Mi último artículo publicado en este blog se tituló “El estrés tecnológico o cómo nos complicamos la vida de manera absurda” y puedes leerlo, si no lo has hecho ya, en este enlace. Pues bien, el post ha tenido mucha difusión en las distintas redes sociales en las que habitualmente interactúo y, reiteradamente, los lectores me han mostrado su conformidad y apoyo a lo que planteaba en ese artículo.

Por tanto, con esta nueva publicación nuevo quiero continuar desgranado algunas ideas sobre cómo nos lleva a actuar la tecnología y, además, las secuelas a que nos arriesgamos al relacionarnos con ella.

Deduzco, por lo dicho, que las impresiones que en el anterior artículo desarrollaba han tocado más de una “fibra sensible” de mis lectores, y que los problemas que narraba, como resultado de la hipercontectividad que sufrimos, son una realidad presente en las mentes y en las conciencias de muchas personas que, como yo, sienten, intuyen o piensan que estas tecnologías nos han invadido sin darnos cuenta y que han terminado por afectar nuestras relaciones personales y nuestro trabajo.

Al mismo tiempo, creo que empezamos a ser conscientes de que los jóvenes, mucho más vulnerables, están pagando, o lo van a hacer en un futuro próximo, un precio tal vez demasiado elevado a causa de la servidumbre que se ha cimentado hacia esta “hipercontectividad” que nos facilitan las nuevas tecnologías.

Hemos adoptado unos hábitos personales que nos llevan a actuar de modo automático e involuntario en cuando cogemos uno de estos aparatos. Hay una reacción inconsciente que nos predispone hacia determinadas actitudes cuando estamos usando uno de estos dispositivos.

La tecnología es un siervo útil, pero un amo peligroso” Christian Lous Lange.

Porque, aunque no estés interactuando con uno de ellos, simplemente por tenerlo sujeto con una mano o cerca de ti mientras hablas con otra persona, ya sea que estés trabajando, o reunido o disfrutando de los tuyos, ocurren ciertas cosas en tu cerebro de las que, seguramente, no seas del todo consciente.

Aunque todavía no te haya sonado, ni te haya vibrando, ni te haya avisado de que te ha acaba de llegar algo, tu mente habrá activado el mecanismo automático que te predispone a dedicarle tu atención inmediatamente. Y lo harás ante el más mínimo estímulo, estés haciendo lo que estés haciendo. Lo harás involuntariamente, sin que haya habido ningún tipo de reflexión o decisión al respecto.

En cuanto suene algo en tu teléfono, ¿sabes si podrás mantenerte sin hacerle caso? ¿Puedes asegurar que no tendrás una reacción inconsciente que te haga atender lo que te muestra el aparato? ¿Estás seguro de que podrás ignorarlo y seguir atendiendo plenamente lo que estabas haciendo? En caso de no ser así, ¿qué es lo más importante para ti, el teléfono y lo que te puede llegar a través de él o esa persona a la que estás atendiendo, la tarea que estás realizando o lo que ocupaba tu mente hasta ese momento?

Si das preferencia a tu teléfono, que es lo más probable, seguramente será porque tienes adquiridos unos hábitos que te llevan a reaccionar ante ciertos estímulos y, aunque no lo quieras, tu forma de proceder estará diciendo, aunque sea subliminalmente, que lo más importante para ti no es lo que estabas haciendo sino ese móvil que tienes ahora entre las manos. Si esto te ocurre diariamente más de una vez y cualquiera que sea la circunstancia en que te encuentres, estarás reforzando ese hábito con cada repetición.

¿Qué sucede cuando te hallas en una reunión de trabajo, o en un almuerzo con un cliente, tomando un café o unas cervezas con los amigos, o cenado en casa rodeado de los tuyos y pones el teléfono móvil encima de la mesa? Les estarás diciendo a todos, sin excepción, que no son lo más importante para ti, que tienes otras prioridades y que estás dispuesto a atenderlas en cuanto cualquier estímulo proveniente de ese dispositivo recabe tu atención por muy importante que sea lo que tienes enfrente.

Cuando está demasiado exaltada y excesivamente activa, la mente se distrae con facilidad” Dalai Lama.

Algunas personas tratan de disimular esta preferencia por lo acontece en el móvil, envolviéndola en una cierta muestra de educación, teniéndolo guardado en el bolsillo o poniéndolo encima de la mesa, pero boca abajo. Pero no importará si en cuanto recibas el primer aviso el resultado es el mismo: haber dejado que una nueva interrupción y distracción cambie tu foco de sitio.

