“Los hábitos pueden ser o el mejor de los sirvientes o el peor de los amos.”             Nathaniel Howthorne

No somos conscientes en muchas ocasiones, pero tener las cosas pendientes de hacer en nuestra cabeza nos provoca un estrés y una ansiedad que podríamos eliminar de manera muy eficaz con un sencillo hábito: el de recopilar todo lo que llame mi atención o todo lo que pase por mi cabeza. Es decir, recopilar todos los compromisos incompletos que tengamos, sean de la naturaleza que sean.

Sí, mi maldita cabeza. Estoy sentado en mi coche de camino a casa, esperando que el semáforo se me ponga en verde, cuando de repente me doy cuenta de que esta mañana, cuando estaba reunido con mi jefe, me he olvidado de recordarle el compromiso que habíamos tomado con nuestro cliente X y que no estamos cumpliendo. Maldita memoria, esta tarde ha salido de viaje y hasta la semana que viene no creo que tenga oportunidad de hacer nada al respecto.

El problema no es nuestra cabeza, es la falta de un hábito que nos haga registrar estos temas en una lista fuera de ella, una lista a la que podamos acudir cuando queramos. Confiamos y creemos que esa lista puede residir gratuitamente en nuestra memoria. Nada más erróneo, pues pagamos un importante peaje por hacerlo, con un alto precio: estrés, ansiedad, olvidos, incumplimientos no deseados.

Sí;  depositamos en esta lista  mental cosas que sabemos que después vamos a tener que evocar para hacer algo con ellas, aun a sabiendas de que, cuando nos propongamos acudir a ella muchas veces no las vamos a  encontrar, y este hecho nos jugará muy malas pasadas.

Nuestra cabeza no está diseñada para retener y retener cosas pendientes de hacer: llamar al pintor, la reunión con mi jefe, la gripe del comercial, la reclamación del cliente, las pilas que debo comprar, el cambio del aceite de mi coche, el informe que debo leer, el cumpleaños de mi madre, corregir el error en los datos de la presentación…

Nuestro cerebro es el resultado de miles de años de evolución. Dicen, admito que en esto soy profano, que nuestro cerebro es igual que el de nuestros antepasados de hace 10.000 años e incluso muchos más. No se diferencian en nada. El cerebro de nuestro ancestro había evolucionado a través de miles de años para buscar soluciones, para la creatividad, no para retener montones de cosas a corto plazo. Sus problemas eran de naturaleza muy diferente a la de nuestros días. Pero no vayamos tan atrás, porque todos los imputs que recibían las personas hace 30, 40 o 50 años durante todo un año, hoy los recibimos en menos de una semana. Le estamos dando un uso diferente a nuestro cerebro estos últimos años.

Hace 50 años, nuestras madres o nuestras abuelas iban todos los días a comprar lo que necesitaban para hacer la comida, no necesitaban ninguna lista, compraban 3 cosas. Hoy en día vamos una vez a la semana y compramos 30 productos diferentes, y si no llevamos la lista de la compra la hacemos mal. Lo mismo pasa en el trabajo.

La prueba es que si no se descargan estos compromisos de nuestras cabezas, se nos olvidan muchas de estas cosas, pero sabemos que en la mayoría de los casos volverán porque, de hecho, lo hacen. Sin embargo, por desgracia volverán molestando, haciéndonos ver lo mal que nos gestionamos, haciéndonos quedar en evidencia en muchas ocasiones ante otros. Volverán en muchas ocasiones convertidas en un incendio al que tendremos que atender de inmediato.

Dado que nos ocurren y que sabemos lo que nos ocasionan nos estresamos, porque en realidad no sabemos lo que se nos ha olvidado y no le estamos haciendo el debido caso. De esta manera nuestra ansiedad crece y crece ya que nuestro inconsciente sabe que hay cosas por hacer, de las que no somos conscientes.

Como nuestra capacidad es limitada -se dice que se puede recordar de 7 a 12 items-, según vamos metiendo más cosas tenemos que sacar algunas. Lo malo de esta falta de capacidad es que no decidimos de manera consciente cuál es la que vamos a olvidar; simplemente hay algunas que salen, y ahí empieza el verdadero problema.

Cuando tengo pendientes de hacer cosas tan dispares, en cuanto a su naturaleza o importancia para mí, como pueden ser: comprar pilas para la linterna o preparar una nueva oferta al cliente X. Si están en mi cabeza las gestionaré peor que si las saco a un inventario donde tengo mis cosas incompletas. Probablemente le dedicaré mi atención no a la más importante para mis planes, no a la que sin duda me va a hacer avanzar más. Es muy probable que atienda primero a la última que ha entrado sin ni tan siquiera analizarla, ya que es la que mayor carga emocional tiene para mi psique.

Una vez fuera de mi cabeza y depositada en una lista externa, mi visión de ellas será muy diferente. A partir de aquí es cuando de manera proactiva puedo decidir comparando unas cosas con otras. A partir de aquí la carga emocional puede ser sustituida por la frialdad de mis intereses.

Nuestra cabeza tratará de la misma manera los dos compromisos, no los diferenciará ni por importancia, ni por el nivel de compromiso que tengamos con esta idea. Estarán rondando en nuestra cabeza hasta que las solucionemos o decidamos conscientemente olvidarnos de ellas.

¿Y tú cómo gestionas tus compromisos pendientes?, ¿tienes listas externas a tu cabeza?, ¿las procesas para saber qué haces y que no haces?

 

José Ignacio Azkue