Sí.  A todos nos ha pasado alguna vez, a unos con más frecuencia que a otros, que o bien nos hemos comprometido con alguna obligación o nos hemos propuesto hacer algo, pero el día de comenzar a hacerlo no termina por llegar. O, en caso de llegar, nuestra mente inventa mil excusas y mira hacia otro lado con tal de eludir el compromiso contraído, de modo que posponemos su comienzo de manera irracional.

Me refiero a esa meta que te pusiste, pero que dejaste pasar porque, cuando te acordabas de ella, nunca te encontrabas con la motivación necesaria para comenzar. O a esa dieta que sabías que te convenía realizar pero que, como el verano todavía estaba lejos, la ibas posponiendo de modo que, al final, pasó el verano sin que la hubieras comenzado. O, también, aquel proyecto que te llegó hace bastante tiempo, y que esta vez sí lo vas a comenzar de inmediato, corriendo, con prisas y seguramente haciéndolo peor, porque tiene que estar entregado para mañana.

Doloroso es el tiempo que entre dudas se pasa” Seneca.

Sin embargo, la moneda dispone de otra cara:  cuando entramos en acción de manera consciente y focalizada, cuando nuestra atención y claridad sobre lo que tenemos que hacer nos llevan a ir acometiendo las tareas una tras otra sin que pase por nuestra cabeza dejarlas de lado para otro momento.

Si figuradamente lanzamos la moneda de nuestro trabajo al aire, puede que caiga en cruz, es decir, cuando no logramos poder empezar con lo que se quiere y con lo que se debe hacer. Por el contrario, caería en cara cuando de manera proactiva se dirigen las acciones, la atención y, además se hace; en el primero de los casos se estaría ante lo que se llama procrastinación.

Pero no confundamos a los procrastinadores con los verdaderos vagos. Estos últimos, tienen poca disposición para hacer algo que requiera esfuerzo o les suponga una obligación, especialmente si de trabajar se trata. Lo evitan conscientemente, eluden toda responsabilidad y su actitud es negativa si se trata de emprender una acción para resolver algo. En cambio, a los primeros, puede que les cueste iniciar ciertas labores, pero saben que las tienen que hacer y muchas veces lo consiguen, aunque para ello deban realizar un verdadero esfuerzo y sólo comiencen cuando ven en un horizonte muy próximo las consecuencias negativas de su actitud. Por tanto, no podemos asimilar procrastinación con vagancia ya que son dos conceptos y actitudes diferentes.

Si queremos remontarnos al origen de este desagradable asunto, el Dr. Piers Steel verdadera eminencia sobre el tema, señala en su libro “Procrastinación”, que este marear la perdiz, típico de estas personas, es en parte un regalo en forma de herencia de nuestros ancestros, la cual se viene arrastrando desde hace por lo menos cien millones de años. Esta constante a lo largo de tantos años ha arraigado con profundidad en la mente de las personas. Ahora bien, si se sabe cómo estos hábitos se pueden modificar para cambiar la conducta que nos lleva a la posposición irracional de las obligaciones, se puede vencer la procrastinación.

Es más, si nos fiamos de las conclusiones de Piers Steel, todos somos en mayor o menor medida procrastinadores natos. La única diferencia que existe entre unos y otros, es que hay ciertas personas que han identificado los procesos que se esconden detrás de esta malsana costumbre y, por consiguiente, son capaces de dominar la tentación de aplazar sus obligaciones, con lo que sienten menos estrés ante una fecha de entrega o una fecha límite, y se anticipan para llegar a ella con más tranquilidad y relajación por haber cumplido a tiempo con sus deberes.

Cada día es una serie de conflictos entre el camino correcto y el camino fácil” Anónimo.

Pero hay una gran confusión alrededor de este concepto. Procrastinar no es solo dejar algo para más adelante, aunque hacerlo sea parte intrínseca y necesaria para caer entre sus redes.

Si profundizamos en la etimología de la palabra, su origen ciertamente está en el latín, y vendría de la composición de “pro” que significa “delante de, en favor de” y “crastinus” que significa “del día de mañana”.

No hace falta pensar mucho, ni con mucha profundidad, para darse cuenta de que, si los romanos tenían identificado este término entre su vocabulario, es porque a ellos también les sucedía. Sí, hace más de 2000 años que las personas, al menos las pertenecientes al Imperio Romano, ya habían identificado que les costaba hacer ciertos trabajos, y que los posponían de manera irracional. Les llamó tanto la atención este hecho, que le pusieron hasta nombre, el cual, ha llegado a través del inglés hasta nuestros días. Seguro que, en otras civilizaciones, esto mismo se daba con igual asiduidad, aunque no sepamos si en ellas también le daban a esta actitud un nombre.

Cuando decidimos dejar para más adelante un trabajo y lo hacemos por prudencia, dando prioridad a otras cosas más importantes para nuestros planes, este tipo de decisiones no entraría dentro del saco de la procrastinación, aunque pueda parecerlo.

El posponer una cosa no significa que siempre estemos cayendo entre sus redes, pues para ello es necesario un componente esencial: la irracionalidad en la decisión. Porque, por añadidura a este factor, también somos conscientes de que dilatando la realización de ese trabajo nos perjudicaremos y tendrá consecuencias negativas de una u otra manera.

Por eso, si una persona, por ejemplo, decide no terminar un informe que le habían solicitado para que presentase en una reunión a celebrar la próxima semana, porque tiene la certeza de que esta reunión no se va a celebrar en vista del desarrollo de los acontecimientos, ciertamente está identificando motivos reales y probables que le aconsejan atrasar ese trabajo para, así, dedicar su atención a otros menesteres que también le interesan. Si cambian las circunstancias se preocupará y realizará el informe. Esta persona no está procrastinando sino actuando inteligentemente.

Sin embargo, el procrastinador “profesional” se caracteriza por saber que tiene que terminar ese informe y, sin embargo, se dedica a realizar compulsivamente otras tareas, unas detrás de otras, e incluso tiene el hábito de encarar una nueva sin haber terminado la anterior. Las suele ir seleccionando según llegan y, en general, de entre la variada oferta de cosas que tiene por hacer elige siempre la que más le gusta o menos esfuerzo le va a costar, aunque decidir de esta manera le lleve por el camino de trabajar trivialidades. Sin embargo, cada vez que el informe llama su atención frunce en ceño y mira hacia otro lado. Solo la premura y la obligación inmediata le harán apretarse contra la silla y tratará de cumplir con su compromiso con el único fin, en su mente, de quitárselo de encima.

Es mejor hacer pequeños progresos cada día, que todo lo humanamente posible en un solo día” James Clear

Lo fundamental para evitar la procrastinación radica en identificar el problema para poder poner la solución adecuada en cada caso, ya que no siempre ocurre por las mismas razones. Estas pueden cambiar, aunque al final los resultados serán siempre los mismos o parecidos; el trabajo mal hecho, el estrés que causa trabajar de esta manera y la angustia que produce saber que no actuamos de manera correcta. Pero bueno, estos temas serán tratados en un futuro artículo.

 

 

José Ignacio Azkue