Una persona tranquila y serena, mientras trabaja, muy probablemente no se tome como razones para agobiarse los problemas que le puedan presentar sus clientes, proveedores, compañeros o jefes. Por el contrario, aprovechará cada una de estas situaciones, negativas según otras personas, para analizarlas con la calma y serenidad y tratar de resolverlas del modo más satisfactorio. También aprovechará cada nueva situación para aprender, acumular experiencia, crecer, desarrollarse como profesional y, seguramente, también como persona.

El mundo en el que vives es muy movido, por ello es probable que todos los días te veas envuelto en un continuo trajín, en un vaivén en que el trabajo cambiante te hace moverte, sin tranquilidad y sin descanso, de un lugar a otro.

Desde primera hora de la mañana se dan todas las circunstancias para que empieces a perder la serenidad, sin que aún hayas llegado a tu trabajo. Tienes que levantarte temprano, prepararte el desayuno y desayunar si es que te da tiempo; tal vez, también tengas que preparar a los niños para que vayan a la escuela y llevarlos al colegio o a la parada del autobús escolar después de recordarles lo que tienen que llevar. Por supuesto, te habrás preparado tus cosas, el almuerzo, quizá has cogido el coche para conducir entre el atasco diario o, tal vez, el trasporte público que suele ir abarrotado a esas horas. Para cuando llegas a tu trabajo ya estás, muy probablemente, exhausto, tu serenidad habrá desaparecido y tu día no habrá hecho más que empezar.

Es muy habitual que se asocien la paz, la tranquilidad, la serenidad y el sosiego con vivir lo más alejado posible del bullicio de las ciudades. Probablemente pienses que sólo se dan tales circunstancias en los pueblos pequeños, lejanos y aislados donde no resulta fácil llegar e, incluso, quizás imagines que solo existen en los conventos de clausura.

Pero no te engañes; ese estado de tranquilidad y serenidad no comporta ni supone vivir alejado de los problemas. Ni la vida ni el trabajo son una balsa de aceite ni un mar en calma. Eres tú quien deberá tomar el control mediante la adquisición de las habilidades necesarias para saber enfrentarte a cada contrariedad que se presente de un modo que te permita salir de ellas con la menor cantidad de heridas posible. De forma tranquila y pacífica.

 “La mente tranquila es más rica que una corona” Robert Green.

Las personas que lo consiguen, esas que son tranquilas y serenas, parecen estar, para los demás, en un imposible equilibrio que, diríase, las mantuviese aisladas de este mundo cambiante y agitado. Pero no es así. Por eso, vamos a ver unas ideas que te pueden ayudar a que tú también alcances esa armonía.

  • No asumas nada de forma personal

Quien asume cualquier desavenencia o cualquier contrariedad como algo personal, sufre mucho más. Hay que saber relativizar y encuadrar cada asunto dentro de su contexto y su importancia. Quien no lo hace así, en general da mucha más importancia a los problemas de la que en realidad tienen. Incluso lo hacen con los más banales.

  • Hay que saber desconectar y confiar en los demás

Es necesario aprender a situar cada cosa en su sitio y a separar lo que es trabajo del resto de las áreas de responsabilidad. Demasiadas personas, ni durante los fines de semana consiguen olvidarse de los problemas de su trabajo, y mucho menos son capaces, durante las vacaciones, de apartarse mentalmente de ellos para darse cuenta de que su obligación, en esos momentos, consiste en olvidarse de todo y descansar.

  • Aprender a escuchar, a sentir, a ver

Si hay algo de verdad enriquecedor, es aprender a conectar la realidad que se vive con los propios sentidos y situar a cada cosa en el lugar que le corresponde. Nada aporta más claridad que saber escuchar de forma activa y aprender a separar el ruido de fondo, ése que provoca tanto la propia mente como el entorno, de la verdadera realidad. Cuando se aprende la escucha activa, resulta mucho más fácil sentir la relevancia de lo que ha llegado, incluso captar todas las sensaciones que fluyen desde el conocimiento para abrir la mente al aprendizaje positivo.

Un hombre en calma es como un árbol que da sombra. Las personas que necesitan refugio se acercan a él” Toba Beta.

  • Busca alguna manera de canalizar tus enfados

Enfadarse y sentirse frustrado es, en ocasiones, inevitable, por lo que, cuando se dé tal situación, sería interesante contar con algún canal de desagüe por donde desprenderse de la actitud negativa que se siente. Se debe tratar, por todos los medios, de no llevar estos sentimientos negativos a casa o, de lo contrario, se puede caer en el tremendo error de descargar el enfado y la frustración sobre los seres queridos.

Gestos tan sencillos y simples como salir a dar un paseo, hacer algo de deporte, escuchar música que te haga sentir bien o dedicarle algo de tiempo a alguna de tus aficiones, pueden ayudarte a conducir tu tensión hacia otro foco y situar cada cosa en su contexto.

  • Aceptación y empatía

Es muy difícil o casi imposible, en muchos casos, cambiar a los demás pero, curiosamente, es lo primero que una persona enfadada y poco serena intentará llevar a cabo. Recuerda que es más fácil cambiarse a uno mismo que hacer un cambio en los demás. Acéptalos como son, de la misma manera que querrías que a ti te aceptasen como eres. Reconoce y asume tus propios errores y admite que los demás también pueden cometerlos. La aceptación de esta realidad posibilita la empatía con otros, pues te permite  ponerte en la piel de los demás y, así, entenderlos.

  • Despacio se siente más, se responde de otra manera y se vive mejor

En un mundo V.U.C.A. las personas tranquilas y serenas sean, probablemente, las únicas que no tienen prisa. Y no la tienen porque es muy posible que se hayan parado a reflexionar acerca de sus prioridades hasta definir a dónde y cómo quieren llegar. Las prisas, las urgencias, la ligereza y los malos sentimientos son los peores consejeros. Establecer un ritmo asumible y veraz es tan imprescindible como conocer el sendero a transitar. Si cada paso que das lo haces de forma pausada y serena, seguro que tu actitud será mucho más positiva y todo tendrá mejor sabor.

Procura relajarte y serenarte para confiar más en aquellas personas que habrás identificado, desde la tranquilidad, como adecuadas. El arrebato y la inseguridad llevan a la desconfianza, de donde nacen la sospecha y las ideas negativas que, a la postre, te llevarán a un estado de alerta continuo y de inquietud permanente.

Las personas tranquilas y serenas fortalecen sus conexiones con los demás. No desestimes el poder que pueden llegar a tener estas cualidades. Desde la calma interior se decide mejor y, seguramente, con más posibilidades de hacerlo acertadamente. No hay duda de que, a veces, los mejores cambios empiezan desde la paz que dan la tranquilidad y el silencio.

 

 

José Ignacio Azkue