Un aspecto que me llama la atención cuando debato sobre productividad con las personas que asisten a mis seminarios, es la extrañeza que muestran muchos  cuando insisto en que la productividad no sólo debe contemplar nuestra faceta profesional.

Cuando hablamos de productividad hablamos de productividad personal. El propio enunciado ya lo define: “personal”.  Es decir, debe poder gestionar todo lo que nos acontece como persona en sus diversas facetas.

El cumpleaños de mi suegra, comprarle comida al gato, pasar por la farmacia o las malas notas de mi hija, son cosas que pueden dar vueltas y vueltas en mi cabeza con consecuencias desagradables para mi tranquilidad y productividad.

Métodos como “la gestión del tiempo” olvidan esto. Hacen hincapié en el aspecto profesional pero ignorando el resto.

Es un grave error: hemos de tener en cuenta que todo lo que llame nuestra atención debe ser gestionado de manera eficaz. De lo contrario, nos perturbará de un modo u otro hasta que decidamos hacer algo con esta cosa que ha pasado por nuestra cabeza.

Para la mayoría de los métodos de productividad  son cosas que están ahí, perdidas, y que no merece la pena tenerlas en cuenta, al menos cuando estemos realizando nuestra vida profesional. El problema es que hoy en día no existen unos límites claros entre nuestra vida profesional, la familiar, la social y  el resto de los aspectos que nos acompañan en la vida.

Otros métodos, como máximo, nos dirán que las pongamos en una lista donde tendremos todas las cosas pendientes por hacer. Estarán escritas, sí, pero no controladas. Eso lo conseguiremos cuando sigamos el proceso del flujo de trabajo de GTD.

La mayoría del estrés que padecen las personas es como consecuencia de la mala gestión de los compromisos que tienen o aceptan, es decir: de las cosas que tenemos pendientes por hacer. Y aquí incluimos todo, nuestra vida personal también.

Las malas notas de mi hija o el cumpleaños de mi suegra volverán a mi cabeza sin pedir permiso. Simplemente volverán de manera reiterada a captar mi atención cuando probablemente no pueda hacer nada por ello, cuando ni tan siquiera me interese pensar en estos temas. Por ejemplo, estando reunido con un cliente para cerrar una importante venta, hablando con mi socio sobre un nuevo competidor o contestando un correo, aparecerán por mi mente distrayéndome y estresándome porque soy consciente de que tengo que hacer algo al respecto.

David Allen, el autor de GTD, insiste muy claramente: “debemos de tener un inventario completo de todos nuestros compromisos inacabados”. Al hablar de todos se refiere a todos, no sólo a los profesionales.

Si intentas ignorar esta idea será como si intentaras detener el caudal de un gran río. Por mucho que no lo quieras, todas estas cosas personales que tienes pendientes aparecerán una y otra vez socavando tu capacidad de concentración y tu productividad.

Utiliza la metodología GTD. Es la única que ha sabido aprovechar la manera natural que tiene nuestro cerebro de procesar las cosas que pasan por él, usando su misma estructura, el mismo proceso que usa nuestra mente cuando identifica que quiere hacer algo. Recopila todo lo que llame tu atención, aclara cuál es el resultado que deseas con esa idea que has recopilado, busca cuál es la siguiente acción para ponerla en marcha y coloca un recordatorio en alguna de las listas de este método.

Si la vida es al fin y al cabo un viaje y no un destino, para que todo vaya sobre ruedas reúne todas tus cosas y llévalas a lo largo del camino.

Verás, simplemente con esto, que es posible tener en un mismo método toda tu vida.

 

José Ignacio Azkue