Cualquier hora a lo largo del día o de la noche no son iguales  a la hora de desarrollar un trabajo y ser productivo.  Da  lo mismo que seas estudiante, ingeniero, médico, delineante, abogado o administrativo. Si eres trabajador del conocimiento, debes conocer tus horas óptimas para trabajar, y en función de ello gestionar y decidir qué tareas vas a completar.

Hay personas que tienen muy claro cuáles son sus mejores horas para trabajar y las aprovechan de manera especial. También hay personas que nunca se han parado a pensar en ello. La  diferencia más clara entre estos dos tipos de persona la encontramos en relación con su productividad. Las personas que saben cuáles son sus horas buenas, si las aprovechan, serán mucho más productivas que las que ignoran esta circunstancia.

Un error muy común es gestionar nuestras tareas diarias en función de los huecos que tenemos en nuestras agendas. Como comentaba en este artículo, convertimos nuestras agendas en verdaderos rompecabezas de tareas por hacer. Apuntamos compromisos con fecha y hora y  rellenamos los huecos que quedan en la hoja  con tareas que deseamos, con toda nuestra buena intención, realizar ese día.  Incluso llevan un orden cronológico.  Pero, al final, esto no representa ni una guía ni una cronología, sino una lista de deseos que rara vez se cumplen. Y no los cumplimos, entre otras razones, porque ignoramos cuáles son nuestros momentos más productivos.

En el trabajo, así como en nuestra vida privada, algunas de las tareas que hemos de hacer requieren algo especial de nosotros. Necesitan que desarrollemos, con toda nuestra capacidad, las habilidades de decisión, estratégicas, creativas, analíticas, críticas o de análisis de información, entre otras,  que hayamos desarrollado a través de nuestros estudios, experiencias y conocimientos. Es decir, y por poner solo un ejemplo: no requiere el mismo esfuerzo ni  la misma capacidad por nuestra parte, que nos encontremos desarrollando y pensando sobre los requerimientos de un nuevo proyecto para un cliente, que si, por ejemplo, estoy pidiendo a un proveedor por email la copia de una factura que aún no me ha llegado.

Probablemente a cualquier hora del día podré hacer bien la tarea de pedir por e-mail la factura a mi proveedor, ya que no requiere prácticamente ningún esfuerzo mental por mi parte. Pero seguramente, si me pongo a las 17:50, después de haber empezado mi jornada laboral a las 8 de la mañana, difícilmente podré realizar bien el trabajo de pensar en el proyecto para el cliente, porque estaré seguramente cansado mentalmente a esa hora.

La capacidad productividad de las personas en general se va reduciendo según se realizan tareas y trascurre la jornada. El trabajo mental fatiga según se va realizando, y este agotamiento tiende a acumularse. Según va creciendo el cansancio, van mermando nuestras capacidades y habilidades para trabajar, pensar y decidir. Para recuperarse son necesarios el descanso reparador, la desconexión y  los buenos hábitos después del trabajo. Los trabajadores que aprenden a gestionar las tareas en función de su capacidad productiva, mejoran en productividad, rendimiento y efectividad, generando ventajas competitivas para la organización en la que trabajan.

Por el contrario, las personas que no saben tener en cuenta su capacidad productiva,  tenderán más fácilmente a posponer  tareas cada vez que vayan a realizar una dentro de  su jornada, si el requerimiento necesario de energía para realizarlas es superior al que se dispone, en cuyo caso la tarea no se hará. Se dejará para otro momento.

Según un estudio realizado por el doctor Paul Kelley, de la Universidad de Oxford, los ritmos que rigen el reloj biológico varían durante toda la vida. Según este estudio, las personas cercanas a los 20 años alcanzan el mejor momento productivo alrededor de las 12 del mediodía y la finalización de su  jornada  podrían prolongarla hasta casi media noche. Sin embargo, según pasan los años, afirma este doctor, la mejor hora se va acercando progresivamente hasta llegar a las primeras horas del día, que coinciden con el comienzo de la jornada laboral. Y de la misma manera, con idéntica progresión, ésta debe finalizar antes.

A través de los ya numerosos años que llevo dedicados a facilitar seminarios de productividad personal y a  tratar de ayudar a las personas para que ganen efectividad, siempre en todos hago las mismas preguntas: ¿a qué horas tenéis más capacidad productiva?, ¿a qué hora os resulta más fácil lograr la concentración plena?, ¿cuál es vuestra hora creativa? Prácticamente siempre recibo la misma respuesta, además con abrumadora mayoría. A primera hora de la mañana.

Antes de tratar de decidir qué tareas debo realizar, me interesa conocer mi “momento productivo”, es decir, saber en todo momento cuánta es mi capacidad para concentrarme y cuál mi nivel  energético para resolver. Saber cuál es mi mejor momento me va a permitir elegir tareas exigentes y finalizarlas con mucha más calidad y facilidad que si las trato de hacer en cualquier otro momento de mi jornada. Esto tendrá consecuencias positivas en mi productividad, eficacia y resultados.

 

José Ignacio Azkue