“En lugar de preocuparnos por anticipado, pensemos y planifiquemos por adelantadoWinsthon Churchill

Existe una gran diferencia entre cumplir o no cumplir un compromiso. Entre las molestias que nos puede causar el no cumplirlo, una de ellas es la mala sensación de  saber qué no hemos hecho; esto lleva, como efecto, su correspondiente dosis de estrés. A nosotros mismos nunca nos podremos engañar, y seremos conscientes de nuestra probable mala actuación por no haber cumplido.

Imagínate que mañana tienes una reunión con un colaborador a las cuatro de la tarde. Por la razón que sea tus cosas han cambiado y no puedes asistir.

Hay dos formas de actuar ante esta situación: te olvidas, consciente o inconscientemente, de llamarle para avisarle de que no vas a poder asistir, o te comunicas con él, por el medio que sea, avisándole del inevitable cambio y proponiéndole o acordando con él,  otra fecha para la cita.

Las dos actuaciones son muy diferentes, y como tales tienen efectos que no se parecen nada. No voy a entrar, porque no es el fin que persigo, en calificar la primera actuación. Se podría decir de ella desde que es obra de un caradura, un desorganizado, un incumplidor y un largo etcétera, pero ésta  no es la cuestión que quiero tratar. Volveremos enseguida sobre otro efecto tal vez más oculto.

Con la segunda actuación lo que se ha hecho es renegociar un compromiso; para nada se ha roto el que teníamos. Nuestra conciencia permanecerá tranquila a sabiendas de que hemos actuado bien. El compromiso sigue vigente y sabemos cuándo lo vamos a cumplir.

En el ejemplo incumplimos o cumplimos con un tercero, con otra persona. ¿Pero qué pasa cuando esa tercera persona, en realidad somos nosotros mismos?, ¿somos conscientes de que los que utilizan la cabeza para guardar sus compromisos incumplen inconscientemente muchos de ellos?

Cuando sacamos las cosas de nuestra cabeza y utilizamos la metodología GTD, el siguiente paso es “procesar o aclarar” todos nuestros compromisos. Es decir evaluamos, ponderamos, damos sentido y decidimos actuar o posponer la actuación sobre la cosa en la que estamos pensando según los compromisos que hayamos contraído con ella. Es decir, realmente estamos renegociando esos compromisos, pero con nosotros mismos.

Pero, ¿qué ocurre cuando no hemos apuntado el compromiso y se nos ha olvidado? Sin duda lo mismo que ocurre con la reunión de mañana que se me ha olvidado que tenía con mi colaborador. He roto un compromiso con todos sus efectos negativos para mí y para el otro, sólo que en esta ocasión el otro, el colaborador, también soy yo.

Resulta del todo imposible renegociar un compromiso si no se recuerda que lo has contraído.  El hecho de que se me haya olvidado no significa que no tenga ningún efecto sobre mí, ni que por ese olvido no tenga responsabilidad sobre él.

Desde el momento en que vayan aterrizando sobre nuestra cabeza dos o más compromisos por hacer, rondarán molestándonos  y pugnado por que se hagan a la vez y cuanto antes. Pero como eso no es posible, tal pensamiento nos llevará a una sensación de fracaso y a un sentimiento creciente de estrés.

Nuestra cabeza tratará de la misma manera las cosas pendientes por hacer, no las diferenciará ni por importancia ni por el nivel de compromiso que tengamos con estas ideas. Estarán rondando en nuestra cabeza hasta que las solucionemos o decidamos olvidarnos de ellas. Es decir, hasta que las hagamos o hasta que renegociemos nuestro compromiso con ellas.

Si gestionas así tus cosas, romperás un compromiso cada vez que no lo cumplas al instante. Todos parecerán iguales en cuanto a la presión que te generan y a la atención que te van a robar.

¿Cuántos compromisos rompes cada día?, ¿qué te genera su incumplimiento?.

 

José Ignacio Azkue