¿Qué pasa con el trabajo, y valga la redundancia, del trabajador del conocimiento?, ¿lo hace bien?, ¿su productividad y eficacia son buenas?, ¿podría conseguir más cosas?

Tampoco es cuestión de enfrascarnos en demasiadas preguntas. La realidad, triste realidad, es que en muchos casos, el trabajo del trabajador del conocimiento se podría mejorar sustancialmente y esto, en definitiva,  tiene mucho que ver con resultados; con los suyos y con los de su empresa.

Antes de nada definamos lo que se entiende por trabajador del conocimiento. Es aquella persona que en cierto  momento tiene que tomar decisiones para conseguir realizar algún proyecto y que, para ello, aplica los conocimientos que ha adquirido, bien a través del estudio, bien de la experiencia. Lo más seguro es que si estás leyendo este artículo tú también seas trabajador del conocimiento.

Hoy en día, para ser razonablemente productivo  no es suficiente con ser un trabajador inteligente, que trabaje mucho y con dedicación o que tenga grandes competencias. La productividad es algo independiente de la intención. No basta con desear ser productivo: hay que hacer cosas concretas para lograrlo.

De la misma manera, para ser buen trabajador no basta con meter un montón de horas, ni con salir el último de la oficina, ni con estar todo el día, incluido el fin de semana, conectado al trabajo. Ni tan siquiera lo es, por el hecho de sentirse con mucha presión a causa de las importantes decisiones que deba tomar.

Si analizáramos nuestro día, si viéramos a qué dedicamos nuestra atención cada minuto de nuestra jornada y lo evaluáramos, (este ejercicio lo hacen los asistentes a mis seminarios), tal vez se desmoronarían muchas de las ideas que abrigamos  respecto de nuestra productividad y eficacia.

«Hacer lo correcto es más importante que hacer las cosas bien» Peter Drucker

Debemos de tener en cuenta esta frase, pronunciada por este inigualable autor y consultor a quien se le atribuye el desarrollo del management. Yo, para esta ocasión,  la modificaría un poco y diría: “hacer lo correcto es mucho más importante que simplemente hacer”.

Todos sabemos lo que pasa de lunes a viernes, y para algunos también el sábado o el domingo,  en el trabajo. Nos pasamos el día haciendo, haciendo, haciendo, ¿pero haciendo qué?, ¿haciendo para qué?, ¿haciendo lo correcto?

Supongamos unos de esos jugadores de futbol, cuya ficha vale millones de euros; la mayor parte de su trabajo consiste en realizar duros entrenamientos y, nos llevaríamos las manos a la cabeza pensando que es un disparate ponerle a inflar balones, o a pintar las rayas del campo, o a arreglar las redes de las porterías.

¿Y el trabajador del conocimiento? Pues bien: hoy en día le dedica el 28% de su jornada al correo electrónico. Tiene más de 50 interrupciones cada día. Ni sabe las horas que le dedica a esas reuniones de trabajo a las que nadie querría asistir, salvo el que las convoca. A esto habría que añadir el café, las redes sociales,  las distracciones provocadas por la mensajería instantánea como WhatsApp. Todo esto puede significar bastante más de la mitad de nuestra jornada laboral.

¿Y el resto, qué hacemos durante las horas restantes?  Dramáticamente nos falta computar las urgencias y los imprevistos  con los que rellenamos el día,  ésos que nos hacen saltar, como monos enjaulados,  de tarea en tarea, dejándolas en muchas ocasiones sin terminar y haciéndonos caer en la manera más improductiva de trabajar: la multitarea.

¿Y esto no es un disparate?, y si es así, ¿estamos seguros de que hace bien su trabajo?

La productividad es clave para la competitividad de la empresa del siglo XXI que se sitúa inmersa en un mundo global, en donde todo cambia rápidamente. De la misma manera, el trabajador del conocimiento sufre idénticas  consecuencias. Su trabajo puede verse rodeado del más absoluto caos como consecuencias del mercado, de la globalización  donde la incertidumbre reina junto al corto plazo, la inmediatez y el impacto emotivo. Es muy fácil que estas  circunstancias le lleven a gestionar mal su trabajo. Mejor dicho,  a no gestionar su trabajo.

Con todo lo dicho, la percepción acerca de cómo lleva a cabo su labor no puede ser más negativa. Si tenemos en cuenta que se nos paga por nuestros conocimientos y para que los pongamos en práctica de manera productiva y eficaz, hay algo que falla.

La productividad no es algo que algunas personas incorporen de manera innata, sino que son, como toda competencia, unos conocimientos, unas técnicas, unos métodos, que se pueden aprender y aplicar.   Por tanto, la responsabilidad, al menos en parte, cae del lado del trabajador que es quien debe instruirse y aplicar métodos y técnicas productivas.

Las empresas y sus dirigentes no están exentas de su parte de culpa: deben de identificar lo que ocurre a sus trabajadores, deben determinar cómo  se trabaja en sus centros, debe analizar los costes económicos y de oportunidad que se producen y debe reconocer que hoy en día la mejora de resultados, de ambiente y salud laboral, de atención, de rendimiento de equipos; en fin, de todo el universo de la empresa, también pasa por la productividad de sus trabajadores del conocimiento. Para ello deberán fijar las medidas correctoras y la formación necesaria

Si las empresas quieren mejorar resultados, mejorar competitividad, que sus trabajadores trabajen bien ¿a qué esperan?

 

José Ignacio Azkue