Incluso hay ocasiones en que se actúa de una manera increíblemente absurda. A veces, bien estando en una reunión atendiendo un asunto, bien comiendo con un conocido, bien hablando con alguien, o disfrutando de una buena compañía, suena el teléfono, la reacción inmediata, de casi cualquiera, es mirarlo. ¿Te resulta difícil, si no imposible, resistirte a echarle un vistazo? A continuación, hay quien se da cuenta de su falta de tacto hacia la otra persona y trata de rectificar diciendo: “no le voy a hacer caso”.

“Oh… qué maravilla, qué buena persona, qué atento, qué magnánimo, qué sorpresa… me va a seguir teniendo en cuenta a mí…” Eso es lo que puede que piense el interlocutor cuando, en realidad, lo que debería haber interpretado es que si lo has mirado es porque piensas que lo que pueda llegar por tu teléfono es más importante que lo que estabas atendiendo.

Lo mejor que se podría hacer es guardar el teléfono “apagado” en el bolsillo, apartarlo de la mente y atender lo que se debería haber atendido con el necesario cuidado. De todos es conocido que cualquier llamada, cualquier notificación, cualquier noticia que llegue al dispositivo quedará registrada y no se perderá. Más tarde, cuando sea su momento, se podrá acceder a todas estas novedades sin que haya perdido ninguna.

Puedes darte cuenta de lo adictos que nos hemos vuelto, cuando actitudes que hace unos años eran normales, hoy en día dejan de serlo y han sido sustituidas por otras. Imagínate que estás en una cafetería con un amigo y este se levanta para ir al baño. Hace unos años, mientras que él estaba asunte, tú te dedicarías a mirar la decoración, las personas, las cosas de la cafetería. Hoy sacarías tu móvil y empezarías a mirarlo, a interactuar en él a través de las múltiples y fútiles distracciones que te ofrece. Lo mismo ocurre cuando se va al baño; antes había ciertas personas que acudían con una revista o con un libro si bien hoy casi todo el mundo va con su móvil. Y no digamos nada de las comidas, donde las conversaciones han pasado a convertirse en atentas miradas de cada persona que está en la mesa hacia estos dispositivos. Imagina por un momento todas esas conversaciones, que podrías haber tenido en múltiples sitios, con conocidos o no, y que hoy se sustituyen por el consuelo de tu móvil.

En la actualidad, se construyen relaciones cuando algo falla en el móvil como la batería, la cobertura, etc., o durante esos intervalos en los que no se le atiende.

La incomunicación es la mejor manera para que algo que existía deje de existir” Alberto Fuguet.

Pero, insisto, el aspecto que me preocupa especialmente son los jóvenes, sobre todo los más pequeños. Los padres deberían meditar acerca de la conveniencia o no de dar barra libre a sus hijos en el uso de los móviles. Estoy seguro que ningún padre o madre, en su sano juicio, daría a su hijo ningún tipo de droga, por blanda que esta sea, sin entrar a discutir si es que existe alguna droga blanda. Sin embargo, y ya desde muy temprana edad, en cuanto empiezan a pedirlos se les regala uno. Aunque, hoy en día, sepamos que les va a causar adicción y, probablemente, consecuencias para su salud según comentaba en el anterior artículo.

Interactuar con dispositivos parece que, en determinadas circunstancias, provoca que el cerebro nos regale con pequeñas dosis de dopamina. Tales dosis son más frecuentes cuanto más joven se es, y por lo que parece, el cerebro de estas criaturas no está preparado para asimilar estas sustancias del mismo modo que el de los adultos.

Para tales casos, deberíamos dotarnos de un equilibrio lógico y consensuado en cuanto a la constante presencia del móvil como, por ejemplo, no sacarlo en la mesa, no llevarlo a la escuela, solamente usarlo en determinadas horas y por determinado tiempo, etc.

Los científicos parecen estar preocupados por el uso excesivo de los móviles y otros dispositivos por parte de los jóvenes y de los adultos. Experimentos llevados a cabo con ratones a los que se les inducía a realizar tareas mientras se les estimulaba por medio de las luces que emiten estos dispositivos, han arrojado ciertos datos en verdad preocupantes: los ratones expuestos de esta manera a los efectos de estas luces tardaban tres veces más que otros no expuestos en superar unos laberintos. Además, cuando se les dejó de exponer a estas luces, se constató que sus resultados ya no mejoraron.

¿Te arriesgarías a que a tus hijos les pudiera pasar lo mismo?

 

 

José Ignacio Azkue