Hay una cuestión que debería preocupar a quienquiera que sea propietario, dirigente o líder de una empresa o de cualquier organización: deberían de reflexionar seriamente acerca de si la productividad de sus empleados, incluida la propia, es la más adecuada para que, en cuanto identificasen o sospechasen de cualquier desviación negativa en este aspecto, tratasen de comprobar por qué les cuesta tanto trabajar en el trabajo y, por tanto, conseguir unos resultados adecuados.

Es lógico y normal que todo responsable espere de sus subordinados que hagan bien su trabajo e, incluso, que hagan unos excelentes trabajos. Pero la realidad es la que es y los resultados, en general, siempre podrían ser mejores. Nos hallamos ante un problema más común de lo que, en primera instancia, se podría pensar.

Estas empresas u organizaciones, esperan que acudan felices los trabajadores a hacer esos  excelentes trabajos en lugares expresamente elegidos que, o bien compran, o construyen, o alquilan para conseguir sus fines. Espacios llenos de mesas, sillas y ordenadores tras las correspondientes inversiones en modernas aplicaciones informáticas. Por supuesto, se  instalan baños, se compran cafeteras, frigoríficos e, incluso, hay organizaciones que dedican algún tipo de espacio y recursos para que sus trabajadores puedan comer sin moverse del lugar de trabajo. Y todo porque esperan que los trabajadores vayan felices al trabajo cada día.

Pero cuando preguntas al personal rodeado de tales instrumentos sobre dónde les gustaría estar para hacer determinados trabajos, especialmente aquellos en los que deben buscar la soledad para concentrarse, para pensar, para dar solución a complicados o difíciles problemas, incluso para terminar bien muchas de sus obligaciones, prioridades y compromisos, aparece la “sorpresa” en forma de tres tipos de respuestas que coinciden con tres lugares o situaciones. Éstas son sus preferencias:

Cuando tienen que hacer alguna labor que requiere especial dedicación, dicen no estar a gusto en su lugar de trabajo y que preferirían encontrase en otras situaciones, como por ejemplo en un despacho solo, en su casa, en una biblioteca, en una cafetería, en un tren, en un avión, incluso en algún taxi. También expresan no importarles dónde estén con tal de estar solos, y ya sea muy temprano, muy tarde incluso por la noche; incluso se refieren al fin de semana, pero casi nunca se les oye decir que elegirían en la oficina.

Cuando se hurga en esta situación, uno se puede encontrar con que, cuando las personas van a trabajar a sus oficinas, en realidad sustituyen su jornada laboral por una serie de momentos de trabajo. Y es que lo que sucede es que ese espacio de trabajo se transforma en una especie de trituradora del tiempo y de su atención, que va reduciendo el trabajo de las personas a diferentes lapsos temporales, normalmente aislados y separados entre sí, de 15, 30, 20 o, incluso, de menos minutos.

Es decir, cualquier persona se puede encontrar con que lleva realizando un trabajo desde hace, por ejemplo, 15 minutos y, de repente, la paran con alguna pregunta, con alguna llamada, con lo que sea. Como resultado termina haciendo otros trabajos que no pensaba hacer, y después, si lo consigue, le costará varios intentos recuperar el trabajo que estaba haciendo al principio.

Este modo tan poco productivo de trabajar es muy frecuente, de forma que resulta normal que esta situación, tan poco deseable, se repita durante toda la jornada laboral. Seguramente, si la persona que sufre esta situación hubiese podido elegir tras pensar acerca de lo que le pasa y ser consciente de que, por ello, no puede terminar sus trabajos relevantes como le gustaría, hubiera elegido hacer su trabajo en otro sitio o en otros horarios. Y todo esto ocurre porque se ve obligado a prestar su atención a tareas de otros que para ella representan poco y son menores.

Si respetas la importancia de tu trabajo, éste te devolverá, probablemente, el favor” Joseph Turner.

Lo que se descubre es que aquellos trabajadores ya ingenieros, programadores, artistas, abogados, diseñadores, escritores, o pensadores en general, aquellas personas que tengan que utilizar su creatividad para trabajar, en algún momento van a necesitar espacios de paz sin interrupciones. No se puede pedir a alguien que, en 15 minutos, sea capaz de pensar en profundidad, analizar y solucionar un problema. Se necesita más tiempo y sobre todo más calma. ¿Cuántos de vosotros tenéis el suficiente tiempo de calidad para estos casos?, ¿Cuándo ha sido la última vez que habéis tenido 4 horas de paz sin interrupciones?, ¿o 3?, ¿o 2?, ¿o tan siquiera 1 hora?…

Por eso la gente prefiera quedarse en casa, en la cafetería, aprovechar el tren para trabajar o está dispuesta a madrugar o a quedarse hasta más tarde para saberse a solas; o, incluso, están dispuestas trabajar durante el fin de semana. Todo esto para evitar interrupciones y distracciones.

