Hace unos días, Jakes Goikoetxea, periodista del diario Berria, se puso en contacto conmigo porque quería escribir un artículo sobre la procrastinación en su periódico. Me llamó como experto en productividad y porque sabía que había escrito varios artículos sobre ese tema en mi blog.

Dado que en este periódico todas las publicaciones son en euskera, tras pedir el correspondiente permiso al periodista he traducido el artículo para que lo podáis leer en mi blog, ya que me ha parecido interesante. Espero que lo disfrutéis.

La procrastinación

Posponer trabajos o quehaceres y reemplazarlos por tareas más simples, apetecibles o placenteras, es una costumbre muy antigua y que, a su vez, está muy extendida a todos los niveles. Es más, se cae en esta tentación incluso a sabiendas de que esa tarea que estamos posponiendo se tendrá que hacer más tarde. Lo llaman “procrastinación” y es un comportamiento irracional inherente al ser humano.

Posponer las obligaciones

La procrastinación es una forma de actuar que se puede transformar en un hábito y que es un comportamiento muy generalizado; incluso podríamos asegurar que es una característica humana.

¿Quién no ha pospuesto un trabajo y obligación y se ha dejado seducir por alguna tarea más tentadora y placentera? Además, cuando esto ocurre, se sabe de sobra, las sombras y las cargas emotivas que nos van a producir estos deberes pospuestos permanecerán ahí, molestando, hasta que finalmente los hagamos con prisa, pasándolo mal y haciéndolo peor en la inmensa mayoría de las veces.

Es un vocablo que proviene del latín

La palabra procrastinación proviene del latín procastinare y significa “dejar algo para mañana”. Además, hay otra palabra en esta lengua muerta para cuando se retrasan aún más las tareas: perendinare, o lo que es lo mismo, cuando se dejan las tareas para pasado mañana. Es un hábito tan antiguo que ya los romanos, en aquellas épocas, lo identificaron con un acto humano porque entonces ya sucedía. El escritor navarro Pedro Agerre Axular (Urdax, Navarra, España; 1556 – Sara, Francia; 1644), que escribía en euskera, lo tradujo como lo que hoy conocemos como “gero” (“luego” en castellano), término que hoy en día los vascoparlantes siguen usando.

La procrastinación es un fenómeno muy antiguo que ha llegado hasta nuestros días y ha sido identificado como un problema que hay que solucionar, por lo que existen numerosos libros, sitios web y expertos que lo mencionan. Esto ha llevado a que haya decenas de estudios basados ​​en el funcionamiento del cerebro y el comportamiento humano en los que se trata de analizar la procrastinación. Paradójicamente, al estudiarla, ha aparecido una forma de actuar que representaría lo contrario. Se da cuando ciertas personas sienten la necesidad de comenzar a trabajar sobre algo de manera inmediata para terminarlo lo antes posible. Este hábito no está tan extendido como la procrastinación.

La procrastinación no consiste simplemente en retrasar algo. No se da, por ejemplo, en el caso en que la decisión de aplazar algo venga justificada por una prioridad que lleva a elegir una tarea relevante a realizar, aplazando otra que no lo sea tanto.

En el caso de la procrastinación, cualquiera que caiga entre sus redes y retrase sus quehaceres, sabe que está evitando sus obligaciones y, a la vez, es consciente de que esto le causará algún tipo de daño, aunque le resulte difícil evitarlo. De hecho, la procrastinación representa una toma de decisión irracional, ya que no tiene ningún sentido lógico elegir voluntariamente una mala decisión sobre lo siguiente que voy a hacer. Parafraseando a Piers Steel, profesor de la Universidad de Calgary (Canadá) y líder en la investigación de la procrastinación, “es una forma de autodestrucción”. “Se trata de lastimarse a uno mismo”.

Ocurre en todos los aspectos de la vida

Frecuentemente, retrasar las tareas se explica como un fenómeno relacionado con las obligaciones profesionales, pero ocurre en todas las áreas de la vida. Podría retrasar la limpieza del ático, el armario o el garaje, o retrasar una llamada al médico. En el caso de algunas de estas tareas, que atañen a nuestra vida particular, la demora puede ser casi ilimitada, ya que muchas de ellas, como hay que hacerlas durante el fin de semana, donde seguramente que nos encontraremos con otras compromisos más tentadoras y agradables, que nos pueden llevar a procrastinar, reiteradamente, ciertas obligaciones. Retrasar tareas en un área de la vida no significa hacerlo en otras.

