Quién nos iba a decir a nosotros que, en unos pocos años, nuestra vida y nuestra productividad se iban a ver afectadas por la revolución tan importante que se ha dado en la tecnología y que, como consecuencia de estos cambios, íbamos a sufrir algunas secuelas negativas en aspectos importantes de nuestra vida sin, además, ser conscientes de ello en muchos casos.
Basta que hagamos un poco de memoria para recordar que hace tan solo poco más de quince años, el teléfono móvil era claramente un bien escaso y raro. Y que pocas personas podían disfrutar de sus ventajas. Sus poseedores eran unos afortunados, envidiados por representar la élite y el éxito. Aquellos aparatos voluminosos y pesados solo servían para recibir y efectuar llamadas telefónicas, y eso solamente en ciertos lugares desde donde había cobertura.
Pero no necesitamos hacer tanta memoria para darnos cuenta de que hace muchos menos años que aparecieron en el mercado los Smartphones. Esas maravillas tecnológicas, sin las que la mayoría de las personas no podrían vivir, se han convertido en algo tan necesario para nuestra vida como lo puede ser un marcapasos para quienes sufren ciertas patologías cardíacas.
Si, ya sé que a muchos de los que me leéis os parecerá una exageración la comparación que acabo de hacer. Pero la actitud predominante entre los usuarios es mirar para otro lado no queriendo ver la realidad en la que se ha transformado nuestra relación con estas máquinas. Ni queremos, ni nos paramos a pensar que, en realidad, nos hemos transformado en verdaderos yonkis de nuestros aparatos de comunicación social.
Pero al final esto representa una triste realidad, y pocos de nosotros podemos vivir sin ellos. Les tenemos verdadera adicción, y si estamos alejados de ellos sin poder consultarlos constantemente sentimos una especie de síndrome de abstinencia que nos produce malestar e, incluso, hasta cierto desasosiego causado por una mal entendida falta de información sobre lo que está ocurriendo a nuestro alrededor.
Si estamos en un restaurante y nos fijamos en las mesas vecinas, vemos a personas que comparten mesa pero que están más pendientes de sus terminales que de la comida o de sus acompañantes. Si nos fijamos cuando cruzamos un paso de cebra, podemos comprobar que bastantes viandantes van más atentos a sus teléfonos que al tráfico o a la persona que le viene de frente. No digamos nada de los que consultan y atienden al teléfono mientras conducen su coche, a quienes tan siquiera parece importarles si dentro va su familia, y la ponen ante un importante riesgo para su vida. Lo importante es lo que les acaba de llegar. Lo tienen que consumir como si fuera la droga para un yonki.
Esta nueva tecnología nos ha enganchado de manera tan contundente porque satisface unas necesidades que imperiosamente necesitamos satisfacer y que son muy humanas: nuestra curiosidad innata, la necesidad de sentirnos importantes o al menos iguales a los demás, y la de mantener las relaciones sociales.
Esto afecta a nuestra vida ya que, sin darnos cuenta, nos aislamos de lo que nos rodea para sumergirnos en “la dosis” que nos suministra la pantalla. Pero también afecta a nuestra productividad profesional, ya que caemos en continuas distracciones e interrupciones, por lo que nuestro trabajo y su calidad se ven afectados de manera importante.
Debemos de reducir su consumo, debemos de hacer dieta para reducir y racionalizar su uso. Ya sé que esta propuesta es difícil de asumir, y que se va a estrellar contra todo tipo de creencias, condicionamientos mentales y excusas para no hacerlo, pero es necesario.
Podríamos empezar a desengancharnos los fines de semana, probarnos que podemos vivir sin conexión, durante al menos dos días a la semana. Podríamos apagar nuestros terminales, y guardarlos, con un compromiso firme por nuestra parte de mantenernos alejados de ellos. Lo más seguro es que descubriríamos que no ocurre nada, aunque tal vez algo sí: tal vez descubriésemos que podemos vivir más relajados, que podemos desconectar de nuestras obligaciones, que esa curiosidad que traemos de fábrica los seres humanos nos ha llevado, sin darnos cuenta, a tener que estar sobre-informados, pero no con temas relevantes, sino con temas insustanciales que en muchas casos se podrían calificar como verdadera basura.
Si este intento tiene éxito, si vemos que ayunar de la tecnología nos proporciona más beneficios que problemas, tal vez nos animemos a dar un paso más. Tal vez nos animemos a apagar todo el mundo digital nada más finalizar nuestro trabajo. Tal vez descubramos que con la familia, con nuestros queridos, podemos tener más estrechas y mejores relaciones.
Ya sólo nos restaría saber cuándo debemos apagar nuestros terminales en el trabajo para que este fuera más productivo y eficaz, algo que también hay que hacer si queremos evitar lo que todos sabemos que nos provocan.
El ayuno digital supone mejorar nuestra vida, mejorar nuestra salud, mejorar nuestra productividad, mejorar en casi todas las áreas de nuestra vida. Solo depende de la presión que efectuemos con nuestro dedo para apagar nuestros terminales.
José Ignacio Azkue
Excelente articulo Jose Ignacio, es muy cierto lo que has dicho, chateamos con las personas, pero somos incapaces de llevar una conversación amena, cara a cara; hasta estando compartiendo una comida, lo primero que se ve en la mesa son los celulares de los comensales, es cierto que la tecnologia aha traido muchos avances, pero ha generado un gran abismo comunicacional.
Hola Fulvia:
La tecnología está cambian mucho en nuestras vidas. Desde cómo nos relacionamos (o dejamos de hacerlo) con nuestros semejantes. Hasta la forma en la que se ha transformado el trabajo en este siglo XXI. Debemos ser conscientes de las ventajas que nos aporta, peor debemos de analizar, y con mucho cuidado y detalle, todos los perjuicios que nos está ocasionado, que son muchos y hasta con graves consecuencias para muchas personas.
Un saludo y muchas gracias por tu aportación.
Tristemente, para las que vivimos solas y solos, esa conversación cara a cara se tiene que dar después de un contacto telefónico. Pero la idea de apagar el móvil para atender a una persona con la que has quedado, me parece algo hasta más grande que un acto de cortesía hacia ella y hacia ti mismo/a, me parece hasta delicado, tierno y muy humano.
Recuperemos eso!
Hola Katrin.
Me ha encantado como has definido (calificado) el hecho de apagar el teléfono para que no interfiera cunado estamos atendiendo a otra persona. Permiteme que la coja como idea.
Ademas de un acto de cortesía es un acto necesario incluso cuando estamos solos, para poder aislarnos y concentrarnos en nuestro trabajo, descanso, ocio o disfrute de nuestra propia familia.
Muchas gracias por tu aportación.
Un saludo.