Hay muchas personas que piensan que el trabajo duro y sin descanso es la clave del éxito y, aunque esto que voy a afirmar pueda sonar mal, en mi opinión, esta es una idea o una creencia completamente absurda y trasnochada. Trabajar duro y sin descanso tiene muy poco que ver con el éxito y menos aún con la productividad.

El éxito y la productividad están relacionadas con otras ideas como pueden ser la capacidad para focalizarte, la facilidad para concentrarte en el trabajo que vas a hacer, la habilidad para evitar las distracciones, la facultad para gestionar las interrupciones, la claridad de tus ideas sobre tus prioridades y, sobre todo, hacer bien lo que debes de hacer y dejar en un segundo plano el resto de cosas.

Sin embargo, en diferentes redes sociales encontramos cantidad de información y publicaciones, incluso apoyadas por testimonios de personajes relevantes, en las que se afirma, principalmente, que trabajar muchas horas semanales y más duro que los que te puedan hacer sombra o ser tus competidores te asegurará, en gran medida, el éxito.

Esto es falso y, además, hace mucho daño. La ciencia ha demostrado que más allá de 50 horas trabajadas, incluso en muchos casos antes, la productividad, la capacidad de dar respuesta a problemas complejos y la facultad de concentración disminuye de manera exponencial y en todos los casos. Si este exceso de horas trabajadas se prolonga en el tiempo, afectará negativamente a otros aspectos de la vida de cualquier persona.

Situaciones como esta terminan dañando el descanso, el cuidado personal, las relaciones de pareja, y también llegan a provocar una cierta desconexión social, entre otras cosas. También terminan por disminuir la capacidad cognitiva, el rendimiento e, incluso, pueden llegar a acelerar el envejecimiento.

En general, cuando una persona trabaja muchas horas, paradójicamente, tiene la sensación de que no aprovecha bien su tiempo. En su mente se instala una constante lucha entre quitarse la mayor cantidad de trabajo posible y la de atender sus prioridades. En realidad, se produce un efecto por el cual las trivialidades cobran importancia y protagonismo, mientras que lo realmente importante pasa a un segundo plano.

Esta persona trabaja gran parte de su jornada en una zona incómoda y gris, sin perspectiva clara, en la que va aumentando su desazón, porque siente que no cumple con sus principales compromisos, percibe que no tiene tiempo para todo, y no ve la manera de gestionar correctamente todo lo que tiene pendiente. Se siente como una víctima de una realidad descolorida y de unas circunstancias poco favorables que le rodean.

Imagina una persona concentrada en su trabajo, que está revisando un procedimiento complejo en el que se ha producido una no conformidad con un consiguiente rechazo por parte de un cliente, cuando por su cabeza cruza un flash recordándole un plan que tiene con sus amigos para el fin de semana. Esta distracción le lleva a consultar en el móvil la previsión del tiempo que anuncian para esos días. Mientras lo hace, ve un anuncio en el navegador sobre un disco duro, similar al que ha consultado en Amazon esta misma semana. Tras navegar unos minutos viendo diferentes ofertas sobre otros discos similares, se da cuenta de que tiene varios correos pendientes de leer. Los revisa y se pone a contestar unos cuantos y, aunque ha visto que no eran urgentes, ha pensado que no le llevarán mucho tiempo despacharlos, pero al final les ha dedicado más de media hora. Consciente de que se está dispersando y de que ha malgastado casi una hora de trabajo, trata de centrarse de nuevo en algo importante y, para ello, coge un expediente que le ha traído su jefe esta mañana y se pone a revisarlo, a pesar de que no tiene ninguna urgencia. Ni tan siquiera se acuerda de que la no conformidad a la que estaba atendiendo se ha quedado a medio gestionar y ha desaparecido de su horizonte de preocupación.

¿Te suena? Trabajo disperso, mal fraccionado, tareas sin terminar, falta de organización, distracciones…, y al final, la misma sensación de siempre: no tengo tiempo para hacer todo, otro día que es un desastre y, sin embargo, no he parado de trabajar.

Es muy probable que esta persona, con la que tal vez te sientas identificada, haya trabajado mucho y haya hecho muchas cosas. Pero sin duda, el error que puede estar cometiendo es confundir la cantidad de tiempo dedicado a trabajar con la cantidad de resultado obtenido. Por lo que yo veo a través de las personas que asisten a mis seminarios, muchos profesionales se dejan tentar por la cantidad de trabajo que ven que tienen que terminar, permiten que la perspectiva que deberían tener sobre sus prioridades quede nublada por el exceso de trabajo, con lo que su preocupación se traslada a quitarse la mayor cantidad de cosas, en vez de concentrarse en atender sus prioridades.

Debemos ser conscientes de que no todas las horas en las que se esta trabajando son iguales ni se rinde de la misma manera. Y, en España, no hay una cultura de potenciar las mejores horas, aquellas en las que una persona rinde más y puede ser más productiva. Por el contrario, la cultura más extendida consiste en ponerse a trabajar en cualquier cosa con tal de quitarse de encima la mayor cantidad de trabajo posible, y esto reduce considerablemente la productividad de cualquier profesional y le hace desaprovechar esas horas en las que podría alcanzar un alto rendimiento.

Y para rematar la productividad de cualquier trabajador del conocimiento, existe una extendida mentalidad que facilita el presentismo laboral o como yo le llamo “calentar la silla con el cuerpo presente, pero con la mente ausente”. Esta situación da como resultado una cantidad de horas desperdiciadas y de muy dudosa productividad. Pero somos así, para muchos es más importante quedarse hasta muy tarde y hacer como que se trabaja mucho —o para hacer muchas cosas poco importantes—, en vez de organizarse convenientemente el trabajo para hacer las cosas rápido y bien.

Los horarios de trabajo en la mayor parte de España —en algunas empresas se trabaja con horario europeo—, son la receta perfecta para perpetuar lo que estoy narrando, ya que disponer, por ejemplo, de dos, tres o más horas para comer como premisa, se necesite o no, fomenta que esas horas de productividad se pierdan.

Cambiar esta mentalidad, aunque cueste, es necesario. Enseñar y hacer que los profesionales sepan gestionar correctamente sus compromisos y obligaciones y que para ello tengan unos horarios de entrada, los descansos del mediodía y una duración de la jornada racional y flexible son asignaturas pendientes en demasiadas organizaciones de este país. Pensemos sobre ello, solucionarlo haría mucho por el bienestar de los trabajadores y por su productividad.

 

 

José Ignacio Azkue