Un ejemplo muy claro y frecuente de procrastinación se da en las metas u objetivos que se suelen marcar a principios de año: adelgazar, dejar de fumar, aprender idiomas… El motivo por el que fallamos en nuestros propósitos es porque procrastinamos lo que se debería hacer porque se plantean mal.

Si hubiera que señalar un perfil especialmente propenso a estas prácticas, Peers Steel en su célebre libro Procrastinación. Por qué dejamos para mañana lo que podemos hacer hoy, señala a los estudiantes como los grandes practicantes de esta manera de actuar, ya que su optimismo a la hora de gestionar sus obligaciones —como son los exámenes y los trabajos que presentar— los lleva a posponer lo que deberían hacer y distraerse con otras tareas más agradables a corto plazo.

“El problema de la procrastinación es que se puede transformar en un hábito”, dice José Ignacio Azkue. Este experto en productividad, socio y fundador de Depro Consultores, ofrece cursos y seminarios sobre productividad a empresas en los que también se ocupa de la procrastinación. “En lugar de las obligaciones que nos pueden costar esfuerzo llevarlas a cabo, hacemos otras tareas que nos resultan más atractivas a corto plazo. Entonces el cerebro premia este hecho con pequeñas dosis de dopamina que nos proporcionan cierta sensación placentera, y que nos hace sentir bien en ese momento”.

También tiene consecuencias

Sin embargo, el aplazamiento de esos trabajos tiene ciertamente consecuencias. El procrastinador sabe que tiene obligaciones que cumplir: “Sabes que no estás haciendo lo que debes y terminas teniendo sentimientos negativos, incluso puedes llegar a pensar que no tienes remedio, y acaban aflorando algunas emociones que te hacen sentir mal por tu comportamiento (…). Provoca un gran sentimiento de culpa», dijo Pablo Gómez de Maintenant, psicólogo clínico y exprofesor de psicopatología en la Universidad de Deusto. «Fortalece los sentimientos de culpa e inferioridad».

José Ignacio Azkue señala que la procrastinación también puede hipotecar la productividad, porque no hacer ahora lo que debes te obligará a hacerlo más tarde, con lo cual, compromisos futuros se verán afectados cuando no quede más remedio que atender lo que se había aplazado.

También señala este consultor en productividad que esta tendencia a retrasar las tareas puede indicar dos competencias a mejorar: por un lado, una efectiva organización del trabajo y, por otro, una correcta gestión de las emociones negativas que pueden generar ciertos tipos de tareas.

«La procrastinación es un problema en la regulación de las emociones, no una cuestión de gestión del tiempo», apunta Tim Pychyl, psicólogo de la Universidad Carleton en Ottawa y miembro del Grupo de Investigación de la Procrastinación. Los deberes se retrasan para evitar las emociones asociadas con los mismos. Como concluyeron Pychyle y sus compañeros de equipo en un estudio de 2013: hay que controlar y corregir los estados de ánimo negativos en la procrastinación, no en el trabajo.

Los cambios de humor negativos provocados por un trabajo u obligación incluyen ansiedad, aburrimiento, problemas de autoestima, miedo, frustración, inseguridad… El aplazamiento del trabajo puede reforzar las emociones negativas hasta el punto de convertirse en un círculo vicioso, incapaz de controlarse. También aumenta el estrés.

A pesar de ser una tendencia humana inherente, puede convertirse en un problema. “No aparece en los manuales oficiales de psicopatología”, explica Gómez de Maintenant. «Los psicólogos lo trabajamos mucho, pero no lo llamamos procrastinación, es un comportamiento para evitar cosas o responsabilidades».

Más tentaciones

“Aparece en ciertos trastornos; tiene su origen en otros desórdenes”, añadió. Estos incluyen depresión, trastorno obsesivo compulsivo y adicciones, «especialmente tecnológicas«. “Por lo general, la procrastinación suele estar relacionada con otros problemas psicológicos y psicopatológicos; a veces pueden aparecer disfrazados con otros síntomas. En el peor de los casos, tiene consecuencias personales y también afecta las relaciones con los familiares.

En términos de casuística y origen, es diverso. «Yo, como psicólogo clínico», explica Gómez de Maintenant, «le doy gran importancia a los factores relacionados con la educación y la socialización», aunque dice que cada caso es único.

