Hoy en día es ciertamente difícil argumentar en contra de los esfuerzos que una persona a título individual, o una organización pensando en sus miembros, puedan hacer con el fin de mejorar su productividad y efectividad.

Podríamos debatir sobre la conveniencia de escoger un método u otro, o acerca de que a unas personas les pueden ayudar ciertas técnicas y, sin embargo, a otras no. Pero es innegable que existe la necesidad de que las personas mejoren su efectividad pues, de lo contrario, sufrirán las consecuencias de no hacerlo. El estrés, la ansiedad, la pérdida reiterada  del foco sobre lo que se está haciendo, las interrupciones, las distracciones,  la escasez de concentración o el hecho de no poder lograrla, la dificultad para conseguir la calma necesaria cuando hay que tomar decisiones, etc., repercuten en la salud y en el estado anímico de las personas de manera muy importante. Y, por supuesto, en el resultado  de sus tareas.

Las organizaciones no son inmunes a los efectos que sufren sus miembros, de modo que acabarán pagando un precio demasiado alto salvo que hagan algo para remediar el problema. Tanto precio que, incluso, podría  poner en peligro su supervivencia.

No cabe duda de que todos los trabajadores del conocimiento deben gestionar mejor sus compromisos, ya que el trabajo y su naturaleza se han modificado. Hoy nos movemos en un mundo VUCA (traduciendo del inglés las palabras volatilidad por volatility, uncertainity por incertidumbre, complexity por complejidad y ambiguity por ambigüedad), y con este  nuevo escenario laboral, hemos de hacer algo para evitar sus efectos negativos porque nos pueden llevar por el camino de la improductividad y de la inefectividad sin que nos demos cuenta.  No nos podemos permitir creer que el trabajo es así y que, dadas las circunstancias en las que vivimos, lo tenemos que aceptar como un mal inherente a la misma naturaleza del trabajo.

Por tanto, nos encontramos con dos consecuencias de lo que ocurre a nuestro alrededor y que nos afectan negativamente: una es la incapacidad de gestionar efectiva y correctamente nuestros compromisos,  y la otra es la dificultad de gestionar adecuadamente nuestra necesaria calma interior.

Hace unos meses fui invitado junto con mi colaborador y amigo Carlos Urrestarazu a impartir una conferencia en Madrid en la “Fundación Arco Europeo” sobre Productividad Personal y Mindfulness. Una de las preguntas que más debate generó, se refería a la aparentemente visible incompatibilidad de las dos disciplinas. No es la primera vez que me hacen en esa pregunta. Cómo es posible, y si lo es, cómo es factible, compatibilizar disciplinas  en apariencia tan divergentes.  Algo que parece diseñado para actuar de manera tan interna, dentro de la persona, como es Mindfulness, con algo para actuar de manera externa en apariencia, con todo lo que nos viene de fuera, como es la Productividad Personal.

El planteamiento que se nos hace cuando nos preguntan acerca de la compatibilidad es, pues, producto de la imagen, en algunos casos errónea, que de ambas disciplinas se tiene externamente: Mindfulness, como meditación, tiene la imagen del recogimiento, de unas técnicas para detenernos, para nuestro aislamiento, incluso de algo exotérico, en tanto que la Productividad Personal parece que es todo lo contrario: una herramienta para hacer más a lo largo del día, para no parar de hacer cosas y, sobre todo, más que los demás de alrededor, cuando en realidad ambas técnicas ayudan a la relajación, al trabajo centrado y sin estrés y, sobre todo, a ganar en calidad y perspectiva en la realización de nuestro trabajo y en nuestra propia vida. En ese sentido, entonces, sí que compartirían una característica en común: mejorar y desarrollar a la persona.

Recientemente leí en un blog cierta crítica al uso de Mindfulness, donde se ponía en entredicho su utilidad para potenciar la productividad y efectividad de las personas. Se argumentaban tres razones:

  • Que rara vez acababan siendo inútiles a medio o largo plazo para quienes toman contacto con ellas.
  • Son prácticas difíciles de dominar por falta de perseverancia y debido a la actividad frenética que sufrimos.
  • Por último afirmaba que las propuestas para aprender Mindfulness suelen acertar poco cuando van dirigidas a entornos profesionales.

¿Acaso no podríamos argumentar lo mismo cuando hablamos de Productividad Personal o de Efectividad Personal? En mi opinión GTD, es el único método efectivo de productividad, y no hace falta más que dar unos vistazos por los blogs que hablan de productividad y GTD para comprobar que con otras palabras se dice lo mismo. A pesar de la dificultad manifiesta para implementar GTD con éxito,  pocos dudan de su utilidad, de su universalidad y de la importancia para mejorar la efectividad de cualquier persona.

