Siempre hemos oído que debemos formarnos, que debemos acumular conocimientos y experiencia. Lo hacemos, pero cada día se nos complican más las cosas. Parece que todo se pone en contra nuestra y nos cuesta avanzar a pesar de todos nuestros conocimientos y de toda nuestra experiencia.

Nuestro día es un caos, el equipo funciona al ralentí, sin cohesión y en muchos caos desmotivado. Los incumplimientos han arraigado tanto en nuestra mente, que parecen el resultado previsto en algún manual de aseguramiento de la calidad. Incluso en muchos casos  son ya moneda habitual de pago.

El problema radica en que hay algo nuevo y tal vez no seamos conscientes de ello. Es la naturaleza misma del trabajo la que se ha cambiado en estos últimos años. No todo es igual que antes, lo evidente ha dejado de serlo y lo previsible ha dado paso a la improvisación. Lo que está claro, es que todo nos resulta más difícil.

Los que no hemos cambiado somos nosotros, seguimos igual, usando los mismos esquemas mentales que hace años, dando las mismas respuestas a situaciones y cosas diferentes. En el caso de los jóvenes que se han incorporado recientemente al trabajo, aprendiendo de los demás, de sus errores, pero no para evitarlos, sino para imitarlos y caer en el mismo caos.

Las consecuencias del caos las conocemos, los resultados también. Pero ¿qué hacemos para alejarnos de él y controlar nuestro día? Nada, tristemente esa es la respuesta de la mayoría, nada. Seguimos actuando igual, ante todos los inputs que recibimos a lo largo del día, sabemos que vamos mal, pero no hacemos nada para cambiarlo.

Tan importante como aprender nos va a resultar desaprender. Esto que parece una contradicción, es en realidad necesario si queremos resolver el caos en que podemos estar inmersos.

Debemos desaprender de muchos de esos hábitos y costumbres con los que nos levantamos todos los días de la cama. Que no nos abandonan ni cuando cerramos los ojos para dormir de nuevo. Debemos desprendernos de éllos para adquirir unos nuevos, más productivos, que nos sirvan tanto en el trabajo como en la vida personal.

GTD tiene la solución, no es fácil, ni simple. Como todo método de productividad, su éxito está en relación con los hábitos necesarios que adquiramos para ponerlo en marcha con garantía de funcionamiento.

Se basa en controlar dos horizontes:

Las cinco etapas del flujo de trabajo: capturar, aclarar, organizar, revisar y hacer, con las que conseguirás tener bajo control tu actividad diaria. Adquiriendo los hábitos necesarios para llevar a cabo cada una de las cinco etapas del flujo de trabajo, tendrás la sensación de que dominas tu día, de que los papeles han cambiado y que el caos ha desaparecido.

Si nos quedamos sólo en este horizonte mejoraremos nuestra sensación de trabajo, pero no lograremos mejorar nuestra productividad. Para ello necesitamos el siguiente horizonte, el que nos da perspectiva.

Los seis niveles de perspectiva: acciones que tienes que realizar, proyectos, áreas de responsabilidad, objetivos a uno o dos años, visión y por último propósito. Sólo trabajando estos niveles tendremos las acciones que nos harán avanzar hacia nuestros objetivos, hacia nuestros deseos y sueños.

Cuando trabajamos o actuamos bajo el prisma de nuestra perspectiva mejoramos nuestra productividad. Además tendremos las pistas necesarias para saber qué no debemos hacer.

Pero seamos realistas, tenemos que identificar esos hábitos y trabajarlos y trabajarlos, hasta que formen parte de nuestra persona. También tendremos que desaprender otros que nos lastran, que nos impiden trabajar nuestra perspectiva. ¿Por dónde vas a empezar a desaprender?

 

José Ignacio Azkue