A menudo, el aplazamiento de los deberes se asocia con la pereza. No tienen nada que ver, según Azkue y Gómez de Maintenant; ellos creen que otros factores son más importantes. Azkue mencionó cuatro razones principales: miedo a hacer algo, mala organización del trabajo, falta de energía o falta de claridad sobre el trabajo a llevar a cabo.

Puede ser comprensible retrasar el momento de embarcarse en un gran trabajo porque las medidas de lo que debe hacerse pueden asustar o, por ejemplo, que la tarea requiera mucho esfuerzo. Pero las pequeñas tareas también se pueden posponer: hacer una llamada telefónica, por ejemplo.

“Desde hace unos años el cambio en la forma de trabajar ha facilitado posponer tareas, ya que la naturaleza del propio trabajo ha cambiado sustancialmente”, señala José Ignacio Azkue. “El desarrollo de la tecnología y de la informática nos ha llevado a una hiperconectividad en la que todo nos llega de inmediato (…). Como consecuencia, en todas las áreas de nuestra vida estamos constantemente rodeados de tentaciones y distracciones que acaparan nuestra atención, tentándonos para que llevemos a cabo tareas más fáciles que no son una prioridad. Eso nos hace más sencillo posponer el trabajo». Estas distracciones, evidentemente, son pasatiempos más atractivos para el cerebro que las cosas que requieren trabajo y esfuerzo.

Teletrabajo, COVID-19 y procrastinación

Muchos empleados, como consecuencia de la COVID-19, han tenido que trasladar sus quehaceres profesionales desde su lugar de trabajo, su empresa, a su casa. Y se han encontrado, en muchos casos, con una realidad muy poco atractiva: muchas personas han tenido que compartir espacio y recursos limitados con sus familiares a la hora de desempeñar sus obligaciones; los horarios se han vuelto líquidos y en muchas ocasiones ha habido que estirarlos más de lo debido; ha resultado muy difícil tener un área de trabajo privada en casa, ya que se comparten con las de ocio con el resto de los convivientes. Se han cambiado a los compañeros de trabajo por la familia.

José Ignacio Azkue quiso enfatizar en que el problema en sí no está en el teletrabajo, sino en que las empresas y los empleados, en su mayoría, no estaban preparados para teletrabajar correctamente desde casa: “Se ha improvisado constantemente; ha sido como saltar de un avión sin paracaídas”.

Dice este consultor que “el teletrabajo era muy efectivo antes de la pandemia en aquellas empresas y con aquellos trabajadores preparados y habituados a llevarlo a cabo desde sus casas. Ahora, para muchos, ha resultado un tremendo desengaño por las condiciones en las que se han encontrado. Además, entre otros problemas, se han visto con un notable incremento de reuniones, de conexiones online con sus compañeros e incluso con un incremento del control sobre su trabajo. Esta nueva situación puede conducir a una mayor procrastinación, no por el teletrabajo en sí, sino por las condiciones en que se realiza desde casa».

Él cree y afirma que tener ciertas competencias sobre cómo organizar con efectividad las tareas puede dificultar la postergación: «Si tienes tareas bien definidas y organizadas, es muy fácil elegir bien tu próximo trabajo».

Hay una recomendación clásica para evitar que se dé un sentimiento de rechazo hacia esas tareas grandes a la hora de tener que realizarlas; consiste en dividir o fraccionar ese gran trabajo en tareas más pequeñas y hacerlas gradualmente. También hay otras cuestiones a la hora de evitar la procrastinación como pueden ser: organizar bien tu trabajo, establecer prioridades, fijar metas claras que puedas lograr, no estresarte demasiado, compartir o delegar tareas, recompensarte cuando alcances una meta, etcétera.

Retrasar las tareas es un problema cuando se realiza de manera irracional, como es en el caso de la procrastinación, pero, y aunque parezca una paradoja, según Azkue hacerlo de manera inteligente es la clave de la productividad: «El secreto del trabajo productivo y efectivo consiste en aprender a retrasar una tarea al momento adecuado para hacerla. Es decir, saber qué se puede hacer bien en cada momento. Hay que saber adaptar el trabajo a la propia situación, emoción y capacidad del trabajador en cada circunstancia”.

Podéis leer el original más abajo.

 

Traducido por José Ignacio Azkue