Solemos tener tanto trabajo, tantas cosas pendientes por hacer, tantos planes y proyectos rondándonos la cabeza, tantos temas particulares desatendidos, que no nos solemos parar a pensar en ellos. Es como si fuéramos en una bicicleta cuesta abajo y sin frenos.
Es sorprendente cuantas veces nos tiene que ocurrir algo hasta que lo comprendemos. Las personas no sé si se vuelven más inteligentes con la edad, lo que no hay duda es que se vuelven más experimentadas y eso debería ser una ventaja. A pesar de ello las personas vuelven a cometer los mismos errores. La otra cara de la moneda es que, solemos hacer muchas cosas bien pero no las repetimos.
Esto se debe a una razón muy simple. Rara vez hacemos una interrupción, nos concentramos y pensamos en lo que funciona y qué no, como decía dos párrafos más arriba, hay demasiadas cosas por hacer y poco tiempo para reflexionar.
En toda empresa, organismo o institución se debería enseñar prioritariamente a aprender, a observar uno mismo su propia conducta, a ver qué funciona para repetirlo y admitir que no funciona para cambiarlo.
Esto no significa estar todo el tiempo mirando nuestras limitaciones, también hay que trabajar, se trata de conocer nuestras virtudes y aprovecharlas y minimizar el impacto negativo de los defectos.
Aprender de los éxitos y de los fracasos que hemos tenido es la clave para tener éxito a largo plazo.
Deberíamos ser aprendices toda la vida y las empresas se convertirían en lugares de enseñanza.
Para ello tenemos que cambiar, necesitaremos confianza, abrir nuestra mente y salir de nuestra zona de confort, bajando las defensas que tenemos siempre alertas para evitar el cambio. Qué más necesitamos. Pues muy poco tiempo, con 5 ó 10 minutos al día nos es suficiente. De hecho nos bastaría con los últimos minutos de nuestra jornada para hacer balance. Ver qué ha funcionado y qué no.
Es un ejercicio tan sencillo como a la vez eficaz. Suponer que minutos antes de abandonar el trabajo nos paramos a pensar en todo lo que ha ocurrido en este día. Vemos las cosas que hemos hecho y las que teníamos planeado hacer, pero que no hemos podido hacer, las reuniones a las que hemos asistido, las llamadas telefónicas mantenidas, interrupciones que hemos tenido, urgencias que nos han hecho reaccionar y dejar lo que estábamos haciendo, cuantas veces nos ha interrumpido el correo electrónico y al final por nada, etc.
Hagamos a continuación tres series de preguntas:
1. ¿Cómo ha ido el día?, ¿en qué he tenido éxito?, ¿qué retos he superado?
2. ¿Qué he aprendido hoy sobre mí y los demás?, ¿qué pienso hacer de manera diferente mañana para mejorar los resultados?, ¿qué he hecho hoy que no debería cambiar mañana?
3. ¿Con quién he estado?, ¿he de corregir a alguien mañana?, ¿cómo lo voy a hacer de forma positiva?, ¿he de agradecer algo a alguien?, ¿tengo que preguntar algo a alguna persona?, ¿tengo que compartir información?

La última serie sirve para reforzar nuestras relaciones. Muchas veces no necesitamos más de dos minutos para agradecer algo, mandar un correo, o mantener a alguien informado sobre cómo va tal proyecto. No nos olvidemos que vivimos en un mundo en que dependemos de los demás.
Si nos habituamos a hacer esto todos los días, para adquirir el hábito basta con hacer un “check list” con las preguntas y tenerlas en la mesa de trabajo, poco a poco iremos mejorando. Sin darnos cuenta iremos cambiando pequeñas cosas que antes ni tan siquiera veíamos, ya que pasábamos a toda velocidad, recordad que íbamos en una bicicleta cuesta bajo y sin frenos. Ahora podremos ver los detalles, las causas y las consecuencias. Será más fácil cambiar cuando reflexionamos sobre lo que ocurre a nuestro alrededor. Te sorprenderá lo que puedes encontrar si le dedicas un poco de tu tiempo a buscar.
Dedícale unos minutos al final del día para pensar en lo que has aprendido y con quién deberías estar. Esos minutos son clave para que mañana seas mejor que hoy.

 

José Ignacio Azkue