Aceptamos más compromisos de los que razonablemente podemos cumplir. Esto es incuestionable, como lo son  también las consecuencias que depara este hecho.  Aunque para muchos éstas no sean tan evidentes, nos afectan en: nuestra productividad, nuestra reputación, nuestra tranquilidad y sosiego e, incluso, en nuestra salud.

Casi todas las personas con las que trato por motivos profesionales  me dicen siempre lo mismo: tengo más cosas por hacer  que tiempo para llevarlas a cabo. Y esto es consecuencia de que aceptan demasiados compromisos, y muchos de ellos de manera inconsciente.

Esta realidad tan simple pero a la vez tan perniciosa a causa de  sus consecuencias, nos debe hacer reflexionar sobre sus motivos y sus resultados.

Como comentaba en mi anterior artículo, estamos siempre dispuestos para todos y además en cualquier momento. Esto nos lleva a ir adquiriendo compromisos, a lo largo del día y durante todos los días, a los que decimos demasiado fácilmente que “si”. Compromisos profesionales con los compañeros, jefes, clientes, proveedores, colaboradores. Compromisos familiares con la pareja, los hijos, y el resto de familia. Compromisos sociales con los amigos, los conocidos, los vecinos, la sociedad en general, y así un largo etcétera. Los aceptamos sin meditar sobre si vamos a poder cumplir con lo que nos acabamos de comprometer, o por el contrario, si para cumplirlo vamos a tener que dejar de lado nuestras prioridades. Y como consecuencia, en demasiadas ocasiones es lo que ocurre. Como no somos capaces de abarcar con todo, las dejamos de lado, y lo que se resienten son nuestros compromisos, pero con nosotros mismos, con nuestras obligaciones.

Esto ocurre en general y, sobre todo, por dos motivos: el primero, por nuestras creencias o condicionamientos mentales, y el segundo, por nuestra falta de perspectiva, es decir porque ignoramos las consecuencias de lo  que hacemos.

De siempre y desde que nacemos se van conformando nuestras creencias, nuestros condicionamientos mentales y nuestra manera de pensar a través de la socialización. Empiezan nuestros padres, se continúa en la escuela, después serán nuestros amigos, la universidad, la sociedad en la que vivimos, etc. Incluso en nuestro propio puesto de trabajo, también se irán formando nuestras creencias. Y la suma de todas ellas, las que hemos ido adquiriendo a lo largo de nuestra vida, nos llevarán a actuar, pero siempre de acuerdo a ellas.

Creer significa “dar por cierto” en los momentos en que se toman decisiones afectivas, la creencia suele ser más poderosa que la certeza” Dr. Miguel Balderrama

A pesar de que nos hacen actuar, el mayor problema de estas creencias es que son inconscientes. Es decir, están influyendo en tu y en tu vida y ni si quiera te das cuenta.

Es verdad que somos lo que somos, porque creemos en lo que creemos, y sin duda esto nos lleva a actuar como actuamos. Y generalmente muchas de estas creencias, nos llevan a aceptar compromisos que boicotean nuestras prioridades. Es más fácil para la mayoría de las personas decir que “si” a decir que “no”, simplemente por convicción. Decimos que “si” a casi todo, sin meditarlo: al teléfono, al e-mail, al jefe, a los compañeros, a los clientes, a la familia, a los amigos, etc. y nos cargamos de compromisos por todos lados. Y cargarse de compromisos es muy fácil, basta con decir que sí; lo difícil después es cumplirlos, pero más difícil todavía es decidir cuál cumplir cuando nos vemos sobrepasados por su abundancia.

Si quieres saber cuáles son tus creencias fíjate en lo que haces, no en lo que aseguras creer, ya que nuestras creencias están, como comentábamos, en nuestro inconsciente y en ocasiones hay que estar muy atento para darnos cuenta de cómo nos comportamos. Son principios de acción.  Por eso a veces no es lo piensas que crees, sino más bien lo que haces.

Dentro de las creencias que tenemos, hay algunas de ellas que son potenciadoras y nos llevan a ser mejores y a sentirnos poderosos y fuertes, y otras que nos limitan sobre todo en nuestro poder de decisión. Esas creencias limitantes son las interferencias que nos alejan de ese estado deseado, de ese objetivo, de ese reto anhelado y que casi siempre nos llevan a aceptar compromisos de manera irracional.

La falta de perspectiva tampoco nos ayuda a la hora de completar adecuadamente nuestros compromisos. Aún en el supuesto que tengamos control sobre todo lo que nos rodea, esto no implica que sepamos elegir correctamente las acciones relevantes que nos permitan cumplir de manera efectiva con nuestras obligaciones. Entendidas, éstas últimas,  como el acercamiento progresivo a nuestros objetivos, metas o deseos.

Tener patente la perspectiva nos permite saber a dónde dirigir nuestra atención, y tener demasiados compromisos es fácil que nos nuble la necesaria claridad para una correcta elección. Ahora bien, en el supuesto que seamos capaces de limitar nuestros compromisos y obtener un control sobre ellos, para cumplir con los que debamos cumplir, deberemos añadir un enfoque adicional al conjunto de ellos: la perspectiva.

¡Qué porvenir! ¡Qué nueva perspectiva! Tengo por quién trabajar, tengo por quién vivir, tengo un hogar que cuidar. ¡Ah! Voy a empezar una nueva vida”HenrikIbsen

Saber las consecuencias de lo que hacemos nos permitirá elegir mejor y esto, a su vez, mejorará nuestra eficacia, ya que los compromisos que queden sin cumplir serán los que menos nos acerquen a nuestros objetivos.

La dificultad para decidir nuestra próxima acción se nos presenta porque tenemos demasiadas cosas donde elegir qué hacer. El nivel de los compromisos cumplidos, con independencia de que aceptemos demasiados o no, será el que dé idea a los demás, y a nosotros mismos, de nuestra capacidad de actuar correctamente y de nuestra efectividad.

Si aclaramos nuestra perspectiva con relación a lo que perseguimos, será más fácil cambiar creencias, y por tanto rechazar compromisos que no nos aportan nada, pero que nos dificultan la elección y nos frenan en nuestro avance, ya que si los atendemos, como los recursos son limitados, deberemos dejar en el camino aquellos que si nos interesa cumplir.

 

José Ignacio Azkue