Tampoco hay que mirar mucho para ver que cada vez hay más cursos, seminarios y talleres de dudosa calidad. Personalmente he llegado a ver un seminario de 4 horas en el que se hablaba de Evernote y se aprovechaba para explicar el método GTD. Y yo he asistido personalmente, tengo que admitir que por curiosidad malsana, a otro curso de 4 horas en el que se explicaban aplicaciones para mejorar nuestro aprovechamiento del ordenador y se hablaba de cómo utilizarlas para gestionar con GTD nuestros compromisos. Pura basura.

Si es cierto que la potencia de una imagen es mayor que la de un montón de palabras, la que sucede a este texto habla por sí sola.

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No hay ninguna duda de que cuando Jon Kabat-Zinn, el padre de Mindfulness, dio a conocer las bondades de su “nueva” forma de terapia, los primeros en acercarse a conocerla, tras los pacientes de la Clínica Universitaria de Massachusetts, fueron las empresas de mayor éxito, las más importantes de EEUU.

Tales empresas, que empezaban a abrumarse,  tras de haberse sorprendido, ante el creciente número de bajas por agotamiento, estrés, cansancio, problemas cardíacos y de tensión arterial disparada al alza entre otras manifestaciones que aquejaban sus directivos más exitosos, se acercaron a Mindfulness. Y esto, antes de que David Allen escribiera su primer libro sobre GTD. Había que tantear aquello que, se decía y se probaba, disminuía el estrés incluso en enfermos terminales. Y hoy es el día en que muchas de las empresas que destaca la revista Fortune 500, una especie de lista Forbes, tienen espacios como el de la fotografía que acompaña al artículo, donde el personal medita, descansa, serena su ánimo, baja sus pulsaciones y se prepara para trabajar todos los días de manera excepcional.

La Productividad Personal es eso: personal. Tiene poco de externo. Es de cada individuo. Se compone de un conjunto de hábitos, y éstos sólo pueden ser personales y, por ende, internos de la persona. Recopilar lo que pasa por la cabeza, organizarlo, otorgarle perspectiva, llevarlo a cabo de modo que salga adelante, o darle un significado, son acciones estrictamente individuales y que significan un claro ejercicio mental de introspección.

Obviamente Mindfulness es, por definición, también algo estrictamente personal: sentarse a respirar, permanecer con la atención en la respiración, llevar esa atención al momento presente sólo observando, también son acciones individuales que únicamente las puede hacer el individuo aunque las practique en grupo.

Las dos técnicas tienen algo en común; para poderlas llevar a cabo necesitamos adquirir una serie de hábitos que nos apoye en nuestro crecimiento. Se trata de  una labor que sólo puede llevar a cabo cada persona, lo mismo que tomar  la decisión de prescindir de un hábito que a la persona le resulta pernicioso.

Si para ser efectivos debemos saber elegir adecuadamente y con éxito lo que vamos a hacer, para después hacerlo correctamente, aprender y practicar estar en calma, sosegado y con paz interior a la hora de elegir y de hacer, nos abre una puerta y una perspectiva diferente hacia la efectividad, algo mucho mayor que la simple aplicación de GTD o de cualquier otra técnica de productividad.

Decía Aristóteles que “la virtud se adquiere a fuerza de practicarse”, y los hábitos son eso: rutas, autopistas creadas en nuestro maravilloso cerebro para facilitarnos la vida. Si cada vez que nos ponemos nerviosos encendemos un cigarrillo de modo automático, una ruta cerebral se habrá puesto en marcha para concedernos ese momento de calma que, a nuestro entender, nos produce inhalar el humo. Del mismo modo, si cada vez que nos ponemos nerviosos cerramos los ojos y permanecemos atentos a nuestra respiración durante cinco simples inhalaciones, el resultado es similar. Luego que cada quién decida qué es pernicioso y qué no lo es.

Mindfulness y Productividad Personal están, como disciplinas, porque todo lo que supone instalar hábitos nuevos son disciplinas,  destinadas a colaborar. De hecho, las empresas que se han mencionado antes como punteras en cuanto a número de clientes, a resultados económicos, a cantidades de colaboradores y al índice de  satisfacción de éstos, combinan ambas disciplinas con la mayor naturalidad.

Puede que haya llegado la hora de imitar a esas empresas con el mayor descaro.

 

 

José Ignacio Azkue