Estaba trabajando en la mesa de la cocina, incómodo, ya que la silla no era la más apropiada para estar tantas horas sentado en ella. Tenía los cascos puestos, pero, apenas entendía lo que me decía mi jefe ni lo que comentaban mis compañeros. Además de que la conexión no era muy buena, mis dos hijos, aburridos de estar tantos días sin salir de casa, no hacían más que pelearse y chillar, mientras nuestra mascota correteaba alrededor de ellos, ladrando y tratando de atraer su atención para jugar. Ya no podía más, los decibelios que martilleaban en la cocina estaban a punto de reventarme la cabeza. “Mañana le tengo que pedir a mi pareja que me cambie de lugar para trabajar, a ver si en el comedor de casa estoy más tranquilo. Además, como esto dure, tendré que comprar un par de sillas para que podamos trabajar más cómodos, también deberíamos comprar dos pantallas nuevas, más grandes que las de los portátiles, un teclado… puuufff…, me voy a tener que meter en más gastos”.

Seguramente, cualquier persona, en un caso como el del ejemplo, estaría muy disgustada, ya que, su calidad laboral, y probablemente sus resultados, se habrían visto resentidos de manera negativa y, es muy previsible, que su idea del teletrabajo ya no sea tan idílica o deseable como podría ser hace unos meses, antes de que ocurriera todo esto.

Este año, muchas personas tienen sentimientos parecidos con su trabajo, ya que la pandemia ocasionada por el covid-19 les ha obligado a trasladar sus quehaceres, de su oficina a su hogar. A raíz de este cambio tan radical y poco premeditado, he escuchado muchos comentarios negativos sobre el teletrabajo.

“Esto es una mierda” (con perdón), “esto es insufrible”, “así no se puede trabajar”, “no hay quién se concentre”, “no encuentro las cosas”, “no me puedo poner en contacto con mis compañeros”… Problemas, problemas y ¡más problemas! Casi todos me comentan lo mismo: se han sentido defraudados por el teletrabajo.

Muchas empresas y organizaciones, de todos los tamaños y en todo el mundo, han comenzado a mover ficha para prevenir que el coronavirus se propague por sus plantillas de manera descontrolada, y que acabe afectando seriamente a sus resultados. El claro precedente está en China, donde millones de trabajadores de todos los sectores llevan meses, desde el comienzo del problema en su país, trabajando desde casa. Esta pandemia nos está obligando a llevar a cabo el mayor experimento, a nivel mundial, sobre el teletrabajo de toda la historia.

Pero tenemos que puntualizar unas cuestiones para aclarar todo este entuerto, ya que nos hemos encontrado, sin quererlo, ante la necesidad o la obligatoriedad de trabajar desde casa, sin ninguna o con muy poca preparación para ello, así como sin planificación para que el teletrabajo no termine por ocasionar todos los problemas que han ido apareciendo.

Creo que todos, o muchos de nosotros, hemos visto en las redes sociales, esos vídeos en los que aparece un niño demandando la atención de una persona que asistía a una reunión de trabajo online, o hemos visto a la pareja de una persona pasando en segundo plano en ropa interior, sin percatarse de que estaba trabajando conectada con sus compañeros, o a esa persona que se levanta durante la videoconferencia y se le ve que de cintura para abajo la ropa que lleva no concuerda con el resto de su vestuario.

Pero anécdotas más o menos graciosas aparte, se han dado otros muchos problemas por esta improvisación en el teletrabajo: falta de espacio al tener que compartirlo con otras personas con las mismas necesidades; problemas con los datos de internet al estar toda la familia conectada; lugares de trabajo poco o nada ergonómicos que han terminado por afectar a la salud y pasar factura a los trabajadores; gran dificultad para conseguir concentrarse; problemas para gestionar las necesidades de los hijos, sobre todo cuando son pequeños, y compaginarlas con el trabajo; desconocimiento o poca práctica para trabajar con aplicaciones en la nube; dificultades y problemas de comunicación entre miembros de la propia empresa, y un largo etcétera.

