Hace unos días, leyendo algunos artículos  me encontré con uno que me llamo la atención porque hablaba de “la demencia del preocupado”. Me sorprendió su título pero no su lectura, ya que identificaba, desde una terminología nueva -al menos para mí-,  algo que se viene dando desde hace ya unos cuantos años y que conocemos porque afecta muy seriamente al trabajo y al rendimiento de las personas y profesionales de hoy en día.

Básicamente, este término quiere expresar las consecuencias que acarrea vivir a un ritmo muy  acelerado, al que deberíamos que añadir que también sufrimos la sensación, en parte real, de que nuestras responsabilidades aumentan y se diversifican día a día, sin que podamos abarcarlas todas. Además se da otra circunstancia: esta forma de vida no nos ayuda en absoluto a conciliarnos con la tranquilidad y el sosiego, que por otra parte, resulta tan necesario alcanzar. Está, además, nuestra cada vez mayor dependencia de la tecnología, como consecuencia  de que estamos conectados al mundo digital las 24 horas del día. Eso  nos ha transformado en unos adictos, por no utilizar la palabra yonkis, de las redes sociales y de la mensajería instantánea.

Por si lo anterior fuera poco, en las empresas se palpa cada vez más la  preocupación por la productividad. Se está detectando, aunque ya era hora de que sucediera, que la productividad de sus profesionales y directivos está disminuyendo de manera alarmante. Para remediar este problema, en muchas organizaciones se ha optado por la peor decisión que se podía tomar en este caso: se está presionando a  los empleados para que realicen  y lleven a cabo el mayor número de tareas en el menor tiempo posible, como si tal forma de actuar fuera la solución para contrarrestar el descenso de la productividad. No tienen ni idea de que van por el camino equivocado, de que la productividad de hoy en día se apoya en otras ideas y en otros conceptos.

La suma de todo lo anterior arrastra a un deterioro progresivo de la calidad de los trabajos que se llevan a cabo, lo que conduce a una irremediable impresión de fracaso y de no poder con todo. Estas personas llegan a percibir de modo constante que tienen siempre algo pendiente de hacer, que no controlan todo lo que gira a su alrededor, y aquejan otros síntomas, como la mala concentración e incluso un sentimiento de indecisión perpetuo, que les dificulta en la toma de decisiones.

El trabajo más productivo es el que sale de las manos de un hombre contento”. Victor Pauchet

Estas sensaciones les llevan por el camino del sufrimiento, debido al estrés que lo anterior les ocasiona. Podemos añadir, también a esto, la angustia y la amargura que padecen algunas personas al ser conscientes de que no logran alcanzar el éxito profesional o personal con que soñaban y que anhelaban.

A esta emoción de tener siempre algo pendiente de hacer y un sufrimiento constante por no poder alcanzar el éxito en diferentes planos de la vida, se ha venido a definir como la demencia del preocupado. Este término lo acuñaron en su día la neuróloga Frances Jensen y la periodista Amy Ellis Nutt, autoras del libro “El cerebro adolescente”.

El síndrome o sus síntomas semejan una demencia (para la medicina y la psicología, la demencia es un deterioro progresivo e irreversible de las facultades mentales, que genera importantes afecciones en la conducta de la persona que la padece, y que se caracteriza por alteraciones de memoria, razón o conducta), pero en este caso que nos ocupa, en realidad no es un deterioro progresivo e irreversible, son solo unos síntomas coincidentes con algo que ocurre debido a las continuas y constantes preocupaciones y cambios en el trabajo diario. La buena noticia sería que, en esta ocasión, se puede solucionar esto con unos cambios de hábitos, así como con la correcta y efectiva gestión de nuestros compromisos adquiridos, anulando de esta forma sus nefastos síntomas.

Estos síntomas los acusa demasiada gente. Y son debidos a que el cerebro no puede cambiar, sin consecuencias,  de la tarea actual que está haciendo, dejarla sin terminar para saltar  a otra nueva, de manera tan rápida, como sucede en el trabajo y en nuestra vida hoy en día. Como consecuencia, perdemos la atención y la noción de lo que estábamos realizando para trasladarla a otra preocupación, y esto nos lleva a olvidarnos de lo que teníamos para hacer con anterioridad y que manteníamos hasta ese momento entre nuestras manos.

El trabajo que nunca se empieza es el que tarda más en finalizarse”. R. R. Tolkien

Como comentaba en un artículo escrito hace unas pocas semanas, un estudio realizado por la Universidad de California señala que un trabajador del conocimiento empieza una tarea cada 11 minutos. Esto, que en un principio podría dar imagen  de una persona muy trabajadora, esconde otra realidad. El 57% de las tareas que se inician se dejan sin concluir porque el trabajador se distrae con algo nuevo que le llega. Esto es indicador de una incapacidad latente para concentrarse en una sola tarea pero, además, revela dificultad a la hora de establecer la más mínima prioridad.

Para muchas empresas, el profesional ideal es aquél que sepa moverse entre lo que se denomina multitarea, es decir, entienden sus directivos que los trabajadores tienen que tener cada vez más la capacidad de poder realizar muchas tareas a la vez. Sin embargo, esta forma de trabajar ha creado el tipo señalado de trastorno en los trabajadores  que, además  e irónicamente, se refleja en una baja producción y efectividad.

El trabajo sin prisa es el mayor descanso para el organismo”. Gregorio Marañón

Así que si os habéis identificado con este trastorno, lo primero que debéis cambiar es, precisamente,  procurar evitar la multitarea, y reducir al mínimo las distracciones que no os permiten mantener la concentración en una sola cosa cada vez. Para ello, probablemente  con toda seguridad, deberás procurar desconectarte de los dispositivos tecnológicos, incluido el correo electrónico, cada vez que necesites de tu concentración para empezar y terminar una tarea.

Si percibes que tu productividad es cada vez menor, si notas que cada día se te quedan sin terminar, o incluso sin empezar, cosas que deberías haber hecho,  y todo ello, pese a que tu esfuerzo se incrementa cada día con la intención de ser más efectivo, puede ser que sufras esta demencia del preocupado.

Estar siempre alerta y cambiando de focalización es agotador y estresante. Tener el presentimiento y la sensación de que constantemente hay algo que se nos escapa, de que hemos olvidado algo y que no sabemos qué no estamos haciendo, nos causa ansiedad y hastío a raudales. Combatir todo esto pasa obligatoriamente por frenar el ritmo y preguntarnos sobre cuáles son nuestras prioridades, sobre a qué queremos dedicar el día. Solo a partir de ese momento empezaremos a eliminar todos aquello que nos sobra y que no necesitamos en nuestra vida. Elegir con brillantez entre todas tus obligaciones, el trabajarlas con efectividad y con la correcta dedicación, hará que logres que tu vida se vuelva más productiva, más clara y más serena.

 

 

José Ignacio Azkue