Muchas veces nos encontramos en las empresas con gente verdaderamente apalancada en sus costumbres e inercias. Gente a la que como se dice vulgarmente no las mueves ni “echándoles agua hirviendo”. Este tipo de personas se ha asentado en le mediocridad, se aferra a hacer cosas por hacer sin aportar nada a cambio. Tienen sus trabajos para hacer y los hace, pero no salen de ahí. Pueden ser eficientes pero no eficaces.

La diferencia entre uno y otro radica simplemente en que “los primeros solo piensan, si es que lo hacen, en la mejor manera de hacer cosas, sin pensar si realmente están haciendo las cosas que debe hacer”.

Conozco  a empresarios, directivos de muy alto nivel y otros de no tan alto,  que saben cumplir con sus obligaciones y lo hacen verdaderamente bien. Presentan los balances dentro del plazo estipulado, son impecables, no comenten errores, cumplen perfectamente y en plazo con lo que se les pide o encomiendan.  Pero quedan ahí, su creatividad se reduce a cero, no tiene iniciativa, ni buenas ideas, van en el carro, pero no saben empujar. El único beneficio que representan es que no molestan. En el fondo no son precisamente brillantes. Son eficientes y representan la estupidez.

Estos profesionales puede que tengan talento, ahora bien, de hecho si lo tienen, está dormido, hibernando en el sueño de la estupidez y la mediocridad. Son buenos mantenedores y en este sentido pueden jugar un papel útil en una organización. El problema aparece cuando vienen mal dadas o en situaciones como las actuales. No reaccionan o si lo hacen es en general tarde.

Por el contrario, en muchas organizaciones los profesionales con talento pueden ser molestos. Se mueven, quieren generar cambios, no se conforman con lo que hay y piden más, buscan cosas nuevas, propone ideas… piensan sobre todo en actuar con eficacia. Definen que es lo importante, ven cual es el camino para avanzar. No se conforman con  hacer las cosas por el mero hecho de que hay que hacerlas, si ese es el  motivo, hacerlas, saben que hay una alternativa y es la delegación.

Cuántos profesionales están haciendo y haciendo, todo el día sin parar, pensando: “lo hago yo mejor, me cuesta menos hacerlo que explicarlo, etc…”  no se dan cuenta de que han caído en la improductividad por la estupidez.

Pero tengamos cuidado de este tipo de personas eficientes. Puede que hagan bien su trabajo y en algunas empresas se les recompense subiéndolas a posiciones superiores y atribuyéndoles una mayor responsabilidad.

Aquí se puede dar el famoso principio de Peter, atribuido a Laurence J. Peter, que dice así: “En una jerarquía, todo empleado tiende a ascender hasta su nivel de incompetencia: la nata sube hasta cortarse”
José Ignacio Azkue