En muchas ocasiones, demasiadas tal vez, sentimos que tenemos cosas por hacer pero que día a día se van quedando ahí, aletargadas en el baúl de un olvido voluntario y, a veces, hasta doloroso porque no conseguimos que arranquen. Las vemos, sentimos la necesidad de ponerlas en marcha, pero no lo conseguimos. Conscientemente las olvidamos y, sin embargo, sabemos que pagamos un precio por ello.

Somos conscientes de lo que ocurre: a nosotros mismos no nos podemos engañar. Nos sentimos mal por no actuar al respecto, pero siguen ahí y sabemos que o estallarán  o nos costará meterles mano.

Si tenemos los conocimientos y recursos necesarios para abordar un proyecto, ¿por qué no acabamos de arrancar?, ¿será por falta de ganas?

Una cosa es pensar en hacer algo, o que debemos de hacer algo. Es decir, imaginarlo. Otra cosa muy diferente es enfrascarnos en las acciones necesarias para hacerlo.

Como vemos, contamos con  dos componentes necesarios  para conseguir un resultado: el pensamiento y la acción. El uno sin el otro siempre obtienen el  mismo resultado: la nada, el fracaso, la frustración, el no conseguir, otra vez, poner en marcha nuestros deseos o proyectos.

Hay que pensar en las grandes cosas mientras se hacen las pequeñas para que éstas vayan en la dirección correcta” Alvin Toffler

Es más sencillo aplazar que actuar, y esto nos puede llevar a un falso diagnostico de la razón por la que actuamos así. Podemos caer en el falso error de creer falsedades como ‘qué vago soy’,  o ‘cuánto  me cuesta hacer esto’. Evidentemente, puede que falte un componente de disciplina. Pero esta disciplina no la debemos entender como una falta de acción, aunque también podría tratarse de eso. El motivo principal, probablemente estribe en que es más fácil aplazar que pensar. Por tanto, en realidad nos deberíamos preguntar, ¿cuánto me cuesta pensar en esto?

El componente de disciplina primero lo debemos de aplicar a  pensar. Hacerlo, saber alinear el pensamiento al servicio de la acción, dará como resultado que nos sea mucho más fácil poner en marcha nuestros proyectos. Veremos la importancia, los motivos, y nos servirá de foco para ponernos en marcha.  Ya no dependerá tanto de las ganas si no de la perspectiva de nuestra visión.

Antes de toda acción debe producirse un pensamiento para que diseccione nuestro deseo, nuestro proyecto. Tiene que haber mínimamente un por qué, un para qué, un qué y un cómo.

 

Inconscientemente, nuestro cerebro nos hace procesar así cada cosa que hacemos aunque no seamos plenamente conscientes de ello y lo hagamos de manera autónoma y automática en la mayoría de las ocasiones. Si, por ejemplo, queremos preparar una cita con una persona, pensaremos en por qué, para qué quiero estar con ella. Por ejemplo, para pedirle información sobre algo relevante para mí. También pensaré sobre cuándo sabré que tengo la información necesaria. A continuación tendré ideas de cómo conseguirlo: Tendré que ir a su trabajo, tendré que llenar el depósito del coche, le llamaré para pedirle una cita, le compraré una botella de vino como obsequio por el favor. O cómo iré vestido, a qué hora saldré, si le invitaré a comer, le llevaré a tal restaurante, tendré que reservar una mesa, si le pediré a mi socio que me acompañe. Una vez que he desarrollado lo que voy a hacer, lo pondré en orden y decidiré qué es lo primero que debo hacer.

¿Con cuántas cosas realizamos este proceso sin darnos cuenta? Probablemente con más de las que somos conscientes. Tenemos que actuar de la misma forma con nuestros proyectos, pero de manera consciente. A este proceso, en GTD se le llama “planificación natural de proyectos” y es uno de los pilares en los que se basa este método.

Como afirma David Allen en su libro “Organízate con eficacia”, el cerebro es el planificador más brillante y creativo del mundo. Pues bien, antes de que podamos hacer algo físicamente seamos conscientes o no, el cerebro se encarga de planificarlo. Luego vendrá la acción.

Hagámoslo  de manera consciente, identifiquemos qué proyecto no consigue arrancar y apliquémonos en pensar en las cinco fases de la Planificación Natural de Proyectos:

  1. Definir propósito y principios
  2. Visualizar los resultados
  3. Generar una lluvia de ideas
  4. Organizar
  5. Identificar las acciones siguientes.

Si así lo hacemos, los componentes necesarios para conseguir un resultado se harán en el orden correcto. La acción, de esta manera, será mucho más fácil y motivadora para llevarla a cabo, si antes hemos pensado sobre el resultado que queremos conseguir.
José Ignacio Azkue