No tengamos ninguna duda de que la procrastinación es uno de los mayores errores o pecados productivos. Afectan de una manera importante a nuestra productividad, pero muchas veces afecta también a la de nuestros compañeros y colaboradores.
La definíamos en un artículo anterior como: “el arte” de posponer, por lo general de forma reiterada, un trabajo que de manera inevitable debo hacer.
Es ubicua. Es tan común como la gravedad y como ella tira hacia abajo, pero en este caso de los resultados y nos acompaña todo el día. Desde la mañana con el cubo de basura demasiado lleno, pero que dejamos para otro momento, hasta antes de acostarnos, que exprimimos con desesperación el tubo de pasta de dientes vacio, por no ir a por uno nuevo.
También decíamos que es algo en lo que todos caemos, algunos más, otros menos, pero siempre aparece por nuestro camino y con más frecuencia de la que queremos y nos damos cuenta.
Estudios realizados con profesionales y estudiantes universitarios, me apoyo para ello en el Dr. Piers Steel importante estudioso del tema, revelan que parece ser que tiene un origen genético. Que no nos sirva de consuelo pensar que en algún lugar recóndito de nuestros genes estamos programados para caer una y otra vez en la procrastinación.
Hoy no lo hago, pero mañana seguro que sí. No nos engañemos, nuestra mente es una mentirosa y nosotros somos los primeros en caer en nuestras propias mentiras. Nos ponemos razones y excusas en las que no creemos, pero que nos hacen caer. Repito, es una mentirosa que nos engaña.
Debemos combatir a nuestra mente que nos lleva a la procrastinación, porque simplemente nos hace peor. Peor como persona y como profesional y nos aleja de las cosas que queremos conseguir.
Cada vez que lo hacemos, nos estamos complicando la vida y nuestro trabajo, ya que estamos dejando de hacer algo con lo que nos habíamos comprometido y seguramente planificado.
Esto tiene un impacto en nuestro día, ya que se suma lo que hemos pospuesto a todo lo que tengo que hacer mañana u otro día, con su correspondiente carga emocional, de estrés y ansiedad. Además recordemos la sensación de fracaso que tenemos por haber caído en la tentación de posponer ese trabajo.
Pero y por qué se da. Éstas son las principales razones:
• Pereza. Ahora no me apetece, estoy demasiado cansado, o simplemente la visión de lo que tengo que hacer me abruma.
• Miedo. Porque lo que tenemos que hacer nos obliga a enfrentarnos a una situación que no dominamos y cuyo resultado es incierto o tiene una carga emocional que nos retrotrae a la pasividad.
• Indecisión. No tenemos muy claro lo que nos han pedido o tenemos tantas dudas que no sabemos por dónde empezar. El resultado es que queda el tema aparcado hasta sabe Dios cuándo.
• Mala organización o planificación. Queremos hacer tantas cosas que al final no vemos el momento de cada una. Llenamos la agenda, con nuestra mejor intenciones, de todas las cosas que tenemos para hacer, pero el día nos pone en continuos aprietos con sus urgencias, interrupciones e imprevistos. No planificamos correctamente y nos vemos abocados a posponer cosas, que por lo general son importantes.
• Falta de energía y vitalidad. No se puede hacer las tareas en cualquier momento del día. Muchas veces dejamos tareas importantes o difíciles para última hora, pensado que entonces estaremos mejor, con menos distracciones, con menos interrupciones e imprevistos. El resultado es que entonces estamos cansados, nuestra vitalidad y capacidad ha desaparecido y no tenemos energía suficiente para esa tarea.
Éstas son las principales causas que nos llevan a posponer nuestras tareas, que en muchas ocasiones son las más importantes. Pueden darse por separado o combinaciones de varias de ellas, pero siempre que procrastinemos alguna de ellas estará presente.

 

José Ignacio Azkue