Estaba la semana pasada con un empresario hablando con él sobre la situación de su empresa y le oía lo que tantas veces había escuchado en boca de otros empresarios y profesionales:

La competencia me está matando, esta crisis está destrozando el mercado, los márgenes se han hundido, es más difícil que nunca obtener beneficios, cada día estamos menos gente en la empresa y así un largo etcétera.

Estábamos en el descanso de un seminario sobre productividad personal, al que él asistía con ilusión para tratar de mejorar lo que consideraba, como la batalla contra las inclemencias del día a día: los chaparrones, las granizadas y los rayos y truenos que caen por todas partes todos los días.

Yo le insistía, que el problema no eran las “inclemencias meteorológicas” como él las llamaba, el problema, le decía somos nosotros y cómo actuamos ante esas inclemencias.

El problema es que le dedicamos mucha más atención a estas circunstancias, que a lo que de verdad nos va a hacer avanzar. Dejamos que nos despisten, pensamos que si no las atendemos, pueden tener consecuencias negativas para nuestro negocio. La realidad es todo lo contrario, abandonamos trabajos conscientemente, que sí tienen consecuencias con nuestro negocio, o nos impiden plantearnos retos que nos harían mejorar y avanzar.

Tenemos una forma de pensar adquirida a lo largo de los años, que nos lleva a dejar lo que estábamos haciendo, sea lo que sea y sea importante o no, por una llamada de teléfono, por un correo que nos acaba de entrar.

No importa si estamos tratando de reducir los costes de un material, no importa si estamos haciendo un presupuesto, no importa si estamos definiendo los requisitos para un nuevo proyecto.

Es nuestra forma de ser. Pero claro, todo tiene consecuencias. Andamos todo el día saltando de una tarea a otra con frenética rapidez. Las abandonamos a medio hacer y no sabemos cuando las vamos a volver a recuperar. Es más, las recuperaremos, pero es muy probable que las abandonemos otra vez por un nuevo chaparrón.

Las consecuencias que tiene esta forma de actuar son sobre nuestra productividad personal. Realmente nos volvemos improductivos. No nos damos cuenta, que cada vez que tenemos que retomar ese trabajo nos cuesta volver a saber dónde lo habíamos dejado. Eso es nefasto, nos hace perder mucho tiempo todos los días. Ese tiempo que después tenemos que recuperar haciendo horas extras. Ese tiempo que tenemos que robárselo a nuestra familia o a nuestras aficiones.

Pero lo más importante de todo, al menos hablado profesionalmente, es que nos hace perder el foco de nuestros objetivos.

El problema y vuelvo a insistir, es que esta actitud nos lleva a no trabajar nuestros objetivos y en muchas ocasiones, ni tan siquiera a planteárnoslos. Por tanto, nuestros resultados serán mucho más pobres de lo que en realidad debían ser. No culpemos a la crisis, no culpemos a la competencia, somos nosotros con nuestra actitud nuestros peores enemigos.
 

José Ignacio Azkue