¿Por qué? o ¿para qué?, preguntas mágicas que tantas dudas despejan y que, en ocasiones, tantas cuestiones plantean porque suelen ser desencadenantes de nuevas preguntas.

Preguntarnos  ¿por qué? o ¿para qué? nos ayudaría, en muchas ocasiones, a rechazar cosas que nos llegan y que aceptamos con toda naturalidad precisamente por no hacernos estas preguntas. Tal  aceptación no siempre es racional,  y ocasiona que muchas veces  nos sintamos mal por no poder dar abasto con todo lo que tenemos pendiente de hacer.

El hacernos estas preguntas ¿esto que me llega por qué lo voy a aceptar?, ¿por qué tengo que hacer algo con esto?, ¿para qué quiero hacerlo?, no nos va a hacer daño,  y sin embargo nos ayudará a definir el propósito de lo que vamos a hacer. Sin embargo, y a pesar de este claro beneficio, nos cuesta hacerlo y terminamos por no cuestionárnoslo.

Todos quisiéramos tener un asistente personal que nos filtrara las llamadas, los correos; en fin, todo lo que nos entra, para poder trabajar con más concentración e intensidad. En nuestro quehacer diario nos serviría como filtro para eliminar cosas innecesarias, pero sobre todo para aclarar nuestros compromisos con un nivel superior, a partir de los diversos niveles de focalización que nos da la perspectiva.

¿Por qué, para qué voy a esa reunión?, ¿Por qué, para qué tengo que leer este informe que me acaba de llegar?, ¿por qué, para qué tengo que comparar yo los precios de ese competidor?, ¿por qué, para qué tengo que buscar yo el restaurante para la cena del sábado?…

Cuando te encuentras en medio de un terremoto montado en un monociclo, haciendo juegos malabares con sierras mecánicas, la única forma de sobrevivir es dejar bien fijado todo lo  que puedas, para lidiar con lo que no puedes fijar” Stephen Chakwin.

En realidad, es muy fácil dejarnos atrapar por todos estos compromisos y más fácil, y sobre todo más cómodo, no cuestionarnos nada y seguir tratando de avanzar aunque el esfuerzo sea grande.  Pero en demasiadas ocasiones y, sobre todo, cuando hemos de tomar una decisión difícil  y no sabemos qué camino debemos escoger, no nos queda más remedio que buscar el propósito que pretendemos con nuestras acciones.

Precisamente es eso lo que encontramos cuando nos hacemos esas preguntas: ¿Por qué?, ¿para qué? Respondernos a estas cuestiones  nos permite conocer claramente el propósito de cualquier cosa que queramos hacer. Este conocimiento es una premisa necesaria para tener más claridad a la hora de tomar decisiones, no solo para saber si lo debemos de hacer o no, sino también para saber cómo lo vamos a hacer.

Dirige tus asuntos, o ellos te dirigirán a ti” Benjamín Franklin.

David Allen en su libro “Organízate con eficacia” señala seis beneficios muy claros que podemos obtener si nos respondemos a estas preguntas:

  • Define el éxito
  • Genera criterios para la toma de decisiones
  • Distribuye recursos
  • Motiva
  • Clarifica el enfoque
  • Hace aumentar las opciones

Dedicar tan sólo un poco de nuestro tiempo a pensar y escribir cuál es la razón, qué es lo que buscamos cuando se nos presenta un compromiso o cuando hacemos algo, nos permitirá tener una perspectiva mucho más clara de lo que podemos obtener y probablemente de lo que estamos dejando de obtener. Por tanto, tendremos elementos objetivos para decidir si hacer o no hacer, y darle la importancia que tiene de acuerdo a nuestros planes y nuestros objetivos.

Decidas lo que decidas, si está dentro de tu propósito, te dará fuerza para tomar decisiones. Ahí radicará una parte importante de tu éxito, y no te importarán o te influirán tanto, ni la decisión, ni los juicios de otros.

¿Conoces el propósito de tus acciones?, ¿lo has meditado antes de ponerte a hacer cosas?, ¿tienes la claridad necesaria para tomar decisiones sobre qué hacer?

 

José Ignacio Azkue