Para empezar a hacer algo nuevo, hay que tener una cierta dosis de valor, primero, porque no es fácil y, segundo, porque puede provocar mucho rechazo enfrentarse a algo desconocido, a algo que no se controla, a algo en lo que se desconoce, a ciencia cierta, si los resultados van a ser satisfactorios. Esta incertidumbre puede causar desasosiego y temor ante lo desconocido, provocando que muchas personas se queden paralizadas y prefieran seguir como están, con sus problemas, antes que luchar contra algo nuevo y que, es muy probable que, sientan como algo que escape a su control.

Todo cambio, en general, provoca una cierta desconfianza a la que acompañan ciertas sensaciones negativas. No importa que se trate de usar un nuevo método de productividad o de modificar la dieta alimentaria para comer más saludablemente, o un cambio de puesto de trabajo; aunque seas consciente de que lo que haces actualmente no te gusta o te desagrade tu entorno.

Todo cambio importante necesita de una buena dosis de arrojo y valentía, y cambiar nuestra manera de trabajar y de gestionar nuestros compromisos no va a ser menos, ya que, en la mayoría de las ocasiones, poner en marcha e implementar un método de productividad, que es lo que nos ocupa, va a suponer un cambio importante para cualquier persona, porque afectará de manera importante a sus hábitos y a sus creencias.

El hombre valiente no es el que no siente miedo, sino aquel que conquista ese miedo”, afirmaba Nelson Mandela. Y cada vez que imparto un seminario, veo diferentes tipos de actitudes ante ese miedo, ante la novedad que representa adquirir nuevos conocimientos, y la posibilidad de hacer un importante cambio interior. Veo que unas personas no lo superan, se las ve reacias a luchar contra sus hábitos y creencias y es palpable que muchas de ellas ya se han rendido antes de iniciar cualquier pequeño cambio. Por otro lado, veo que otras sí quieren mejorar, que tienen ganas de avanzar en su desarrollo personal y profesional, personas curiosas ante algo novedoso y que sienten la necesidad perentoria de cambiar; ellas sí se sienten motivadas a superar su miedo.

A este último grupo de personas, a los que han decidido cambiar para implementar un método de productividad, hay que decirles que son verdaderamente valientes.

Quizá te preguntes: “¿Por qué tengo que ser valiente?”. Y la respuesta es muy sencilla, porque tienes que hacer cambios reales y, en muchas ocasiones, serán cambios drásticos en la manera de gestionar tu vida y tus compromisos. Por desgracia, no se trata, simplemente, de asistir a un seminario o de leer un libro, tampoco basta para cambiar y mejorar con seguir los numerosos blog y debates que existen sobre el tema. Hay que saber por dónde empezar, hay que identificar qué cambiar, hay que conocer los enemigos que vas a tener dentro de tu propia persona, y eso puede resultar muy duro, sobre todo, si lo quieres hacer tú solo.

Hay algunas personas que parece que tienen adicción al estrés, que les gusta trabajar bajo presión, que les atrae sentirse al borde del precipicio, que necesitan de una sobredosis de adrenalina para, según ellas, rendir a tope. Pienso que están muy equivocadas y que, seguramente, no hayan visto las ventajas de trabajar de otra manera o, probablemente, no tengan el valor necesario para iniciar ciertos cambios que solucionen esta situación.

Nadie es adicto al dolor de cabeza y todo el mundo sabe que, cuando se padece, la solución, en la mayoría de los casos, es relativamente fácil y sencilla. Con tomar un calmante, en general, es suficiente para que se nos pase el dolor o las molestias.

Pero en materia de productividad la solución no es tan sencilla y no existe ninguna pastilla que solucione el problema; de ser así, todo esto sería mucho más fácil y no se necesitaría ser un valiente.

Si mejorar fuera gratis, o dependiera de una pastilla, todo el mundo lo haría. El problema es que no hay tantos candidatos dispuestos a pagar el precio de la incomodidad, del sacrificio, del esfuerzo, incluso, por qué no, del dolor que supone cambiar hábitos, actitudes y creencias. No todo el mundo se siente con fuerzas para emprender un camino incierto que le lleve a cambiar y a transformarse en una persona más productiva.

No existe un facultativo que pueda intervenir en la cabeza de una persona para hacerle cambiar la manera en la que gestiona su trabajo. Lo que hay son profesionales, algunos bien formados y con experiencia, que conocen su método a la perfección y te pueden ayudar a identificar los cambios que tienes que dar y los pasos a seguir. Y, aquí sí, la valentía, las ganas y la perseverancia la tendrás que poner tú.

La dificultad para mejorar la productividad radica en el cambio. Y te podrías preguntar: “¿Por qué esas personas que sienten, tan claramente, que necesitan cambiar no lo consiguen?”. La respuesta la podrías encontrar en el rechazo que, en general, provocan el cambio y la incertidumbre.

Ante un reto que suponga un cambio, lo único seguro es que no se sabe lo que se va a conseguir. Y esa incertidumbre es el verdadero freno, que resulta más convincente, para ciertas personas, que el potencial beneficio que se pueda conseguir.

Por eso digo que implementar e interiorizar los cambios necesarios para mejorar la productividad es para valientes, porque hay que serlo, en realidad, para que una persona sea capaz de enfrentarse y emprender, de verdad, la labor del cambio.

Porque se va a tener que enfrentar a una realidad y va a tener que partir de una situación, muchas veces, extrema: de estrés e incertidumbre, de exceso de trabajo, de descontrol ante el entorno, etc., para enfrentarse a un cambio que no se sabe si le dará los resultados esperados y del que ignora el tiempo que tendrá que invertir para lograrlos. También puede que intuya que va a necesitar hacer un importante esfuerzo adicional para lograrlo, contando unos recursos siempre escasos para poderlos dedicar al cambio.

Tal vez esa sea la razón por la que alguna gente inicia ciertos cambios dando, tan solo, unos tímidos pasos, para terminar por renunciar y rendirse, antes de conseguir prácticamente nada.

Más vale malo conocido, que bueno por conocer”. Este antiguo dicho, que además es una creencia muy extendida, se activa en muchas personas ante el cambio y les hace detenerse. A través de su lógica, puede que entiendan la necesidad de hacer algo para cambiar, puede que vean los beneficios de usar y aplicar unos principios de productividad, pero es muy fácil que sus creencias y su estado anímico les frenen y les hagan fracasar, incluso antes de empezar.

Pensemos en una persona en mal estado emocional, es decir, estresada y saturada de trabajo; si tratamos de que haga un esfuerzo por cambiar, se sentirá como si estuviera en medio del mar, rodeada de tiburones que merodean a su alrededor con malas intenciones. A esta persona no le va importar la temperatura del agua, ni que la natación sea un ejercicio muy saludable. Su mente no va a estar para “esas historias”, estará asustado, digámoslo de otra manera: estresado, y lo único que llamará su atención de verdad y le preocupará serán los tiburones, es decir, todos los fuegos que tiene que apagar en su trabajo.

Tal vez, el mejor momento para ayudar a una persona a mejorar su productividad sea en un momento en que no esté demasiado agobiada ya que, si está en una mala etapa, será más difícil que se centre en los cambios.

Si partimos de esta situación, es más fácil que el método avance paulatinamente y de manera constante, sin estridencias, y no nos deberá preocupar buscar la perfección desde el comienzo, sino la motivación para no caer en el estrés. El tiempo, la práctica y los buenos consejos harán el resto.

El cambio es para valientes, sí, pero también para los que quieren vivir mejor.

 

José Ignacio Azkue