Mucha gente sigue pensado que el trabajar muchas horas es sinónimo de productividad, de capacidad para hacer muchas cosas. No se dan cuenta de que esa capacidad, la creatividad y la calidad de la persona para trabajar, van disminuyendo en un proceso de continuo desgaste, que comienza desde que se empieza a trabajar a primera hora de la mañana.

Es muy probable que se dejen para última hora del día los trabajos más difíciles y que suponen mayor concentración y esfuerzo. Esto se hace así porque en esos momentos hay más tranquilidad. El teléfono ha dejado de sonar, las interrupciones han desaparecido y se piensa que esos momentos son más productivos. Siento decir que no. Como he comentado antes, nuestra capacidad y calidad ha ido mermando a lo largo del día y sin darnos cuenta estamos trabajando en la mediocridad.

Además, es muy probable que vayamos saltando de una tarea a otra en función de lo que nos va surgiendo en cada momento. Tal vez no seamos conscientes de que hemos caído en la trampa de la actividad. Es decir, se hacen muchas cosas. Se reacciona a cualquier tipo de imprevisto o interrupción y prácticamente todo lo que le llega, o trae el sello de urgente o nosotros mismos se lo ponemos, sin parar a pensar en las consecuencias de ir reaccionando de esta manera. Como consecuencia, se pasa de una tarea a otra sin haber finalizado la primera. Por ello, caemos en la multitarea, se tiene un montón de frentes abiertos, y en definitiva, se dedican muchas horas a apagar fuegos. Una de las lecciones que debemos aprender, es que una persona ocupada no siempre es una persona productiva ni eficaz.

Hay una tipología en la empresa que identifica a quienes de alguna manera caen en la trampa de la actividad, veamos:

El Bueno, el que dice sí o cazador de monos

 

No sabemos decir que no. Nunca te puede negar. Siempre estás a la entera disposición del primero que venga a pedirte algo o a solicitar tu ayuda. Además, es lo mismo que no des abasto con todo, tu deber es siempre ayudar a los demás. Por desgracia encargarse de los problemas de los demás supone que no tienes tiempo para dedicarte a tus propias prioridades. Capturas los problemas (monos) de los demás y los metes en tu cabeza.

Ahora cuando menos te lo esperas y estés concentrado en una prioridad tuya, empiezan a saltarte en la cabeza los problemas de los demás, como si fueran monos enjaulados. Consecuencia, se acabó tu concentración y será muy fácil caer en la multitarea.

El Burro

Pensemos en este animal dando vueltas en una rueda de molino, atrapado en una aburrida rutina, en la que hace lo mismo día tras día, o semana tras semana. Sin ilusión, sin esperanza, su único fin es realizar o quitarse de encima los trabajos que le caen. Mientras que está ocupado no da problemas. Su vida puede que sea más fácil, pero sus actividades son poco estimulantes. Es posible que se sienta frustrado porque está estancado en una rutina y nunca va a ningún sitio.

El relámpago

Pasa todo el día a 150 por hora, trabaja de sol a sol, sin detenerse para tomarse un respiro. Piensa que los que no van a su velocidad, es porque son en realidad unos mediocres y unos vagos. Está muy probablemente estresado y causa el mismo efecto en los demás, incluso aunque no se de cuenta. Nunca considera de verdad a dónde quiere ir, que camino debe tomar, la cuestión es correr y hacer.

La abeja

Hay quien anda de flor en flor picando aquí y allá. Le gusta probar todo y pasa de una actividad a la siguiente. Se aburre enseguida de la rutina y tiene que cambiar. Siempre busca la satisfacción, pero no la encuentra en realidad. En este caso el problema estriba en que jamás concentra sus esfuerzos en dominar algún área única de su vida.

Para evitar caer en esta trampa de la actividad, debemos identificar cuáles son las tareas que nos llevan a la consecución o logro de nuestras metas u objetivos. Debemos concentrarnos el lo que realmente importa, identificar las prioridades y sólo entonces, decidir qué tareas son las que debemos realizar.
José Ignacio Azkue