Una mañana, bajé a desayunar al restaurante del hotel donde había pasado la noche. Por razones de trabajo me había tenido que desplazar lejos de mi domicilio.
Al entrar al comedor, tras saludar al camarero que controlaba la entrada de los clientes, le pregunté: ¿el buffet es libre? Por supuesto caballero, me contestó.
La sonrisa inicial en mi cara, pronto se transformó en un pensamiento de preocupación.
Un buen rato después, me había atiborrado. No podía comer ni un bocado más. Las tortillas, los filetes de beicon, los huevos fritos, las rebanadas de pan con tomate, (qué delicia catalana), los yogures con cereales, no nos olvidemos de la bollería y de los zumos… Al final no sé cómo pude conseguirlo, pero también hice un hueco para un poco de fruta.
Reconozco que tengo un problema con los buffet libre en los hoteles: hay demasiado donde elegir. Y todo por el mismo precio.
Me encanta la variedad y la posibilidad de probar tantos platos diferentes, mi fuerza de voluntad me abandona. Como un poco, de verdad, un poco de todo. Pero resulta que al final ese “un poco de todo”, resulta que es mucho, demasiado sin lugar a dudas.
Al final resulta casi mortal para mí. Salgo atiborrado del restaurante, incomodo, la digestión se me hace pesada y el rendimiento de esa mañana no es el mismo. Como podréis imaginar tiene sus consecuencias a lo largo de ese día.
Este dilema del buffet libre, es el mismo con el que nos encontramos todos los días a la hora de gestionar nuestras tareas. Tenemos tantas cosas por hacer y nos van surgiendo otras muchas a lo largo del día, que es complicado elegir, nos reclaman todas, creemos que podemos enfrentarnos a todas ellas sin consecuencias y no sabemos decir a algunas “no”.
Te imaginas al camarero saliendo de la cocina con una tentadora fuente llena de fruta, toda pelada y troceada. No me puedo resistir, voy a dejar el café con leche con el bollo a medio terminar, para coger un poco de macedonia con zumo de naranja.
Los sistemas tradicionales para gestionar el tiempo, no nos ayudan hoy en día a solucionar este problema. Se limitan a plantear cómo hacerlo todo en menos tiempo. Es el mismo error que tratar de probar todo en el buffet. Al final, tendremos que ir dejando cosas sin terminar para probar nuevos platos. Al final acabamos desesperados, agotados y desbordados.
El único secreto que hay para sobrevivir a las consecuencias de un buffet libre, es comer menos, elegir bien y con sobriedad qué vamos a desayunar y qué no.
En el trabajo o en nuestra vida privada debemos hacer lo mismo, tenemos que elegir qué hacer y quitarnos cosas de encima, las que menos nos aporten o nos interesen.
Debemos tener muy claro cuáles son los áreas que representan algo importante para mí. Tras reflexionar decidiré qué quiero conseguir a lo largo de, por ejemplo, un año. Seguro que me aparecen las líneas maestras por donde tienen que discurrir mis acciones.
Cuando decidas cuáles son tus prioridades, dedícate a ellas el mayor tiempo posible. No dejes que las demás te tienten y te llenen tanto, que no tengas sitio para las que tú has decidido que son las importantes.
Lo mismo en el buffet libre. Decidiremos antes de desayunar, qué tipo de alimentos vamos a ingerir en función de las necesidades a cubrir durante esa mañana. Cogeremos un plato y lo llenaremos con cuatro o cinco cosas que hayamos elegido. Podemos dejar un hueco para algo que nos tiente demasiado, un hueco pequeño.
La siguiente vez que acudí a un buffet libre, estaba un poco inquieto, pero decidido. Me sentí triste y confuso cuando vi cosas que me apetecían, no fue fácil, me limité a un plato con cinco elecciones.
Disfruté y por primera vez, salí del buffet libre sintiéndome bien.
José Ignacio Azkue
Me siento totalmente identificado contigo, pero no en el caso del buffet libre. Con el tema del buffet yo lo que me aplico siempre es la «RUTINA». ¿En qué consiste la «RUTINA? EN COMER EN EL RESTAURANTE DEL HOTEL LO MISMO QUE EN CASA, es decir:
Un bol de cereales integrales con leche, café y sacarina. La leche si es de soja mejor.
Uno o dos kiwis.
Un vaso de agua. Nunca zumo artificial.
Un yoghourt desnatado si es posible.
Una infusión de te verde.
Me costó pero lo conseguí. Dejé los bollos, pasteles, tortillas varias, salmón, jamón de jabugo, etc.
Con esto las tuberías funcionan de maravilla, subes a la habitación, te lavas los dientes y funcionas fenomenal hasta la hora de comer.
¿Dónde está MI problema? En las cenas fuera de casa. Pero esto lo dejo para otro comentario.
Las reglas…ese es mi truco. Siempre he creído que las reglas te ayudan a vivir…porque conociéndolas te puedes permitir el lujo de saltártelas de vez en cuando en pro de la creatividad.
Mi amigo D. y yo, solíamos ir a esquiar con un programa municipal que nos integraba lo imprescindible para llegar a niveles aceptables en las pistas. En el pack se incluía desayuno y cena en hotel de poca monta, ambos con bufet libre. D. siempre salia del comedor «rodando», lo ideal para bajar por una pista roja. Un día me pregunto: MJ que haces para decidirte, siempre te veo parsimoniosa por la sala y cuando nos sentamos a comer no hay dudas en tu elección. Partimos de la premisa que soy una persona a la que le gusta comer y con un par de exclusiones, de todo. Dos reglas. Una, si voy a estar fuera de casa varios días, probar una cosa cada día. Dos, no comer nada que me pudiera hacer en mi casa por su complejidad, extravagancia o precio.
Son mis reglas…pero todo en esta vida se todo se puede simplificar, ajustar a un crono-grama sencillo y desestimar lo que no entra en las reglas.
Soy conocedora y estudiosa de sistemas como el GTD, aplicable a casi todo, sistemas de agenda, planificaciones estratégicas, operativas, gestión de proyectos…y sinceramente…me quedo con la simplificación.
Y por cierto…David sigue usando anti-ácidos en sus incursiones al bufet libre.