No sé si os acordáis de cómo era vuestro primer teléfono móvil, yo desde luego no me acuerdo, ni del primero ni del segundo ni tan siquiera sé si recuerdo el tercero. De lo que sí me acuerdo, y estoy seguro de ello, es que eran muy diferentes al que tengo hoy en día.

Mis primeros móviles eran muy simples y el uso que yo les daba era también muy sencillo. En general, el móvil lo tenía en el coche y muchas veces, incluso, me olvidaba de que existía. Para qué lo iba a necesitar si en el despacho o en casa tenía el fijo. ¡Cómo han cambiado los tiempos!

Y cómo han cambiado también las costumbres y los hábitos con respecto a estos aparatos. Antes, lo apagaba y muchas veces me olvidaba de encenderlo. Si lo llevaba a casa era muy probable que saliera a la calle sin él. Incluso lo podía llevar encima sin acordarme de encenderlo. Eran otros tiempos, otra mentalidad y otro contexto.

Hoy en día, se ha convertido en una prolongación de mi persona, ya no lo uso solo para llamadas telefónicas: tiene tantas aplicaciones y facilidades que me puedo llevar mi despacho en esa diminuta herramienta para trabajar o divertirme con él desde prácticamente cualquier sitio.

Todo este avance y despliegue tecnológico ha traído cambios, muchas novedades y, sobre todo, nuevas costumbres. Estas máquinas han captado la atención y la conciencia de las personas hasta tal punto que parece que ha terminado por hechizarlas. Hay quien espera con impaciencia un correo, un mensaje, un nuevo usuario en tal aplicación, alguna novedad, una noticia, una nueva publicación, la última fotografía subida por un contacto, un comentario de un seguidor, un like a lo último que se ha subido en una red social…

Sin que nos hayamos dado cuenta y con una estrategia, creo yo que muy bien definida, ciertas empresas, convertidas en poderes en la sombra, han logrado hacerse, por decirlo de alguna manera, con la voluntad de las personas; han cambiado la desconfianza natural hacia lo desconocido y han logrado que se les ceda, con absoluta naturalidad y condescendencia, una gran cantidad de datos e información personal que han transformado en su negocio, en un gran filón de beneficios.

Nos encontramos, desde hace cierto tiempo, sumergidos, cada vez más, en un tipo de economía en el que, tal vez, no hayamos reparado. Me refiero a esa economía de los servicios y de las aplicaciones gratuitas que nos llegan por internet. Algunos la llaman la “economía de la atención”, donde lo que realmente vale es el rastro y la información que vamos dejando cada vez que aceptamos algo en una aplicación o permitimos que nuestros datos vuelen a algún sitio que, con toda probabilidad, desconocemos.

Estas empresas, que basan sus ventas en la información obtenida a través de la economía de la atención, ganan dinero mediante el interés y los hábitos que han despertado hacia sus aplicaciones, con las que han conseguido instalar un puesto de vigilancia de nuestras vidas.

Estas aplicaciones están estudiadas para que generen la misma satisfacción en nuestras mentes que las tragaperras a los adictos al juego. Logran la adicción a través de mostrarnos múltiples y continuas actividades, muchas de ellas insignificantes, pero que hacen que nuestro cerebro reciba un chute de dopamina, cada vez que nos dejamos tentar por alguna de ellas.

Aquí es donde esta herramienta y la economía de la atención están afectando a la productividad. Ese smartphone que nos atrae tanto en principio porque parece que nos va a ayudar en el trabajo —y puede que así sea— resulta que, en muchos casos, ha conseguido reducir y dificultar la capacidad de concentración de muchos profesionales. Yo creo que a estas alturas no es ningún secreto que el móvil es una gran fuente de distracciones constantes y de todo tipo, tanto de día como de noche.

Seguramente te haya ocurrido que mientras estabas viendo una película después de cenar, sin darte cuenta, has ido a consultar algo que ha ocurrido en Facebook, en Instagram o en cualquier otra red social activada en tu móvil. Es muy probable que haya sido algo instintivo, algo normal, pero ha bastado que el móvil se haya iluminado, que haya emitido una vibración o que en tu mente haya sonado una voz que te ha dicho “a ver qué hay de nuevo” para que hayas perdido la concentración en la película y te hayas despistado entre los numerosos reclamos que, desde la economía de la atención, envían recurrentemente para que lleguen a tu dispositivo.

Lo mismo pasa en el trabajo, mientras estás disfrutando de la compañía de tus amigos o en cualquier otra situación, incluso cuando conduces, la concentración y tu foco de interés lo puedes perder por cualquier nimio estímulo que provenga de tu móvil. Todas y cada una de estas distracciones, sobre todo para tus obligaciones profesionales, cuestan mucho dinero y resultan funestas para tu productividad.

Un alumno mío me contaba, apesadumbrado y preocupado, que un día se encontraba en una reunión de trabajo, completamente distraído, consultando en su móvil un correo electrónico. Al terminar de leerlo, se percató de que en el papelógrafo habían escrito, sin que él se enterara, un término que no entendía. Sin darse cuenta, se vio consultando su significado en internet. De nuevo, perdiendo información, con el móvil en la mano y su atención en la pantalla.

Y ¿cómo podemos solucionar este problema? La solución es muy sencilla, pero a la vez puede resultar muy complicada de implementar, por los hábitos y las creencias adquiridos.

Basta con apagar el móvil o esconderlo lejos de tu visión o del alcance de tus sentidos. Los que seguís este blog o habéis acudido a alguno de mis cursos de productividad sabéis que aconsejo identificar qué es lo que os causan distracciones o pérdidas de concentración para actuar, proactivamente, poniendo barreras para impedir que nos afecten.

Aplícate en apagarlo, ponlo en silencio, en modo avión, silencia todas las notificaciones —no te olvides de ninguna: las de mensajería, las redes sociales, los juegos—, haz lo mismo con los “weareables”, no vaya a ser que ese reloj inteligente que llevas en la muñeca termine por causarte problemas, además de darte la hora. También puedes aprovechar las facilidades que te dan los distintos sistemas operativos, por ejemplo, con los modos “no molestar” o utilizando aplicaciones específicas que te pueden ayudar a un uso más racional y productivo de tu teléfono móvil.

No dejes, como afirmo en este artículo, que tu móvil se convierta en un arma de destrucción masiva de tu productividad.

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José Ignacio Azkue