Al referirme a monos no estoy mencionando la idea del síndrome de abstinencia que suele padecer una persona cuando deja de consumir sustancias a las que es adicta como, por ejemplo, el que se sufre cuando se está intentando dejar de fumar.

Me refiero, más bien, a esa sensación interna que percibes debido a una actitud absolutamente reactiva y complaciente hacia los demás y sus necesidades, sensación que te lleva a sentirte desbordado por las circunstancias que te rodean.

Esta complacencia te puede llevar a ir asumiendo compromisos y tareas que, objetivamente, no te corresponden, pero que aceptas sin haber reflexionado lo suficiente antes de cargar con ellos, uno tras otro.

Se trata de una actitud poco reflexiva que, es debida, en parte, a que tus creencias te llevan a reaccionar aceptándolo todo sin cuestionarte cuánto te va a suponer atender esos trabajos pero, sobre todo, a que no te paras a ponderar hasta qué punto te van a perjudicar en el cumplimiento de tus prioridades y, por tanto, a afectar seriamente a tu productividad.

Cada uno de estos compromisos que vas aceptando se pueden ir convirtiendo en monos que dejas entrar en tu cabeza y que, una vez que recalan en ella, lo más probable, es que, salvo que los gestiones bien o los rechaces, terminarán molestándote y menoscabando tu efectividad.

Si al franquear una montaña en la dirección de una estrella, el viajero se deja absorber demasiado por los problemas de la escalada, se arriesga a olvidar cual es la estrella que lo guía” Antoine de Saint-Exupéry.

Imagina por un momento una escena donde ves una selva y un frondoso árbol lleno de monos. Parecen en calma, descansando, cada uno a lo suyo, unos dormitando, otros comiendo, pero todos en relativa tranquilidad y silencio. De repente, uno de ellos da un chillido y salta a otra rama, molestando de paso a uno de sus vecinos:  la escena ha cambiado sustancialmente.

Es muy probable que el mono al que han perturbado en su paz dé otro salto imitando a su compañero y que también lo haga chillando. En unos instantes, todo el árbol habrá perdido la calma. La escena final es de sobra conocida, con todos los monos alborotando y lanzándose sin parar de rama en rama, en aparente caos, excitados todos ellos por el ruido y el movimiento.

Ahora te pediría que cambies mentalmente la imagen de monos en el árbol por compromisos, problemas o conflictos, aceptados y sin resolver en tu cabeza. ¿Te apetecería tenerla llena de éstos causándote ruido y desazón? Te voy a poner un ejemplo:

Supón una persona a la que vamos a llamar Daniel, que llega a media mañana a su trabajo después de haber mantenido una visita comercial con un buen cliente.

Llega preocupado por cómo ha transcurrido la entrevista y, según se va acercando a su despacho, se encuentra con Lucía, compañera suya del departamento, que le dice: «Buenos días Daniel, acaba de llamar tal cliente y me ha dicho que no le ha llegado todavía el pedido, está verdaderamente preocupado y enfadado y no sé qué decirle ya». Daniel le contesta: «no te preocupes, ya me encargo yo de llamarle«.

Nunca prometas más de lo que puedes llevar a cabo” Publilius Syrus

Daniel sigue camino de su despacho y se encuentra con Miguel quien, con cara de preocupación, le comenta: «Perdona Daniel, Ramón se ha puesto enfermo y no sé a quién poner en su lugar, hoy se nos van a acumular los pedidos…»  «Ya me encargo yo de solucionarlo«, responde Daniel, complaciente con su compañero como no podría ser de otra manera.

Se acaba de sentar en su despacho y, como siempre, entra como un torbellino Carlos del departamento de producción, quien sin pedir permiso tan siquiera se sienta en la silla que hay frente a su mesa. «¿Tienes un minuto Daniel? Estoy en un mar de dudas con estos materiales, no sé cuál te parece el más adecuado para el nuevo pedido que me entregaste ayer».  Y Daniel, sin pensarlo ni dos segundos, le responde como espera que lo haga Carlos:  «No te preocupes, lo miro enseguida y te digo algo«.

Daniel ha adoptado, sin darse cuenta y como si de verdad fueran suyos, los monos que le acaban de pasar sus compañeros: Lucía, Miguel y Carlos. Esto le ha ocurrido por no pensar, por ser como es y, tal vez, por tener una idea equivocada de sus responsabilidades. Y así podría seguir, todo el día comprometiéndose con todo el mundo. Ahora se verá obligado, desde el momento en que ha aceptado los compromisos de los demás, los monos, a atenderlos y a cuidarlos. ¿Te resulta familiar esta situación?

Como consecuencia de esta forma de actuar aceptando responsabilidades de otros, las áreas de preocupación de Daniel aumentan proporcionalmente a los deberes y obligaciones gratuitamente contraídos.

Toma problemas prestados, si te lo dicta tu naturaleza, pero no los prestes a tus vecinos” Rudyard Kipling.

Así, con la cabeza llena de sus preocupaciones y de las de los otros y cuando menos se lo espere, alguno de los monos que ya viven en su cabeza empezará a dar saltos y a hacer ruido similar a los descritos entre las ramas de los árboles; solo basta con que uno de ellos dé un salto para que el resto, imitándole, empiecen con sus volteretas y alborotos.

«Que no se me olvide hacer una gestión con el transportista y llamar al cliente”; “he salido preocupado de la entrevista de esta mañana, creo tendré que convocar una reunión», «no sé a quién voy a poner para sustituir a Ramón, creo que se me olvida alguna otra cosa, bueno ya me acordaré más tarde…»

Cuando el agua te llega al cuello, no te preocupes si no es potable” Stanislaw Lec.

Como consecuencia, Daniel no puede ni centrase ni abstraerse para terminar bien lo que está haciendo porque, cada vez que logra apaciguar su mente y concentrarse en algo, un mono salta chillando y le provoca una distracción, y ésa es una constante a lo largo de toda su jornada. Le puede ocurrir, por ejemplo, mientras que está tratando de completar alguna de sus tareas importantes o, tal vez, en alguna de sus habituales reuniones.  Incluso, le puede pasar mientras está hablando y atendiendo a uno de sus clientes.

Da lo mismo lo prioritaria que sea la tarea que atiende Daniel; es indiferente si es esencial o no para sus planes, porque le resulta imposible atender lo que le ocupa con una dedicación constante y con la serenidad necesaria debido al ruido que tiene en la cabeza. Es más que probable que termine el día agotado y agobiado por la cantidad de monos sueltos que tiene saltando en su cabeza.

Paradójicamente, esto le ocurre mientras que sus compañeros Lucía, Miguel y Carlos están tranquilos, porque ellos se han quitado de encima sus propios monos y ya no se tienen que ocupar de cuidarlos, ni de alimentarlos.

Daniel echa la culpa de esta situación a las circunstancias que le rodean, pero en realidad no se ha dado cuenta del error cometido:  no ha identificado que son su actitud y sus creencias las que le llevan a decir que sí a todos los monos que se le acercan. En su cabeza está el convencimiento de que debe ser amable, colaborador, buen compañero, solidario, etc., y esto en verdad debe ser así, pero siempre que no le lleve a trabajar peor y a incumplir sus propias responsabilidades.

Si lo que le ocurre a Daniel te suena, reflexiona acerca de las consecuencias que tiene adoptar monos de otros sin haber pensado seriamente que, una vez dado el paso, los vas a tener que atender y que eso trae secuelas. Debes de aprender a decir “no” a muchas cosas y, entre otras, a rechazar compromisos que aceptas pero que en realidad no son de tu incumbencia.

 

José Ignacio Azkue