Toda nuestra vida, seamos conscientes de ello o no, no es sino una amalgama de hábitos de diversa naturaleza que, de un modo u otro influyen en nuestra persona a diferentes niveles: algunos lo hacen sobre nuestros propios actos, otros llegan a interferir en nuestras emociones e, incluso, lo hacen en nuestro intelecto. Los tenemos sistemáticamente organizados para bien o para mal y, queramos a no, nos conducen irresistiblemente hacia nuestro destino, sea éste el que fuere.

Aristóteles ya decía, que los hábitos eran lo más importante de la personalidad de los humanos. Afirmaba que las conductas que suceden de manera inconsciente son la mejor prueba de nuestro propio y verdadero “yo”. Y así es, es la evidencia que no se puede disimular u ocultar y que refleja, sin artificios ni maquillaje, lo que de verdad somos.

Hay cientos de hábitos que influyen en nuestro comportamiento día a día y hacen que aflore esa personalidad que, sin darnos cuenta, vamos mostrando allá por donde pasamos.

El llegar a ser buenos piensan algunos que es obra de la naturaleza, otros que del hábito, otros que de la instrucción” Aristóteles.

Están presentes nada más despertarnos y nos sirven de apoyo inconsciente, constantemente, hasta que de nuevo a la noche nos dormimos. Casi podríamos afirmar que de alguna manera nos guían en cómo nos vestimos; a la hora de hablar con nuestra pareja, hijos o amigos; influyen en cómo y en lo que comemos; en cómo trabajamos y nos relacionamos con nuestros compañeros; en si hacemos ejercicio o si nos lleva por otro camino en nuestro ocio.

Los hábitos determinan, por consiguiente, nuestro trabajo, nuestra productividad y nuestra efectividad. Una parte importante, si no la más crucial, a la hora de mejorar tanto lo que hacemos en nuestra jornada laboral como la forma en que realizamos nuestros quehaceres, será consecuencia de los hábitos, productivos o no, que hayamos adquirido o de los que nos falten por adquirir.

Y cuando tienes un hábito y lo has identificado como tal, si es negativo para ti, tienes la responsabilidad de cambiarlo. Si no lo haces no cabe disculparse ni echar balones fuera responsabilizando a otros. Nuestros hábitos nos pertenecen, y son de nuestra exclusiva competencia lo que producen y sus consecuencias. Si entendemos que tenemos hábitos y que éstos se pueden cambiar, tendremos la libertad, pero también la responsabilidad, de hacerlo.

Todos tenemos un poder y una capacidad inconmensurables para reinventar nuestra vida” Stephen Covey.

Cada uno tiene su señal, su acción y su recompensa; algunos son sencillos otros son complejos. Pero todos, con independencia de sus componentes, tienen algo en común: son maleables, es decir, se pueden transformar, cambiar, adquirir o eliminar.

Sin embargo, el paso imprescindible para poder hacer algo con respecto a un hábito, es decidir hacerlo. Sin este componente y sin su correspondiente esfuerzo, no es posible hacer nada.

No aparecen, ni desparecen, porque sí.  Detrás estará el duro trabajo de identificar las señales y las recompensas para, después, reunir la suficiente fuerza de voluntad y perseverar en las repeticiones necesarias hasta que se conviertan en rutinas y tengamos dominado el hábito.

Los hábitos son los que nos permiten hacer algo con dificultad la primera vez, pero tras repetirlo varias veces, la dificultad va desapareciendo y es sustituida por la facilidad. Al final, y tras la suficiente práctica y repeticiones, no nos daremos cuenta de que lo estamos haciendo, pasará a ser un acto mecánico del que no seremos prácticamente conscientes. Esto es un hábito.

Si quieres cambiar para mejorar tu productividad y tu trabajo, y si esos cambios necesarios los transformas en hábitos, el cambio se hará realidad. Tardará en llegar más o menos, pero que este dato no te preocupe. El poder del hábito logrará que llegue antes de que seas consciente de lo conseguido, ya que los cambios se habrán trasmutado en algo habitual y automático.

La forma en que piensas y actúas habitualmente sobre tu entorno y sobre tu mismo, bien sea en el terreno profesional, el familiar o cualquier otro, crea la realidad en la que vives. 

Los hábitos con los que actúas y los patrones con los que piensas forman parte del inconsciente y de las decisiones invisibles que conforman tu vida. Ahora bien, si logras traerlas al plano de la consciencia, este mero hecho las transforma en visibles. Y cuando algo se hace visible, si lo deseas puede estar bajo tu control.

 

 

José Ignacio Azkue