aleatoriamente sin pedirnos permiso, pero con una consecuencia fatal: desconcentrarnos.

Para evitar esto, no queda otra solución que recopilarlas y sacarlas de nuestro pensamiento. Esto no es más que otro hábito: apuntar las ideas y cuestiones que ronden por nuestra mente. Después las deberemos gestionar correctamente y, para ello, contamos con un buen método de productividad, el mismo que explico en mis seminarios.

Un último consejo: practica la meditación para lograr atención plena a través de mindfulness. Esta sencilla práctica te ayudará a recobrar la calma cuando sientas que la estás perdiendo y a mantenerte concentrado, alejando las distracciones de tu cabeza. Te permitirá elegir el foco y no perderlo por causas externas. También te ayudará a mejorar tu capacidad concentración con resultados sorprendentes, ya que aprenderás a centrar tu pensamiento en la tarea o idea que hayas elegido.

 

José Ignacio Azkue