Un hecho más habitual de lo que creemos, que tiene efectos negativos para tu productividad, del que muchas veces puede que no seas demasiado consciente sobre el motivo que te lleva a hacerlo, es la posposición o postergación de tus obligaciones. Sí, estamos hablando de un acto que técnicamente tiene un nombre un poco extraño y es el de “procrastinación”.

Esta palabra que, cuando la oyes por primera vez, te puede parecer hasta casi un insulto ante lo dura y abrupta que suena, tiene su origen en el latín. Por tanto, su inicial reconocimiento parte de la civilización romana. Como todos los imperios que nos han precedido, éste también tuvo cosas positivas y negativas, pero lo que no se puede negar es que causó una gran influencia en lo que hoy entendemos como mundo occidental.

Pues bien, ellos ya identificaron que procrastinaban, que posponían sus quehaceres y, como era una civilización eminentemente práctica, definieron este hecho y, así, nos ha llegado este vocablo hasta nuestros días. La palabra latina que lo definía era “procrastinare” y es el resultado de la unión de “pro” que significa “adelante” y de “crastinus” que expresa “relación con el futuro”.

La procrastinación, por lo tanto, consiste en aplazar el cumplimiento de una obligación o de algo que eres consciente de debes realizar y, esta decisión tiene que ser tomada, como ya he dicho, de manera irracional, pero a sabiendas de que se debe hacer. Pueden darse casos extremos en esta forma de actuar se transforme en algo tan habitual, que termine por convertirse en un trastorno del comportamiento que puede llegar a requerir, incluso, atención psicológica.

Solo existen dos días en el año en que no se puede hacer nada. Uno se llama ayer y el otro mañana. Por lo tanto, hoy es el día para amar, creer, hacer y principalmente vivir” Dalai Lama.

Las personas pueden procrastinar sus tareas en diferentes ámbitos y a lo largo de cualquier etapa de su vida.

Se puede dar el caso de un niño que procrastina cuando decide quedarse jugando frente a la videoconsola, o viendo cualquier programa de la televisión, en vez de terminar las tareas que tiene que llevar al día siguiente a la escuela.

Se da de la misma manera, en los jóvenes estudiantes cuando tienen la percepción de que la entrega de ese trabajo que deben realizar, o la fecha de ese examen al que se tienen que presentar, está todavía lo suficientemente lejana como para permitirse el lujo de no dedicarles una atención que, racionalmente, sería necesaria, aunque, en su lugar, elijan distraerse disfrutando de actos lúdicos y festivos que no tienen nada que ver con sus estudios.

Pero a los adultos les pasa tres cuartos de lo mismo. Postergan, por ejemplo, el ordenar el desván de su casa, o el cambiar los neumáticos, el cambio del aceite o la revisión de su coche, y no lo hacen, aun a sabiendas de que hay que hacerlo, hasta que sucede algo inesperado que les obliga, aunque sea tarde, a moverse y a solucionar el problema que se las ha presentado.

Y los profesionales tampoco se libran de tener la misma actitud, lo hacen igual que los anteriores.  Cuántos de vosotros tenéis correos electrónicos durmiendo el sueño de los justos, porque ni os apetece ni, tal vez, sepáis por dónde meterle mano y siguen ahí, en la bandeja de entrada mientras eludís la decisión de hacer algo por ellos, aunque esa decisión os cause malestar porque sabéis que, como profesionales que sois, no estáis actuando de la mejor manera.

Hay dos tipos de actitudes que laceran el desarrollo de cualquier cosa; el postergar acciones y la inmediatez, cualquiera de las dos, sin justa oportunidad, causan mucho daño” Jenny Zenav.

Ejemplos se pueden poner muchos, porque todo el mundo en mayor o menor medida procrastina asuntos y, en general, de cierta importancia, que se tienen que resolver. El quid de la procrastinación está en que no le dedicas el interés a una determinada actividad que necesita sea resuelta y, en su lugar, y de manera irracional o sin un buen criterio personal o profesional, le dedicas la atención a otra que, por la razón que sea, te resulta más fácil de hacer o simplemente más placentera. Y para colmo, la elegida, tiene menor importancia que aquella de la que has apartado el foco de tu atención. De este modo, postergas lo importante, lo necesario, y realizas y ocupas tu mente con temas menos trascendentales o incluso trivialidades.

Actuando así, permites que la procrastinación se convierta en un enemigo de tu productividad y de tu efectividad. Las empresas, las organizaciones, la sociedad e inclusos las familias sufren este problema y sus consecuencias por la cantidad de personas que postergan irracionalmente tareas que, sin lugar a dudas, deberían ser realizadas de forma inmediata.

