Para empezar a hacer algo nuevo hay que ser valiente, ya sea empezar a usar el método GTD, empezar a cocinar, pero de manera saludable por necesidad, porque te hayan cambiado las circunstancias de tu vida, o para cambiar por ejemplo de trabajo, porque lo que haces no te gusta o te desagrada tu entorno.

Todo cambio importante necesita su dosis de arrojo y valentía, e implementar GTD, en la mayoría de las ocasiones, supone un cambio importante para la persona, para sus hábitos y para sus creencias.

El hombre valiente no es el que no siente miedo, sino aquél que conquista ese miedo”. Nelson Mandela

Cada vez que imparto un seminario, veo diferentes tipos de actitudes ante la novedad que representa adquirir nuevos conocimientos, y la posibilidad de hacer un importante cambio interior: personas que quieren mejorar, que tienen ganas de avanzar en su desarrollo personal y profesional; personas curiosas ante algo novedoso y que quieren enterarse de qué va eso de GTD; personas que saben un poco de qué va este método, pero que han fracasado en el intento o han tenido dificultades para implementarlo. O personas desesperadas que quieren cambiar a lo que sea, por lo mal que perciben que están. E, incluso, personas incrédulas que vienen con ganas de algo, pero que sospechan que no van a cambiar porque se conocen, y en este caso lo más seguro es que estén en lo cierto.

A todos estos tipos de personas, pero sobre todo para estos tres últimos tipos, que son fácilmente identificables entre el grupo, hay que decirles que GTD es para valientes.

¿Por qué tenemos que ser valientes? La respuesta es muy sencilla, porque tenemos que hacer cambios, y en muchas ocasiones, cambios drásticos en la manera de gestionar nuestra vida, nuestros compromisos. No se trata de asistir a un seminario, de leer un libro, de seguir los numerosos blog y debates que existen sobre el tema. Hay que cambiar y eso puede resultar muy duro.

Donde hay una empresa de éxito, alguien tomó alguna vez una decisión valiente”. Peter Drucker

Hay algunas personas que parece que tiene adicción al estrés, que les gusta sentirse al borde del precipicio, que necesitan de una sobredosis de adrenalina para, según ellas, rendir a tope. Están muy equivocadas y probablemente no tengan el valor necesario para conseguir cambiar.

Nadie es adicto al dolor de muelas, al dolor de cabeza. Las personas que sienten alguno de estos males saben que la solución es relativamente fácil, al menos quienes  tenemos la fortuna de vivir en lo que se denomina primer mundo. Acudimos al dentista y nos soluciona el problema, o tomamos un calmante y se nos pasa el dolor o las molestias.

Para GTD no existen soluciones como éstas; si tuviésemos un facultativo que tras una intervención, en nuestra cabeza  o en nuestra psique, lograra que fuésemos  capaces de trabajar con la metodología GTD; o  si hubiera una pastilla que una vez ingerida surtiera el mismo efecto, sería fabuloso, pero esto es ciencia ficción y hoy en día no existe.

La dificultad radica en el cambio. Y nos podríamos preguntar, ¿por qué esas personas en las que tan claramente se ve, o incluso ellas mismas lo dicen, que necesitan cambiar no lo consiguen? La respuesta es que en general las personas odian el cambio y la incertidumbre. Ante un reto que nos suponga un cambio, lo único seguro que conocemos es que no sabemos lo que vamos a conseguir. Y esa incertidumbre es el verdadero freno, es más convincente que el potencial beneficio que podemos conseguir.

La incertidumbre lleva al miedo y el miedo es el camino directo al estrés, de modo que es nuestro organismo  el que desde hace miles de años usa este mismo mecanismo como arma de supervivencia.

Por eso digo que GTD es para valientes, porque hay que serlo de verdad para que en una situación, muchas veces extrema, de estrés e incertidumbre, el enfrentarse a un cambio, que no se sabe si se va a conseguir, cuando se desconoce lo que se  va a lograr, en que se ignora el tiempo que va a llevar, que se intuye que se va a necesitar hacer un gran esfuerzo adicional para ello, que se tiene unos recursos siempre escasos para poderlos dedicar al cambio, se emprenda de verdad la labor de cambio. Hay que ser valiente para ello, ya que nuestro mayor temor es tener miedo a lo desconocido.

Tal vez sea la razón por la que tanta gente “se cae del vagón”. Para que nos entendamos, hay personas que logran hacer algunos cambios, con frecuencia tímidos giros y que se ven superadas, en general al poco tiempo de hacerlos, por el miedo y la incertidumbre y la situación en la que están. Y tiran la toalla.

Más vale malo conocido, que bueno por conocer”. Refrán popular

Este antiguo dicho, que además es una creencia muy extendida en prácticamente todas las personas, entra en funcionamiento ante el cambio. Nos hace parar. Nuestra lógica puede que entienda la necesidad del cambio, puede que nos haga ver los beneficios de usar y aplicar los principios de GTD, pero nuestras creencias y nuestro estado anímico nos frenan y nos hacen fracasar.  Tal vez sea ésta la razón por la que se dice que GTD es difícil de implementar. Porque cuando se trata de realizarlo, la persona que lo intenta, en demasiadas ocasiones no está en las mejores condiciones para hacerlo.

Tratamos de que una persona en mal estado emocional haga un esfuerzo para cambiar. Es como si estuviera en medio del mar, rodeada de tiburones  que merodean a su alrededor con malas intenciones. Ya se le puede decir que la temperatura del agua es la idónea para su cuerpo, que el ejercicio de nadar es muy saludable, que está disfrutando de una nueva y conveniente experiencia, bla, bla, bla… Su mente no va a estar para “esas historias”, estará asustado, digámoslo de otra manera, estresado, y lo único que llamará su atención de verdad y le preocupará serán los tiburones.

El éxito no es definitivo, el fracaso no es fatídico. Lo que cuenta es el valor para continuar”. Winston Churchill

Creo que el mejor momento para ayudar a una persona a empezar a practicar GTD, y que lo implemente con éxito, es cuando esa persona no esté estresada y si lo está que sea de manera leve. Es conveniente que conozca y que haya sentido la sensación del estrés puro y duro, y lo que puede significar vivir en ese estado. Esta experiencia, y el no tener que estar en esa situación en este momento, le pueden ayudar a realizar los cambios necesarios en hábitos y creencias ya que, probablemente, no desee volver a caer en esa insana e indeseable situación del estrés continuo y demoledor. El estar en esta situación le puede animar a dedicar el tiempo, los recursos y el esfuerzos necesarios que de otra manera estarían focalizados en la resistencia al cambio.

Si partimos de esta situación es más fácil que el método avance paulatinamente y de manera constante, sin estridencias, y no nos deberá preocupar buscar la perfección desde el comienzo, sino la motivación para no caer en el estrés. El tiempo, la práctica y los buenos consejos, harán el resto.

 

 

José Ignacio Azkue