El trabajo y el sueño, aunque esto te extrañe, tienen sus similitudes y están relacionados. No me refiero a trabajar mientras se duerme o a dormir mientras se trabaja. Me refiero a que los dos tienen fases. Dormir es una cuestión de fases y etapas. Para llegar a las más profundas, las importantes y reparadoras, hay que pasar por otras. Pero si nos despierta algún ruido, porque alguien golpea en la cama o por cualquier otra causa, tendremos que empezar de nuevo: no se puede retomar el sueño donde lo dejamos. Si te pasa esto varias veces durante la noche, si te interrumpen el sueño, seguro que te levantarás cansado y sintiendo que no has dormido bien. Y ¿piensas que podrás dormir bien y que tendrás un sueño reparador si te lo interrumpen reiteradamente varias veces a la noche?, ¿qué pasa si te ocurre lo mismo todos los días?, ¿cómo afectará este hecho a tu salud, a tu vida y a tu trabajo? El trabajo también tiene sus fases ¿cómo nos afecta que nos las rompan con interrupciones y distracciones?

Si a una persona le interrumpen constantemente su sueño reparador, seguro que pone algún remedio para evitarlo. Pero esa misma persona va a su trabajo a que le interrumpan constantemente y no hace nada, o muy poco, para evitarlo. En su lugar añora trabajar en otros sitios o en otras horas.

Es cierto que esta posibilidad gusta a pocos jefes porque la ven con recelo y porque sienten que pierden en control sobre la persona. Al no poder ver al trabajador, no saben cuándo ni sobre qué está trabajando. Justifican su miedo aduciendo que fuera hay demasiadas tentaciones y distracciones que podrían impedir hacer bien el trabajo: la televisión, atender a cuestiones diferentes al trabajo (lavadoras, hacer la comida, la limpieza, paseos), barra libre de internet, conversaciones de personas ajenas, etc.

Sin embargo, en la oficina uno no decide cuándo interrumpe su trabajo, ya que este hecho depende de la decisión de otros. Sin embargo, estando fuera la decisión recae generalmente en la persona que está realizando el trabajo. Si, por ejemplo, una persona está trabajando desde casa, cuando termina una tarea es ella la que decide bajar a dar un paseo, mirar la lavadora, consultar las redes sociales, pasar un rato con su mascota e interrumpir, de esta forma, su trabajo.

Si piensas qué elementos hay en el trabajo que no tendrías fuera te encontrarías con los jefes, los compañeros y las reuniones.

Un jefe es un hombre que tiene necesidad de otros hombres” Paul Valéry.

Los jefes y los compañeros, pero sobre todo los primeros, son personas cuyo trabajo principal suele consistir en interrumpir a los demás por cualquier motivo. Parece que algunos no trabajan y que, por ello, están constantemente asegurándose que otros hacen los trabajos que ellos no quieren o no les gusta hacer.

Con las reuniones pasa lo mismo; las convocan a cualquier hora, por cualquier motivo y muchas de forma inmediata. Diríase que no importa el trabajo, ni lo que estén haciendo los demás, lo que automáticamente las convierte en tóxicas y en un enemigo de la productividad.

Si a cualquier persona le preguntases qué haría en el supuesto de que pudiese contar con 4 horas en la oficina para trabajar sin que nadie le molestara, seguramente te señalaría un montón de trabajos importantes y probablemente sería feliz si las tuviera. ¿Por qué, entonces, no se acuerda en la oficina una tarde al mes, por ejemplo un jueves, en que estén prohibidas las interrupciones e, incluso hablar entre compañeros? Si funciona y tiene buenos resultados esa tarde al mes, ¿por qué no se repite cada 3 semanas, o cada 2 semanas, o incluso todas las semanas?

Respecto de las reuniones, simplemente hay que dejar que las personas sean responsables de decidir si deben asistir, o no, a cualquiera de las que se le convocan. Cada vez que lo hagan se van a dar cuenta de que van a disponer de 1, 2, 3 o más horas para atender sus obligaciones y de algo tan importante como lo anterior: que no va a pasar nada porque no asistan a la convocatoria.

Sobre todo los dirigentes, pero también los propios compañeros, se deben concienciar de lo importante que resulta trabajar sin distracciones, sin interrupciones que fraccionen o impidan la correcta realización del trabajo. Solo si se implementan las condiciones se podrá ir a trabajar de manera productiva y feliz a la oficina.

 

José Ignacio Azkue