En nuestro trabajo diario e, incluso, en el resto de nuestra vida diaria, la actitud con la que hagamos frente a las cosas que van apareciendo delante de nuestros ojos va a determinar nuestra efectividad y va a ser decisiva a la hora de conseguir lo que deseamos.

Todas las personas, seamos conscientes de ello o no, tenemos nuestras propias actitudes que nos empujan a elegir determinadas opciones. Y como consecuencia, nos llevan a responder de manera positiva o negativa ante otra persona, ante un grupo de personas, ante un compromiso, ante una situación o ante una idea que se nos presenta. Por tanto, podríamos decir que la actitud que adoptamos es el estado mental que tenemos cuando nos enfrentamos o acercamos a una persona o a una situación determinada o nueva.

Con mucha frecuencia, y en muchas ocasiones influenciados por los hábitos y creencias que hemos adquirido a lo largo de nuestra vida, la actitud que podamos tomar ante estas circunstancias predispone al individuo a reaccionar de una manera específica. Si conociéramos la actitud de los individuos, eso nos permitiría en ocasiones prever cuál será su comportamiento, tanto en la empresa como en el resto de sus áreas personales.

La actitud positiva, aunque sea susceptible de mejora, no nos preocupa por el momento. Son  las negativas las tenemos que identificar y tratar de cambiarlas para que su influencia no afecte a nuestra vida. Veamos algunas de ellas.

Darse la vuelta ante el primer conflicto. Una parte muy importante del trabajador del conocimiento es poder enfrentarse y resolver los conflictos que llegan a diario. Es característico hoy en día, que el trabajo sea ambiguo y complejo, por lo que debemos aprender que para desarrollarlo correctamente hay que enfrentarse a él cara a cara, y la mejor solución reside en pararse a pensar sobre lo que te ha llegado en cuanto tengas la debida oportunidad.

Hemos de pensar en nuestro trabajo y evitar mirar hacia otro lado dejando que el problema crezca o se enquiste. Debemos  anticiparnos o, de lo contrario, terminará explotando algo delante de nuestras narices. Debemos hacer las cosas cuando son necesarias, no cuando son desesperadamente necesarias.

No podemos resolver problemas pensando de la misma manera que cuando los creamos”. A. Einstein

Quejarse por todo. Es normal que en ocasiones no estemos de acuerdo con alguna cosa o en cómo vayan desarrollándose ciertos acontecimientos. Pero hay algunas personas que nunca están conformes con nada. Si se les da cierta responsabilidad se sienten mal, pero si ésta recae en otro compañero aparece la envidia. Si se les  asignan ciertas tareas porque se les asigna, y siempre es a él, al que con más trabajo se le carga; en caso contrario porque pensará que se le está boicoteando la posibilidad de un reconocimiento, o porque no se le considera capaz, pese a serlo. Y así, probablemente, tendrá unas cuantas supuestas razones más.

Las decisiones sobre responsabilidades o sobre el simple reparto de las tareas no pueden contentar a todos los miembros de una organización; hay que partir de la base de que habrá  ocasiones en las que salgamos beneficiados y, obviamente, otras donde se nos perjudique. Una actitud indeseable sería exaltar únicamente los aspectos negativos.

No pedir ayuda. Hay personas que evitan buscar ayuda cuando tienen algún problema; la suelen pedir sólo cuando su situación es desesperada, no buscan apoyo hasta que sienten que el barco se está hundiendo. En general suelen tener un cierto miedo a ser rechazados por pedir ayuda, pero también suele ocurrirles  por desinterés en  el trabajo que se realiza, o por negar la realidad y no creer que se necesitaba ese apoyo.

Algunas personas pueden sentir la necesidad de alguna colaboración para cumplimentar ciertos trabajos, y  sin embargo  tienen miedo de pedirla. Su conclusión es que, si piden ayuda, los demás van a pensar que no puede, él solo, con su trabajo.  La realidad demuestra que alguien que sabe pedir ayuda a tiempo puede ser más competente y productivo que alguien que prefiere arreglárselas solo.

Al pedir ayuda se abre un círculo que no se cierra hasta que se reconoce la ayuda prestada y  la labor del otro. Si no se es capaz de agradecer de manera sincera el auxilio prestado, y si no se es  capaz de devolver el favor en el futuro, se corre el riesgo de no volver a recibir ningún apoyo.

Nuestro mayor tesoro es la capacidad para recurrir a quienes pueden aconsejarnos cuando nos fallan nuestros recursos”. Napoleón Hill

El resistente. La resistencia al cambio puede ser normal hasta cierto punto, ya que por naturaleza la mayoría de las personas prefieren moverse dentro de los parámetros que conocen, frente a explorar y asimilar cambios y nuevas formas. Esto es debido a que todo cambio hace percibir un sentimiento de pérdida de control. Pero cuando es constante esta resistencia y se enfoca a cualquier cambio en los procedimientos o en los medios del trabajo, puede impactar seriamente en el desempeño y en la productividad.

La resistencia crónica, al final puede presentar una serie de sutiles consecuencias, que tal vez cueste tiempo verlas aflorar, pero que estarán afectando al trabajo de estas personas. Es muy probable que se dé una pérdida de lealtad para con la organización, o una pérdida de motivación para trabajar, o lo que podríamos denominar ausentismo presencial, o un mayor número de errores o equivocaciones e incluso más pérdidas de jornadas de trabajo por enfermedades.

No es el más fuerte ni el más inteligente el que sobrevive, si no el más capaz de adaptarse a los cambios” Darwin

El perfeccionista. Es importante, si buscamos la efectividad, perseguir y luchar por la calidad de tu trabajo. Para el perfeccionista, la palabra calidad representa una verdadera obsesión por el resultado final. La excelencia puede ser un buen síntoma de madurez profesional y personal, y es la base sobre la que debemos trabajar si queremos que se nos reconozca y recuerde como unos excelentes profesionales.

Ahora bien, el problema surge cuando esa búsqueda de la perfección nos lleva por el camino equivocado. Es decir, cuando pretendemos pulir hasta el último detalle, dar vueltas  a todo y seguir buscando nuevos fallos o nuevas formas de mejorar lo bien hecho, porque esta actitud nos puede llevar al bloqueo, y a no ver el final de nuestro trabajo.

El perfeccionismo obsesivo te aleja de tu efectividad y reduce tu productividad  porque te obliga a dedicarle demasiados recursos, que podrías dedicar a otras cosas, para perseguir mejoras que en realidad suponen muy poco para la calidad global del trabajo. Además, a las personas con esta actitud, les cuesta mucho lograr la satisfacción que se siente al ver hecho y finalizado bien un trabajo.

Actitudes como éstas, si son recurrentes, nos perjudican porque frenan nuestra capacidad para desempeñar de manera correcta y óptima nuestro trabajo, por tanto reducen nuestra productividad y efectividad. ¿Te identificas o conoces compañeros con estas actitudes ante la vida o el trabajo?

 

José Ignacio Azkue