El ausentismo presencial es algo que ocurre cada vez con más frecuencia y que boicotea nuestro trabajo y nuestra productividad. Cada vez que nuestra mente no esté en lo que debería estar. Cada vez que, estando físicamente en nuestro trabajo,  nuestra atención se distraiga con una ocupación diferente a la que deberíamos tener, una ocupación  que no tenga nada que ver con aquella por la que nos pagan, podemos decir que hemos caído en el ausentismo presencial.

Quizá tengamos el procesador de texto abierto con ese acta de la última reunión a medio hacer y que no conseguimos hacerla avanzar. Puede que, incluso tecleemos  un texto incomprensible para hacer ver que estamos trabajando. Poco después la borraremos, pero lo importante es nuestra cabeza está en otro lugar, tal vez divagando sobre las malas notas de nuestra hija, las vacaciones que nos gustaría pasar, las cosas que nos gustaría decirle a la cara a ese cliente tan desagradable y exigente, con el que mañana tenemos  que reunirnos. O tal vez pasemos buena parte de nuestra mañana en Youtube, viendo un video tras otro sobre temas que no nos interesan especialmente pero que han cautivado nuestra atención, mientras que por el rabillo del ojo vigilamos la actividad que rodea el puesto de trabajo, por si alguien se acerca. Así podremos cambiar la pantalla a tiempo de no ser descubiertos.

El ausentismo presencial es un problema para la productividad y por tanto para las organizaciones. Lo podemos definir como: ir al trabajo e invertir el tiempo que deberíamos dedicar a nuestras en tareas laborales, en otras que no tienen nada que ver con éstas y que, además, hacemos utilizando los recursos de la empresa en una gran mayoría de ocasiones.

El aburrimiento es lo que queda de los pensamientos cuando las pasiones son eliminadas de ellos”. Emile-Auguste Chartier conocido como Alain.

Este problema, parece haberse agudizado a partir de, y con, la crisis económica y laboral que estamos padeciendo, en mayor o menor medida, desde hace ya unos cuantos años. Y esto se está dando por miedo. Hoy en día, muchos trabajadores se sienten presionados a ir al trabajo por miedo a perderlo si no se acude. Esto tiene como resultado que se haya reducido el absentismo laboral, pero se haya incrementado el ausentismo presencial.

Se ha cambiado el paradigma, hemos pasado de tener sillas vacías y frías a sillas vacías pero calientes. En los dos casos con el mismo resultado: pérdida de productividad y un coste de oportunidad perdido por lo que no se ha hecho.

A los dirigentes de las empresas siempre les ha preocupado el absentismo; el que se produce cuando un trabajador no acude a su puesto de trabajo, pero están ignorando el ausentismo y sus consecuencias. La causa  más segura es  que este último resulta menos evidente, por lo que su análisis o estudio es difícilmente realizable.  Además se podría estar andando por el delgado filo que supone, siempre, el tema de  violar el derecho de la intimidad.

Alguno puede pensar que la solución a este problema podría  pasar por establecer un aumento del control y un mayor reporte de actividad. Hoy en día hay empresas especializadas en establecer estas medidas, y las venden como la gran panacea de la productividad. En mi opinión, decisiones que vayan en esta línea, puede llegar a ser contraproducentes. Además siempre serán medidas coercitivas, que no van al origen real del problema y que, por tanto, pueden ser valoradas de manera muy negativa, tanto por aquellas personas que sufren el ausentismo presencial como las que no.

El origen puede estar en múltiples situaciones y tener varias causas.  Enfermedades personales o de allegados, problemas personales o familiares, incluso hoy en día las tan comentadas inseguridad y precariedad laborales  que se han extendido entre todos los niveles de casi todas las empresas.

Con preocupaciones de este tipo es muy fácil que se pierda la atención en nuestro trabajo. La cabeza trabaja con independencia de nuestra voluntad. Irá a donde ella quiera ir, a pesar de que nos esforcemos por hacer algo en concreto. Esto tiene su impacto directo en la productividad de esos trabajadores y por tanto en la de la empresa. Debería estudiarse, y en profundidad, este supuesto ya que existen numerosos motivos para pensar que el ausentismo presencial puede tener peores consecuencias que el absentismo físico.

El trabajo más productivo es el que sale de las manos de un hombre contento”. Victor Pauchet

Y afecta a los compañeros y a la empresa ya que:

  • Es un claro síntoma de desmotivación hacia el trabajo que nos han encargado hacer. Bien porque estemos “quemados”, no nos sintamos reconocidos, porque nos sintamos abrumados por exceso o por falta de de trabajo,  o porque no veamos sentido a lo que hacemos o para qué lo hacemos.
  • Afecta a los compañeros. Pueden darse casos de contagio. Ver que los proyectos no avanzan porque los demás no los hacen avanzar puede ocasionar que la gente se vaya relajando.  Y, además, siempre genera frustración ver que tus compañeros no colaboran contigo o con el equipo.
  • Es fácil pasar desapercibido. Faltar al trabajo se nota, y probablemente se note desde el minuto uno. Estar en el trabajo pero ausente se nota mucho menos y puede pasar bastante tiempo hasta que la situación sea palpable y se evidencien las consecuencias.
  • Las distracciones son caras. Pensar o hacer otras cosas durante nuestro trabajo nos llevará sin duda a realizar nuestro trabajo mal, sin calidad. Esto puede tener sus consecuencias: errores, accidentes, roturas, averías, situaciones todas que cuestan dinero.

Un trabajador que gestiona bien su atención, que la dirige en todo momento hacia las tareas y compromisos propios de su trabajo, es más eficaz y productivo que uno que no lo hace. Por ello, se debería estar atento ante cualquier evidencia o sospecha de que algo así está ocurriendo. Tratemos a cada trabajador como lo que es, un individuo único con sus problemas y circunstancias. Potenciemos la comunicación para llegar al fondo del problema y buscar la solución. Que no nos dé miedo hablarlo para, si es necesario, ajustar y modificar aunque sea temporalmente las funciones de esa persona o explicarle o hacerle ver los objetivos que se persiguen y los pasos para lograrlo. Y evaluar también sin miedo si la solución del problema no pasa por la flexibilización de los horarios de trabajo.

José Ignacio Azkue