Nos hemos encontrado, de la noche a la mañana, que una manera de trabajar que debería ser voluntaria, reversible, con unas normas claras, con unos objetivos bien definidos, con unos medios probados (lo explico en este otro artículo de mi blog) se ha convertido en un caos para muchas personas, que han tenido que redoblar su esfuerzo —trabajar más horas y en peores condiciones— para sacar adelante el trabajo.

No dudo que se hayan dado casos de explotación laboral aprovechando la situación que vivíamos, pero, sinceramente, creo que todo este esfuerzo se ha hecho mayoritariamente de manera voluntaria, porque los profesionales han sido conscientes de que, del esfuerzo de todos, muy probablemente, dependía el salvar la propia empresa.

Pero puntualicemos, esto no ha sido un teletrabajo al uso, sino una salida improvisada para resolver una situación de emergencia, por obligación legal y para evitar contagios. La nueva experiencia no les ha gustado a muchas personas, porque no ha sido un teletrabajo como tal y con las condiciones necesarias para llevarlo a cabo sin problemas que, sin duda, deberían ser las mismas que tendrían en su empresa.

Pero todo parece apuntar a que el teletrabajo ha llegado para quedarse. El problema es que muchos de los trabajadores, que antes pedían y soñaban con trabajar parte de su jornada desde casa, se han desengañado. De hecho, la IV Encuesta Funcas sobre el coronavirus concluye que solo el 30 % de los empleados que realizaron teletrabajo durante la pandemia del covid-19 les gustaría seguir haciéndolo. Buena parte de la culpa de este sentimiento viene como consecuencia de la dificultad para separar la vida privada de la profesional, y de la tan necesaria desconexión digital que no siempre se ha cumplido.

El teletrabajo no puede improvisarse, está claro que implantarlo no es solo enviar a los trabajadores a sus casas con unas tareas que deben realizar. Esto debe planificarse para poder aprovechar todo el potencial que esta modalidad de trabajo puede llegar a tener para las empresas y para los empleados. Para ello, sería conveniente tener en cuenta, como mínimo, estos puntos:

  • Aparte de la legislación en la que ya está trabajando el Gobierno, la propia empresa deberá establecer, por supuesto, dentro de la legalidad, sus propias bases, es decir, un marco regulador, sobre las que se vaya a apoyar este tipo de trabajo.
  • Formación para que todas las personas puedan utilizar las aplicaciones que le van a permitir trabajar desde la nube o en remoto.
  • Establecer y facilitar las herramientas necesarias para trabajar, y no me refiero solamente a las aplicaciones informáticas, sino que habría que incluir también mobiliario, ordenadores, pantallas, etc.
  • Trabajar por objetivos, para ello habrá que establecer con claridad, metas diarias, semanales y mensuales.
  • Implantar protocolos claros de comunicación evitando abusar de herramientas como el correo electrónico, videollamadas y todo aquello que pueda ocasionar distracciones o interrupciones en el trabajo.
  • Fragmentar los procesos definiendo tareas claras y concretas para agilizar el trabajo.
  • Introducir ciertas rutinas y hábitos productivos.
  • Establecer claramente un horario laboral, en el que haya una cierta libertad para fijar las franjas de trabajo, que todos deberán respetar. Se debe evitar a toda costa que los involucrados sientan que se está invadiendo su vida personal. No hay que perder de vista que una de las ventajas del teletrabajo es tener una flexibilidad que permita conciliar la vida profesional con la vida privada de cada uno.

El teletrabajo tiene muchas ventajas, aunque también tiene sus inconvenientes. Ahora que a muchas empresas y a muchos trabajadores no les ha quedado más remedio que probarlo, aprovechemos la oportunidad para, apoyándonos en los aspectos positivos, implementar una modalidad de trabajo que en España estaba, hasta ahora, desaprovechada.

 

José Ignacio Azkue