El adormecer la conciencia ante la falta de coraje y la fuerza necesaria para decidir bien, puede llevarte, con relativa facilidad, a resentir los vínculos y las relaciones entre las personas con las que te relacionas, bien sea profesional o personalmente. La dilación en la toma de las decisiones correctas sobre lo que deberías de hacer tiene consecuencias y, en general, éstas son siempre negativas.

Las excusas que  puedes ponerte como procrastinador para calmar tu conciencia, tales como los típicos “ya lo haré mañana”, “ahora no tengo tiempo”, “no me apetece” o el fatídico “total no pasa nada si no lo hago ahora”, son algunas de las falsas justificaciones y pretextos que, a través de un debate o dialogo interno, pones ante tu conciencia para eludir y adormecer tus responsabilidades, creyendo erróneamente que esta dilación será solo momentánea, cuando en realidad termina por perdurar y alargarse en el tiempo.

«No hay nada más cansado que una tarea no terminada» William James.                                                

Las razones por las que caes en esta trampa se pueden reducir a unos pocos motivos, tales como: la pereza que puedes sentir para iniciar algo, el temor a no lograr un deseo o un objetivo, o que los resultados que esperas obtener puedan no ser los que en realidad deseas, o la indecisión que sientes ante la falta de claridad para saber la importancia de lo que pospones, o cuando tratas de hacer esas tareas a pesar de que no es el momento más adecuado para su realización, también la falta de energía y vitalidad, y esto  puede que a veces tenga mucho que ver con la anterior razón, o bien cuando debes acometer tareas muy grandes.

En general, en mis seminarios estos son los argumentos que aparecen siempre, me cuentan los asistentes que les sucede y que terminan por llevarles por este camino del incumplimiento.

Con el fin de evitar que caigas entre las garras de la dilación irracional, deberías poner en práctica unas ideas para que, cuando llegue la tentación de posponer, puedas esquivar esta mala posibilidad con éxito:

  • Protégete de las distracciones. Cada vez que te llegue una, tienes muchas posibilidades de no continuar con lo que estabas haciendo. Pon los medios para que no lleguen y para que, si lo hacen, sepas actuar proactivamente y escapar de sus efectos.
  • Valora la importancia de la tarea. Conéctala con tus objetivos y prioridades para ver su trascendencia y recuerda que, cuanto más claro la tengas, más fácil será ponerte a trabajar y terminarla.
  • Trocea y trocea. Si te tienes que enfrentar a una tarea muy grande, divídela en fracciones más pequeñas para que la tentación de dejarla, porque te abruma su tamaño, disminuya al ver más asequible el realizar varias tareas más pequeñas que, además, puedes hacer en diferentes momentos. Una tarea, cuanto más pequeña sea, más fácil será de hacer.
  • Aprovecha las mejores horas. En muchas ocasiones se procrastina porque se intenta hacer una tarea que nos va a costar en momentos no adecuados para hacerla. Si requiere esfuerzo y la queremos hacer cuando estemos cansados, la posposición de la tarea estará más que asegurada. Trata de hacerla cuando te encuentres en plenitud de tu capacidad de trabajo.
  • Piensa en los demás. Muchas tareas procrastinadas afectan a otros compañeros, a otros departamentos, incluso a personas ajenas a la empresa. Recapacita y piensa en si te gusta que actúen contigo de la misma manera y, ponte a actuar.
  • Practica el “hazlo ahora”. Se percibe un rechazo, ante las tareas que posponemos, parecido a la sensación que se siente estando al borde de un trampolín para saltar a la piscina, y da miedo hacerlo. Al final has de convencerte diciendo “salta ya”; en este caso, lo hay que decir es “empieza ya”. Dar el primer paso representa algo fundamental para vencer al enemigo de la dilación irracional, pues una vez iniciado el trabajo continuar es más fácil.
  • Cuida tu lenguaje. No te hables en negativo porque no te apetezca hacer una tarea. Esta actitud no suma, en su lugar pon ideas mentales superadoras, piensa con palabras y conceptos positivos, de apoyo y que te den la energía suficiente para dejar de postergar las cosas.

Un día despertarás y descubrirás que no tienes más tiempo para hacer lo que soñabas. El momento es ahora. Actúa” Paulo Coello.

La procrastinación, quieras o no, te hace peor profesional porque te lleva por el camino de la desorganización y de la acumulación de cosas importantes por hacer. Además, te hace menos productivo y, sin quererlo ni buscarlo, te conduce por el camino del aumento de tu ansiedad y desmotivación, porque al final sabes, en tu interior, que no estás actuando correctamente.

Además, como afirmaba anteriormente, estás complicando tu trabajo e hipotecando tu productividad a futuro, porque lo más probable es que lo tengas que hacer sí o sí. Y el día que no te quede más remedio que solucionar lo postergado, tendrás que dejar de hacer otras cosas que también serán importantes.

 

 

José Ignacio Azkue